"FOUTTE" (PARTE UNO)

30 9 3
                                    

Creí que había pasado lo más difícil cuando Mikasa llevo a William al hospital a verme. Estaba asustado y no dejó de llorar contra mi pecho. No supe qué decirle cuando pregunto por todos esos moretones en mi cuerpo, así que seguí con la mentira que Mikasa le dijo.


"Caí de las escaleras, por eso no debes correr"


Odiaba mentirle.


"Mamá, ¿dónde está papá?"


"Tuvo que irse de viaje"


"Quiero volver a casa"


"Ahora tendremos una nueva casa"


"Quiero mis juguetes, quiero regresar a mi escuela"


Antes de lo que pensaba se me terminaron las mentiras.


Ver a mi hijo llorar me causo tanta angustia y dolor, que de nuevo maldije a Reiner a Historia y todos sus compañeros. Le habían arrebatado a mi hijo todo lo que conocía, incluyendo a su padre. Y entonces entendí, no eran Reiner e Historia los culpables, a fin de cuentas solo hicieron su trabajo.


El único culpable de que mi hijo estuviera asustado era Erwin.


Esa idea me lleno de valor, me sentía convencida de que lo que hacía era lo correcto, que tenia la fuerza necesaria para encarar al mismo infierno con tal de que William no tuviese que sufrir.


Pero me engañe a mi misma.


En cuanto vi la puerta que separaba el corredor de la sala de juicios me volví a sentir pequeña e incapaz de siquiera decir más de dos palabras sin echar a llorar.


-¿Estas bien?


Su voz me trajo de vuelta.


-Si - susurre. Mire mis uñas, estaban cortas y un poco mordidas - ¿puedo ir al baño?


- Si, aún tenemos tiempo - Reiner se mantenía tan tranquilo desde que llegamos pero ese ligero "tic" de rascarse la mejilla cada cierto tiempo me dio la ligera idea de que estaba nervioso. Quizá piensa que la voy a cargar. - esta al final del pasillo. ¿Quieres que te acompañe?


- No, regreso en un momento - camine en la dirección que dijo. Sentí los ojos del rubio en mi espalda hasta que le pesada puerta se cerro tras de mi.


Había al menos cinco cubículos cada uno con una puerta de madera oscura, frente a estas había cinco lavamanos cada uno con un espejo de un tamaño considerable.


Todo el lugar parecía limpio pero tan sobrio como cualquier oficina gubernamental. El piso seguía con el patrón de cuadros qué venía desde el pasillo y la entrada principal.


Me adentre despacio pues no quería que mis pasos interrumpieran a la chica con un traje entallado color gris. Quizá era abogada o alguna asistente pero se veía tan segura de si misma que en comparación, mi atuendo me hacia ver como una repartidora de biblias. La blusa blanca con las mangas bajo los codos, unos jeans y unas zapatillas deportivas me hacían sentir tan simple.


Mi estilo siempre fue discreto pero con un toque de coquetería, sobre todo cuando iba con él.


Erwin siempre apreciaba un estilo sofisticado. Siempre me arreglaba para él. Quizá debí pintarme al menos, cubrir las marcas rojizas y moretones, las ojeras, cualquier rastro del tormento que han sido mis últimos días.


Vi a la elegante mujer terminar con su maquillaje y darme una sonrisa amable a través del espejo para después retirarse.


Carajo, al menos debí pedirle un poco de labial.


Arregle lo mejor que pude mi aspecto esperando que debajo de las marcas estuviera aun la mujer que hace años le gustó en aquel café.


De regreso al pasillo, vi al rubio esperando frente a la puerta de la sala.


-¿Estas bien? - de nuevo sus ojos me analizaban.


- Eso creo


- Puedes hacerlo Odette, yo voy a estar ahí. No dejaré que nada de te pase - su sonrisa era cálida, ayudaba con el témpano que tenía dentro de mi cuerpo y me acariciaba con escalofríos.


Con lentitud abrió la puerta, era grande y se veía pesada pero Reiner la abrió con facilidad y dejo el espacio suficiente para entrar. Pude ver el estrado al lado del lugar donde un hombre con túnica negra esperaba. Varias personas sentadas en unas gradas que analizaban las palabras de la fiscal quien permanecía serena recargada sobre un escritorio de madera.


Del otro lado estaba un escritorio similar pero había dos siluetas masculinas sentadas tras del mueble. Pude ver su cabello rubio brillar, estaba bien peinado y su estatura rebasaba la del hombre sentado junto a él.


En las filas de asientos había varias personas que no apartaban la vista del escenario principal.


Quise huir, salir corriendo y esconderme donde nadie pudiera encontrarme pero la voz de la abogada Zoe lanzó algún hechizo que impidió mi glorioso escape.


-La fiscalía llama a su testigo, la señora Odette Harrison.


Mis piernas se volvieron de gelatina, la enorme sala se volvió un lugar tan pequeño y asfixiante que no sé cómo todas estas personas no se peleaban por el oxígeno.


Reiner se me acercó y murmuro algo antes de empezar a caminar al frente. Clave la vista en su espalda frente a mí aunque podía sentir todos los ojos de los presentes en mi, oía los murmuro tras mi espalda pero no entendí ni una sola palabra.


-Me quedare aquí - dijo el rubio - todo estará bien Odette, solo mírame a mi. No veas a nadie más en esta sala.


- De acuerdo - susurre.


Seguí al oficial que me escolto hasta el estrado.


Lo sentía, sentía sus ojos azules clavados en mí. Una parte de mi quería verlo, correr a sus brazos y suplicar su perdón. Quería preguntarle cómo estaba, si acaso lo tenían en una celda, si había comido bien, si tenía una cama decente. Una parte de mi gritaba en mi cabeza una y otra vez que era una perra traidora, decepcionar al hombre que amo era sucio y ruin.


"Eres una verdadera puta, hacerle esto. Después de todo lo que te ha dado, después de todo lo que... lo que me ha hecho"


Hace tiempo, cuando iba a la preparatoria teníamos una clase. Una materia que solo servía para rellenar nuestros horarios, una clase que podías pasar con los ojos cerrados.


Nunca creí en la psicología, solo era una trampa como el tarot y todo eso del esoterismo para ganar dinero pero, por alguna razón, mi mente trajo un recuerdo de esos días. La maestra que era una psicóloga de la ciudad hablo de algo, algo raro llamado síndrome de Estocolmo. Donde la víctima desarrolla sentimientos hacia su verdugo.


Recuerdo que en ese momento me pareció de lo más ridículo, cómo puedes sentir algo por la persona que te daña pero en cuanto levante la vista y me encontré con la mirada intensa de Erwin Smith, la idea de amarlo no me pareció ridículo.


Mi corazón comenzó a latir tan rápido y fuerte, mi piel se lleno de un sudor helado que me cortaba la piel. Recordé la infinidad de veces que lo vi sentado tras un escritorio, tan elegante, tan atractivo, tan intimidante que por un momento creí que yo era la acusada y él era el juez listo para dictar mi sentencia.


-Señora Harrison, jura decir la verdad y solo la verdad ante esta corte - la voz gruesa del oficial frente a mí me rescato de esa mirada inflexible. - señora Harrison, ¿lo jura? - repitió con un tono menos amable.


- Si...



Odette | Reiner BraunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora