Capítulo 38

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Dorian.
La noche estalló en caos. Desde la terraza de mi despacho, vi la columna de humo elevarse desde las instalaciones al norte de la ciudad. Los disparos retumbaban en la distancia como un tambor de guerra, mis hombres se movilizaban con una eficiencia que solo años de preparación podían garantizar.

Antonio entró apresuradamente, un auricular en su oído y un arma en la mano.

—Los hombres de Giovanni han atacado nuestro depósito de armas —dijo sin preámbulos—. Están mejor preparados de lo que esperábamos.

—¿Nuestras pérdidas?

—Aún controladas, pero han bloqueado las rutas de salida. Están intentando encerrarnos.

Mi mandíbula se tensó mientras procesaba la información. Giovanni estaba escalando la guerra. Esto no era solo una provocación: quería un golpe decisivo.

—Prepara los vehículos. Yo voy al frente.

Antonio parpadeó, sorprendido.

—Dorian, no puedes exponerte de esta forma.

Lo fulminé con la mirada, silenciándolo de inmediato.

—Si Giovanni cree que puede atacarme y salir indemne, está muy equivocado. Yo mismo le demostraré que cada golpe que intente darme será respondido con diez veces más fuerza.

Antonio asintió, aunque con evidente reticencia.

—Ya están en camino.

Llegamos al lugar en cuestión de minutos. Las luces de los faros iluminaron la escena: el depósito estaba en llamas, y los hombres de Giovanni se movían con precisión militar. Mis hombres, aunque superados en número, mantenían sus posiciones con tenacidad.

—¡Cúbranse! —gritó uno de mis hombres cuando una granada impactó cerca, lanzando fragmentos de metal al aire.

Salí del vehículo, mi arma lista, y observé el campo de batalla. La adrenalina corría por mis venas, un recordatorio de por qué había llegado a ser quien soy.

—Antonio, coordina a los refuerzos. Necesitamos recuperar el perímetro y asegurar el depósito.

Él asintió y comenzó a dar órdenes a través de su radio mientras yo avanzaba hacia el frente.

Las balas silbaban a mi alrededor mientras tomaba cobertura detrás de una pila de contenedores. Dos hombres de Giovanni se acercaban, confiados en su avance. Apunté con precisión, disparando dos veces y viendo cómo caían.

—¡Avancen! —grité a mis hombres, que respondieron con un rugido mientras cargaban contra el enemigo.

Los disparos se intensificaron, el aire se llenó con el olor a pólvora y metal caliente. La estrategia de Giovanni era evidente: dividir nuestras fuerzas, desgastarnos. Pero no había contado con nuestra resistencia.

En medio del caos, vi un vehículo conocido acercarse a toda velocidad. Athena salió, vestida con un atuendo negro ajustado que le permitía moverse con agilidad. Sus ojos brillaban con determinación mientras se acercaba a mí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —gruñí mientras disparaba a otro enemigo.

—¿De verdad pensaste que me quedaría quieta mientras sucede? —replicó, sacando su propia arma y uniéndose al combate—. Tengo información que podría cambiar esto.

Le disparé una mirada, entre furioso y asombrado.

—Entonces será mejor que hables rápido.

Athena se agachó junto a mí, esquivando un disparo que pasó cerca.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora