Recuerdo que cuando era niña mi madre me llevaba a mis clases de ballet. Cada martes y jueves me convertía en la promesa del ballet, la siguiente Diana Vishneva. Me veía a mí misma con un hermoso leotardo blanco frente a una multitud que lanzaba flores al escenario mientras no dejaban de aplaudir y gritar mi nombre.
Lo que más me gustaba de ser una bailarina era esa sonrisa de orgullo que mi madre ponía en cada una de mis presentaciones. Ella adoraba el ballet, aunque sus pies planos no la dejaron cumplir su sueño era una real conocedora de la danza
"Llevas el nombre de una princesa"
Evelyn Harrison creyó que llamar a su única hija como el personaje principal de una obra de ballet era buena idea. Creo que mi madre olvido la parte en la que un brujo hechizaba a la princesa, le rompían el corazón y en algunas versiones ella moría de dolor y tristeza.
-¿Cómo se le ocurrió a tu puta cabeza que era buena idea? - sus gritos rebotaban por cada pared, al igual que el llanto y las inútiles suplicas. - Las muñecas no hablan.
Otro golpe.
-Solo sirven para jugar - cerré los ojos al oír cosas romperse en el suelo - Solo sirven para coger - el sonido de su puño golpear una y otra vez me erizaba la piel, conocía el sonido a la perfección que no era necesario verlo hundir su mano en el cuerpo de mi amiga - Para bailar... para hacer todo lo que yo les diga.
-Lo siento... por favor - la voz de la mujer apenas era entendible entre el mar de llanto.
- Que les quede claro a todas - sus ojos ardían en una llama de maldad pura. Me pregunto si Rothbart, el villano en el lago de los cisnes, tenía esa misma mirada cuando hechizo a Odette. - Ustedes están aquí para que se las cojan o para lo que yo quiera que hagan. No quiero que - soltó una última patada al cuerpo en el suelo - hablen con nadie, ni con un puto policía o un anciano o si entra un maldito niño. No van a hablar con nadie.
Su figura se paseó frente a las demás que hacíamos una fila como los soldados que esperan alguna orden de su general.
-Deja de llorar - le grito a la mujer que temblaba junto a mí. - Tú - su fuerte mano me apretó del mentón tan fuerte que sus dedos quemaban mi piel - ayúdala y arregla tu maldito maquillaje - dijo antes de salir de aquel cuarto al que llamábamos camerino.
Mis ojos buscaron la figura en el suelo, la pobre chica apenas se movía. El lindo cabello castaño de Sasha se había llenado de su propia sangre. Nos acercamos para ayudarla.
Él tenía un encanto con los golpes, sabia donde dar cada puñetazo con una precisión que asustaba. Era como si supiera de memoria los puntos donde más podía doler una bofetada.
No le gustaba golpearnos, éramos sus lindas muñecas y odiaba lastimarnos. O al menos eso nos decía pero nunca se detenía cuando debía darnos una lección.
Me agache para ver el daño, la pobre no iba a poder salir a "escena" en al menos una semana. Con cuidado la levantamos para llevarla al sillón y curarla.
-Vas a estar bien linda - susurraba Mikasa igual que una madre que trata de calmar a su hijita que se cayó de la bicicleta. - Ya no llores.
Somos sus muñecas.
Y las muñecas no lloran.
Las muñecas no sienten.
Las muñecas no piensan.
Las muñecas son perfectas.
Las muñecas siempre sonríen.
Las muñecas hacen solo lo que otros quieren.
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Odette | Reiner Braun
Hayran Kurgu"Llevas el nombre de una princesa" Evelyn Harrison creyó que llamar a su única hija como el personaje principal de una obra de ballet era buena idea, quiza pensó que al hacerlo, su hija creceria llena de encanto y belleza, tal como narra la historia...