Athena.
Han pasado algunos días desde que Giovanni y su organización fueron destruidos, la paz en la mansión Kittel parecía volver a instaurarse. Dorian y yo estábamos bien, mejor que nunca. Había algo diferente entre nosotros, una calma en medio del caos, como si por fin hubiéramos encontrado una forma de ser más que solo aliados o enemigos, como si realmente estuviéramos dejando que lo que había entre nosotros creciera.En la habitación de Dorian, un espacio que ahora era más como nuestro refugio que cualquier otra cosa. La luz tenue de la tarde se colaba por la ventana, estábamos simplemente ahí, juntos. No hacíamos nada en particular, solo disfrutábamos de la presencia del otro. Estaba a punto de apoyarme contra su pecho cuando la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo el silencio, y la voz inconfundible de Antonio resonó en la habitación.
—Dorian, Athena... necesitamos que bajen. —La urgencia en su voz era clara, pero la frustración en los ojos de Dorian lo decía todo. Yo no pude evitar soltar una risita suave al ver cómo su rostro cambiaba al instante de placentero a un tanto exasperado.
—Esos malditos no pueden dejar de interrumpir nuestros momentos, ¿verdad? —dijo Dorian, frotándose las sienes con cansancio. Mi risa se hizo más evidente, y no pude evitar sentirme un poco satisfecha por verlo tan molesto. Pero sabía que tenía que ir.
—Ven, vamos a ver qué quieren. —dije, poniéndome de pie mientras le lanzaba una sonrisa juguetona.
Ambos bajamos rápidamente, Dorian ya con el ceño fruncido, preparándose para lo que viniera. Al llegar a la sala principal, encontramos a Antonio y a varios hombres reunidos, todos con caras de preocupación. Pero fue la figura al fondo lo que me hizo detenerme por un momento: Gabriel Smith. El líder de la mafia Smith, su mirada fría y calculadora fija en Dorian con una furia contenida. ¿Qué demonios hacía él aquí?
Gabriel no perdió tiempo, y con una voz llena de furia, comenzó.
—¡Mataron a Giovanni Rossi y no nos involucraron! ¿¡Esa es tu alianza!? —gritó, su tono tan acusador como el veneno en sus palabras. La tensión en el aire creció al instante, y el orgullo de Dorian pareció chocar con la furia del líder de los Smith. Ambos habían estado aliados por un tiempo, pero yo sabía lo suficiente para saber que esas alianzas nunca eran más que acuerdos frágiles.
—Te dije que no era necesario involucrar a nadie más, Gabriel. —Dorian respondió con calma, su voz controlada, pero el enojo detrás de cada palabra era palpable. Él siempre mantuvo ese aire de superioridad, incluso cuando las cosas se ponían tensas, pero yo podía ver que Gabriel lo estaba llevando al límite.
Gabriel no se detuvo, claro, nunca lo hacía. Su mirada se desvió hacia mí, y lo que dijo a continuación hizo que mi sangre hirviera.
—¡Además, traes a esta perra a tu casa y la haces pasar como tu pareja! —su voz era un cuchillo, afilada y venenosa, lo miraba directamente, la furia surgiendo dentro de mí.
Dorian, en un parpadeo, dio un paso al frente, su cuerpo tensándose con la furia de un hombre que sabe cómo destruir con sus palabras, pero también con sus manos. Pero antes de que pudiera decir algo, me adelanté.
—¿Perra? —mi voz fue fría, cortante. No había espacio para el miedo, solo para la furia. Me adelanté más, sin moverme del todo hacia Gabriel, pero sí acercándome lo suficiente para que supiera que no me intimidaba. —No soy una perra, Gabriel. Y te sugiero que te acuerdes de con quién estás hablando antes de soltar esas palabras.
Dorian me miró, sorprendido por mi valentía, pero no me detuvo. Sabía que, en este momento, las palabras importaban más que cualquier otra cosa. Gabriel se rió, una risa baja y burlona.
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El rubí del Emperador [+18]
Romance-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...