Capítulo 36

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Dorian.
Las luces del salón principal de la mansión estaban tenues, lanzando sombras largas sobre la mesa de mármol que dominaba la sala. La tensión era palpable, un hilo invisible que conectaba a todos los presentes. Antonio se encontraba a mi derecha, sus ojos calculadores observando cada movimiento en la sala. Al otro lado, Roderick permanecía de pie, firme como un guardián eterno. Athena estaba sentada al final de la mesa, su postura erguida y tranquila, pero sus ojos hablaban de una tormenta que solo ella podía comprender.

Tomé un sorbo de whisky antes de empezar. El calor quemó mi garganta, pero no disipó la incomodidad que sentía desde que Athena regresó del interior de la organización de Giovanni. Mi Athena, entre los leones. La idea era una espina en mi orgullo, y peor aún, en mi corazón.

—Bien —dije, dejando el vaso en la mesa con un golpe seco—. Es hora de establecer nuestra estrategia. Athena, empieza.

Athena se levantó con una calma que solo ella podía manejar en una situación como esta. Caminó hasta el extremo de la mesa, donde todos pudieran verla claramente. Su vestido negro, sencillo pero elegante, hacía que la luz la envolviera como un aura. Cuando comenzó a hablar, su voz era firme, llena de autoridad.

—De'Mare no es solo una mafia; es un imperio de conexiones, influencia y miedo. Giovanni opera como un estratega obsesionado con el control absoluto, pero su mayor debilidad es su arrogancia. Piensa que nadie puede tocarlo, y eso lo hace vulnerable.

Con cada palabra, Athena trazaba una imagen clara de la estructura interna de De'Mare: las alianzas que sostenían el imperio, los puntos débiles en las rutas de contrabando, las rivalidades internas que podían explotarse.

—Giovanni confía en la lealtad de sus capos, pero he visto fisuras. Elena Mancini, por ejemplo, odia estar bajo su control y está dispuesta a traicionarlo.

Su análisis era impecable. Cada nombre, cada detalle, era una pieza en el tablero, Athena las movía con la precisión de una reina. Pero mientras hablaba, no podía dejar de observarla. Giovanni la había nombrado Sovrana, la soberana de su mundo, y ahora esa imagen parecía tan real como una daga contra mi garganta.

¿Cómo logró entrar tan profundamente? me pregunté. ¿Y a qué precio?

Cuando Athena terminó, un silencio pesado cayó sobre la sala. Antonio fue el primero en hablar, asintiendo con aprobación.

—Es un análisis brillante. Si jugamos bien nuestras cartas, podríamos desmantelar De'Mare desde adentro.

—Necesitamos algo más que un análisis —intervino Roderick, con los brazos cruzados—. Necesitamos un plan claro.

Athena lo miró con calma, como si hubiera anticipado su desafío.

—El plan es simple: sembrar desconfianza entre los capos, dividirlos hasta que sus alianzas se rompan. Luego, atacar sus operaciones clave: el puerto de Marsella, las rutas marítimas en Sicilia, y la fábrica en Nápoles donde procesan sus envíos. Si hacemos que parezca un ataque interno, Giovanni perderá el control antes de que pueda reaccionar.

Los murmullos de aprobación se extendieron por la sala, pero yo apenas los escuchaba. Mi atención estaba fija en Athena. Su fuerza, su intelecto, su capacidad para enfrentar el peligro. Todo ello me enorgullecía y me enfurecía al mismo tiempo. Y no podía evitarlo: la idea de Giovanni acercándose a ella, confiando en ella, viéndola como algo más que una herramienta en su juego, me carcomía por dentro.

—Athena, un momento.

Todos se callaron cuando hablé. Me levanté, caminando lentamente hacia ella. Cuando estuve lo suficientemente cerca, incliné la cabeza, observando sus ojos verdes que, como siempre, eran un misterio impenetrable.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora