Martin, nuevo director de marketing de la agencia de su padre, y Juanjo, diseñador creativo de esta, no se soportan... ¿Podrá la ciudad eterna hacerlos cambiar de opinión?
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Ese mensaje y dos llamadas fue lo que recibió Juanjo a lo largo de la semana, después del miércoles dejó de insistir. En parte le molestaba, pero, si quería dejar de pensar en él, le venía bien. Aún así de vez en cuando se preguntaba si Martin, al no recibir respuesta, había desistido. Aquella semana pasó mucho tiempo con sus padres, habló con su madre en conversación que tenían pendiente respecto a su ex y la manera en que intentaba volverlo a acercar a ella, se fue de birras con sus amigos y a ver la casa que tenían en la montaña con su hermano, habló un poco con su gente de Madrid pero no dio mucha explicación, y parecía que tenia el corazón un poquito más sano que cuando llegó el lunes.
Pero no podía alargar su estancia allí, y aunque podría haber vuelto el domingo su orgullo le exigía que fuera a esa fiesta, con su mejor sonrisa y un disfraz que le realzara la belleza que sabía que tenía. ¿Un poco infantil por su parte? Tal vez, pero le daba igual. Estaba cansado de ser el adulto responsable y maduro que tenía que ser siempre.
Y si Martin aún quería hablar, que lo hiciera, y que se arrastrara un poquito al menos. Él, ingenuamente, pensaba que hiciera lo que hiciese el vasco, no lo perdonaría en la vida, e incluso había buscado alguna agencia, dentro y fuera del país, simplemente para valorar opciones.
—¿Has cogido el neceser?
—Sí, mamá.
—¿Y la bolsa con el bizcocho y las galletas?
—Sí, lo he cogido todo, y lo que falta se lo ha llevado Javi esta mañana.
—Bueno, cariño, no tardes mucho en volver, que en nada es tu cumpleaños y habrá que preparar cosas...
—Alicia, que el zagal no se va a la guerra... siempre haces lo mismo. —Dijo su padre con una sonrisa y las manos agarradas detrás de la espalda, una posición muy típica en él.
—Tranquila, lo tengo todo pensando. Ya te llamaré la semana que viene y te cuento.
Le dio un beso a su padre y otro a su madre y se subió al coche, donde se despidió de nuevo con la mano y arrancó rumbo a Madrid.
...
Había llegado por fin a su garaje, aparcó y cogió lo necesario para esa noche, ya mañana recogería la maleta porque iba muy justo de tiempo.
Al subir, vio que su hermano lo había dejado todo en orden y se escuchaba música amortiguada y la ducha. Aprovechó para picar algo esperando a que saliera y poder ducharse él.
—Hombre, hermano, ¿ha ido bien la vuelta?
—Bastante bien, aunque un poco de atasco a la entrada de Madrid, como siempre, pero por lo menos no me he comido a los domingueros.
—¿Puedo comentarte una cosa?
—¿Qué has hecho ahora, Javier?
—Todavía nada —se carcajeó el menor—, es que María me ha invitado a la fiesta de esta noche y me gustaría acompañarla, pero no sé si a ti te parece bien...