Capítulo 35| Alma

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El día de la ecografía había llegado, y, por alguna razón, me sentía más irritada de lo habitual. El calor en mi rostro no solo era por la incomodidad de la consulta médica, sino porque no podía dejar de pensar en cómo mi cuerpo había cambiado. Era como si no pudiera encajar con la nueva versión de mí misma.

Dante estaba allí, como siempre, observándome con esos ojos protectores, pero había algo en su mirada que no lograba entender del todo. Me dijo que me quedara tranquila, que todo iría bien, que los bebés estaban perfectos. Sin embargo, todo lo que sentía era frustración. Tres bebés. Tres pequeñas vidas que ya ocupaban espacio en mi cuerpo, y, por alguna razón, no lograba aceptar cómo todo esto me estaba afectando.

—No estoy feliz con mi cuerpo —murmuré, mirando mi reflejo en la ventana mientras esperaba a que la enfermera llegara con los resultados.

Dante me miró, su rostro reflejaba algo entre preocupación y comprensión, pero también una pizca de desconcierto. Sabía que mis hormonas estaban fuera de control, que no era realmente yo quien hablaba, pero la sensación de estar fuera de lugar era demasiado fuerte.

—Alma... —dijo con suavidad, acercándose a mí—, todo esto es una parte natural del proceso. Los bebés están bien, y tú también. Solo es un ajuste.

—¿Un ajuste? —respondí, elevando el tono, aún sintiéndome a flor de piel. Mi paciencia se había agotado rápidamente—. ¿Tú crees que esto es solo un ajuste?

La enfermera entró en la sala con la ecografía y las imágenes de los bebés. Mis tres trillizos. Los vi en la pantalla, pequeños pero perfectamente formados. Sin embargo, el malestar que sentía solo aumentó. No me gustaba ver esa barriguita que comenzaba a formarse, no me gustaba cómo me veía. ¿Por qué no podía estar feliz? Todos me decían que debía estarlo.

Dante, al ver mi cara, trató de calmarme, pero algo dentro de mí no lo dejaba. Sus palabras ya no me llegaban como antes, y empecé a sentirme más aislada de lo que nunca había sido.

Después de la consulta, regresamos al coche. Yo estaba callada, cabreada, frustrada y... decepcionada conmigo misma. Dante lo notó inmediatamente, pero no se atrevió a decir nada. Era mejor no presionar.

Cuando llegamos a casa, la tensión seguía allí, palpable, flotando entre nosotros. Dante, con su usual calma, intentó hacerme sonreír, pero no lo conseguía. Y entonces, finalmente, algo se rompió.

—Alma, ya basta —dijo, de forma firme, al verme caminar sin decir palabra alguna. Al principio, pensé que me estaba dando espacio, pero pronto las palabras salieron de su boca—: Tu actitud... me está molestando.

En mi interior, una chispa de rabia comenzó a encenderse.

—¿Qué? ¿Qué dijiste? —respondí, girándome para mirarlo. No podía creer lo que escuchaba.

Dante frunció el ceño, molesto, pero trató de calmarme. Lo peor de todo fue que sus palabras me golpearon de forma inesperada. En lugar de ser el consuelo que necesitaba, me había dado el empujón que me faltaba.

La ira creció en mí, y sin pensarlo, le lancé una mirada cargada de furia.

—Solo quiero estar tranquila —dije, y sin darle oportunidad de hablar, me giré y subí a las escaleras, ignorándolo por completo. No quería escuchar sus disculpas ni sus intentos por hacerme sentir mejor. No hoy. Hoy estaba demasiado cabreada.

El resto del día pasó sin mucha interacción entre nosotros. Dante salió por la tarde a trabajar, y yo me quedé sola con mis pensamientos y mi frustración. Los bebés dentro de mí no dejaban de moverse, pero eso solo aumentaba la ansiedad en mi pecho.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora