Capítulo 40

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Dorian.
La niebla de la madrugada todavía envolvía el aire, pero ya se podía oler la pólvora en el viento. No había vuelta atrás. Giovanni había hecho su movimiento, ahora era mi turno de devolver el golpe, de hacer que todo su imperio cayera, ladrillo por ladrillo. Y no solo eso, tenía que recuperarla a ella.

Athena.

Mis manos apretaron el volante del coche, los músculos tensos, la ira ardiendo en mis venas. Cada segundo que pasaba me acercaba más a ella, a la única cosa que me importaba ahora. No me importaba lo que tuviera que hacer, ni cuántos hombres de Giovanni estuvieran esperando en la mansión. Todo eso carecía de importancia. La única prioridad ahora era ella.

—Estamos listos —dijo Antonio, su tono firme, imperturbable.

Roderick asintió desde el asiento trasero, su mano en la empuñadura del arma. La tensión era palpable entre nosotros. Estábamos listos para enfrentarnos a lo que fuera que Giovanni nos lanzara.

La mansión Rossi apareció ante nosotros, imponente, rodeada por un silencio inquietante, como si toda la vida en sus pasillos hubiera desaparecido. Pero no nos detuvimos. Sabíamos lo que había dentro.

La puerta se abrió con un estrépito, el equipo de Giovanni nos esperaba en el umbral. Unos pocos disparos fueron suficientes para hacer que los guardias se apartaran, cayendo al suelo, pero no había tiempo para disfrutar de la victoria. Sabíamos que esto solo era el comienzo. Dentro de la mansión, Giovanni debía estar esperando, confiado, rodeado de hombres listos para defender su honor. No nos detendremos hasta que él caiga.

Los pasillos eran oscuros, largos, y cada sombra podía esconder una amenaza. Los ecos de nuestras botas resonaban en el suelo de mármol mientras avanzábamos con precisión letal, dispersos pero sincronizados. Antonio lideraba el frente, Roderick y Matías tomaban los flancos, y yo solo podía pensar en un solo objetivo.

La sala principal estaba a la vuelta de la esquina. De repente, un estruendo de disparos cortó la quietud. Los hombres de Giovanni, perfectamente organizados, nos esperaban en el pasillo. Un tiroteo violento estalló al instante. La primera bala pasó rozándome, pero reaccioné de inmediato, despojándome del chaleco antibalas y buscando cobertura detrás de una columna de mármol. No era el momento para dudar.

El sonido de las balas rebotando contra las paredes era ensordecedor. Disparos de alto calibre, gritos ahogados, y el aroma metálico de la sangre inundaban el aire. Sabía que no era solo una batalla. Era una guerra, una que ganaría, sin importar el costo.

—¡Avancen! —grité a través del ruido. Mi voz era como una orden, imperiosa, cortante. No podía perder el control ahora.

Roderick estaba a mi lado, su agilidad innata le permitió derribar a dos hombres con una precisión mortal. Antonio, por su parte, cubría la retaguardia mientras lanzaba granadas en puntos estratégicos, provocando explosiones que sacudían los cimientos de la mansión. La oscuridad estaba iluminada por las llamaradas, y por un segundo, me sentí más vivo que nunca. Esto es lo que soy.

Pero la razón de todo esto era una sola. Athena.

De repente, una figura apareció en la entrada de la sala principal. Giovanni. Alto, arrogante, confiado, con su mirada fría y calculadora. Su presencia era como una maldición, pero yo no iba a permitir que tuviera el control.

—¿Qué haces aquí, Dorian? —su voz resonó, llena de desdén. Me retó. Y lo acepté sin dudar.

—Vine por ella —respondí, sin apartar la mirada.

Lo vi mover una mano, y sus hombres avanzaron hacia mí, dispuestos a defenderlo a toda costa. Pero no había vuelta atrás. Ya no era solo cuestión de poder. Era personal. Con un gesto, Antonio abrió fuego, y el tiroteo se reanudó, una lluvia de plomo en el aire.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora