Athena.
El despacho de Giovanni Rossi era una caverna de lujos opulentos y sombras traicioneras. Las paredes de madera oscura absorbían la poca luz de las lámparas, y la atmósfera estaba cargada de tensión. Giovanni, sentado en su imponente silla de cuero, gesticulaba con teatralidad mientras los capos de De'Mare lo rodeaban, escuchando su último arrebato de grandeza.—¡Es el momento! —declaró con una voz ronca y apasionada—. Kaiserkrone cree que somos débiles, que pueden infiltrarse y manipularnos desde adentro. ¡Pues se equivocan! Atacaremos antes de que tengan oportunidad de reaccionar.
Mis manos se apretaron en mi regazo, escondidas bajo la mesa. La sangre me martillaba en los oídos. Giovanni estaba perdiendo el control. Hablar de un ataque sorpresa contra Dorian era una locura, un movimiento desesperado que pondría a De'Mare al borde del colapso. Pero, ¿cómo podía detenerlo sin delatar mi verdadera lealtad?
—Señor —intervino Francesco Bianco con cautela— un ataque directo a Kaiserkrone podría...
—¡Podría demostrarles que no somos un grupo de cobardes! —cortó Giovanni, golpeando la mesa con el puño.
Mis pensamientos se arremolinaban, buscando desesperadamente una forma de advertirle a Dorian. No había manera de comunicarme sin levantar sospechas. Cada segundo que pasaba era una bomba de tiempo acercándose al desastre.
Entonces, la puerta del despacho se abrió con un crujido.
—¿Interrumpo? —dijo Bridgette, entrando con una sonrisa que irradiaba triunfo.
La tensión en la sala se desvió momentáneamente hacia ella, mi atención se fijó en su expresión, como si hubiera ganado algo. Giovanni sonrió con satisfacción, levantándose de su asiento.
—Perfecto. Bridgette ya ha cumplido con su parte.
Mi garganta se cerró. ¿Qué había hecho?
—La advertencia ya está en manos de Dorian —continuó Giovanni, su sonrisa era una mezcla de orgullo y desafío—. Ahora no tendrá más remedio que pelear.
Bridgette me lanzó una mirada fugaz, sus labios curvándose apenas en un gesto burlón. Su papel de mensajera le daba una ventaja peligrosa, no solo en este juego de poder, sino también en su relación con Dorian.
La idea de ella acercándose a él, hablando con él, incluso compartiendo el mismo espacio, era un veneno lento que me carcomía por dentro. Pero me obligué a mantener la fachada, mi rostro tan sereno como una máscara de porcelana.
—¿Qué dijo Dorian? —pregunté con calma, mis palabras medidas al detalle.
Bridgette sonrió aún más, como si disfrutara prolongando mi agonía.
—No dijo nada. Pero sus ojos lo dijeron todo. Exactamente lo que Giovanni esperaba.
Las risas estallaron entre los capos, pero yo no podía unirme. Cada segundo que pasaba era un recordatorio de que el tiempo se agotaba, y no tenía forma de asegurarme de que Dorian estuviera preparado para lo que venía.
Giovanni levantó una mano, silenciando a todos.
—¡Prepárense! Partimos al atardecer.
Las órdenes comenzaron a volar, los hombres salieron a cumplir con sus preparativos, y la sala se vació poco a poco. Solo quedábamos Giovanni, Bridgette y yo.
—Athena —dijo Giovanni, acercándose a mí—. Quiero que estés lista para liderar a uno de los grupos de infiltración. Nadie mejor que mi Sovrana para dar el golpe final.
Asentí, aunque por dentro el nerviosismo me carcomía. No había escapatoria.
Cuando Giovanni salió, Bridgette permaneció. Me miró de arriba abajo, y la expresión triunfante en su rostro no se desvaneció.
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El rubí del Emperador [+18]
Romance-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...