Dorian.
Me quedé frente a ella, de rodillas, sosteniendo sus manos como si fueran lo único que me mantenía en pie. Sus palabras aún resonaban en mi cabeza, cada una perforándome como un puñal. Había sabido del infierno que era Heaven's, pero jamás imaginé que una de las almas que había caído en sus garras fuera quien me tendría aquí, así, buscando su perdón.—Athena... —mi voz se quebró, las lágrimas amenazando con escapar. —Perdóname. Por todo. Por lo que te hicieron.
Ella me miró, sus ojos llenos de algo que no podía descifrar: dolor, ira, quizás hasta desprecio. Me sentí pequeño bajo su mirada, como si toda la fortaleza que había construido a lo largo de los años no fuera más que un castillo de arena.
—Dorian... —empezó, pero la interrumpí.
—Yo soy dueño de ese lugar. —las palabras saliendo de mi boca como veneno. —Cuando tuviste que entrar allí, yo tenía la propiedad de Heaven's bajo mi nombre.
Mi voz se quebró, y aparté la mirada, incapaz de enfrentar su expresión.
—Athena, yo sabía que estabas allí. Pero no imaginé que entre las mujeres que entraron hace cuatro años, estaba la que se convertiría en mi todo.
El silencio que siguió fue sofocante. Sentí su mano temblar en la mía, pero no la soltó. Quizás porque estaba demasiado conmocionada, quizás porque aún tenía algo que decirme.
—El padre de Alex...Era un aliado necesario en ese entonces. Yo no cuestioné las mujeres que entraban. Solo veía números y acuerdos. Soy un maldito cobarde. —Mi voz se convirtió en un susurro—. Si hubiera sabido que sucedería todo esto, habría destruido ese lugar con mis propias manos hace mucho.
Ella soltó mis manos y se alejó. Pensé que me dejaría allí, pero no lo hizo. Caminó hasta la ventana.
—¿Y qué harás ahora? —preguntó, sin volverse.
—Lo que debería haber hecho hace años.
Me levanté, limpiándome las lágrimas que se habían escapado. Mi corazón latía con fuerza, pero mi mente estaba clara.
—Voy a acabar con todo. Cualquiera que haya puesto un dedo en ti o en las demás mujeres. Heaven's ya no es como antes, pero lo que queda... lo destruiré.
Ella se giró lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de emociones que me era imposible descifrar.
—¿Y eso te hará sentir mejor? —preguntó, con una calma que me desgarró.
—No. —admití sin dudarlo. —Pero al menos será un comienzo. No puedo cambiar lo que pasó, Athena, pero puedo asegurarme de que nadie más pase por lo mismo. Y puedo jurarte que pasaré cada día de mi vida compensándote.
Ella me observó durante lo que parecieron horas. Finalmente, caminó hacia mí, no me abrazó ni me tocó, pero sus palabras me dieron un destello de esperanza.
—No quiero tu culpa, Dorian. Quiero tu lealtad. Tu amor. Quiero que seas el hombre que necesito, no el que eras antes.
Asentí, sabiendo que no merecía su perdón, pero dispuesto a ganármelo.
—Lo seré. Por ti, Athena, seré cualquier cosa.
Atravesé los pasillos de la mansión con pasos firmes, sintiendo cómo la ira y la determinación se mezclaban en mi pecho. Convocaría a los hombres en los que más confiaba, porque esto no era solo un ajuste de cuentas: era el inicio de una purga.
Dejé a Athena en la sala con Neva, quien ya había empezado a hablarle con esa calidez propia de su amistad. Sabía que las dos necesitaban ese momento juntas, pero mientras ellas reían y compartían, yo tenía una misión más oscura en mente.
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El rubí del Emperador [+18]
Romance-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...