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SEGUÍ CAMINANDO UN poco apurada hacia el lugar en el que me encontraría con Margarita para ayudar.
De primera yo había pensado que quizás me cruzaría con ella, pero ya estaba a unas tres cuadras y nada. Probablemente ella ya estaba.
Seguía con una sensación extraña dentro mío, pero ya no sabía qué hacer para evitarla. Caminé derecho, un poco atenta a cualquier cosa, pero me detuve abruptamente cuando un auto se detuvo en mi camino, justo cuando cruzaba la calle.
Mi estómago se revolvió de los nervios, ya que casi me atropellaban. No porque yo haya cruzado mal, el conductor había frenado de repente.
De la nada, uno de los hombres del auto salió, poniéndose en mi camino, derecho y seguro de lo que hacía. Yo tragué saliva, e intenté ignorarlo, caminando al costado suyo. Se interpuso nuevamente en mi camino. Fui al otro costado, y lo hizo de vuelta. De pronto, queriendo salir corriendo hacia detrás mío, el hombre me detuvo. Mi primera reacción fue gritar tanto que me doliera la garganta, incluso cuando el hombre me tapó la boca con su mano.
El hombre me empujó hasta que empezara a caminar yo sola hacia su auto, y como no sabía qué hacer de los nervios y lo mal que lo estaba pasando, obedecí. Cuando me metí en ese auto, arrancaron los dos hombres con todo. Uno lo tenía al lado mío, en la parte de atrás, y el otro conducía. Ahí empecé a entrar en pánico. No sabía dónde estaba yendo, pero por suerte era justo el camino hacia el lugar donde iba a ir con Mar. Capaz me la encontraba por ahí y podría llamar a alguien… no sé. Pensé mil cosas en esos segundos en los que el auto iba a toda velocidad. Mis manos temblaban de los nervios y solo esperaba que todo salga bien y poder escapar.
— Quédate quieta, piba. Si igual no vas a salir de esta. — me dijo uno, el que estaba al lado mío.
— Yo… yo no tengo nada. — traté de explicarme, aunque mi voz salió temblorosa.
De pronto, el hombre sacó un arma, y si antes estaba nerviosa, ahora era peor la situación. No podía dejar de ver el arma con shock.
— ¡Ay, no! No, no, no. ¡No hace falta la amenaza! Podemos hablar, ¿eh? Hablemos. Hablemos.
El hombre me ignoró, y justo el auto pareció bajar la velocidad hasta frenar. Miré a todos lados, perdida totalmente. No entendía qué estaba pasando.
— ¿Qué pasa? — le preguntó el de al lado mío al conductor —. Tubo, ¿qué pasa? — el tal Tubo empezó a golpear el auto y a tocar mil cosas —. ¡¿Qué pasa, Tubo?!
— No sé. Paró. — le respondió el otro. Yo quedé impactada pero con miedo de lo que pueda pasar a continuación.
El de al lado mío bufó y miró hacia atrás.
— Te dije que este auto es un desastre, viejo — le dijo Tubo de vuelta, intentando arrancar el auto –por quinta vez– pero no lo consiguió —. Hay que cambiarlo.