Capítulo 23: El comienzo.
Siete años atrás...
Seis semanas, cuarenta y dos días, más de mil minutos. El tiempo era en lo único que podía concentrarse. Estaba obsesionada con ello. Desde que la sentencia de David Becker fue fijada en lo único que podía pensar era en el momento que él estaría fuera.
Por más que intentaba decirse a sí misma que era libre, simplemente no podía aferrarse a ello. David no permanecería en prisión por siempre y la última amenaza que él había gritado en su dirección mientras era esposado era que tarde o temprano volvería por lo que era suyo.
Cuatro días la había mantenido encerrada en su propia habitación y en todo ese tiempo lo único que había escuchado de él eran esas palabras: «Mía». Para él, ella era un objeto. Había intentado alejar todos aquellos pensamientos de su cabeza pero seguían volviendo constantemente a atormentarla.
Durante todo ese tiempo estuvo viviendo con Lynn. Su departamento ya no le pertenecía desde el momento en que David la volvió victima en el lugar que ella solía llamar hogar.
Tampoco había salido de la habitación desde entonces. Se sentía culpable porque Lynn se encargaba de incluso llevarle la comida a la cama cuando ella ni siquiera se molestaba en volver a clases. Le costaba no pensar en los cuestionamientos constantes de David sobre con quién hablaba por teléfono o quién se acercaba a ella para saludarla. Había decidido alejarse de cualquier actividad social para evitar alterar los celos de su novio.
«Ex novio, Ashley» Se recordó a sí misma.
Su mirada se perdió en la vista de la ciudad. Cada luz encendida indicaba a una persona viviendo su vida y ella sentía envidia por ese pequeño detalle. Ellos no saldrían y mirarían sobre su hombro para asegurarse de no estar haciendo algo malo.
Apretó la manta que rodeaba sus hombros mientras se sentaba en el alfeizar de la ventana. Aquel lugar se había convertido en lo único que veía en las últimas semanas. Las personas podrían creer que después de haber estado encerrada, privada de movimiento, lo primero que querría hacer sería saltar fuera de casa y apreciar el aire libre.
Pero ella no podía. Aun sin las cuerdas se sentía atada a la habitación.
Un golpe en la puerta hizo que su corazón latiera desbocado. Apretó los puños y contó hasta diez para obligarse a recordar que ese no era David y que no entraría con una bandeja de comida diciéndole que de ahora en adelante la única compañía que le haría falta sería la suya.
―Ashley, ¿estás ahí? ―llamó una voz masculina desde el otro lado de la puerta.
Supo que no era Lynn porque había tocado pero ahora que escuchaba aquella voz no sabía identificarla. No había tenido contacto con nadie más desde que entró ahí.
Tomó aire y se levantó para abrir la puerta con un poco de recelo. La desconfianza y el nerviosismo fue olvidado tan pronto reconoció el rostro masculino de la persona que aguardaba por ella. Aquel rostro le había traído una inmensa tranquilidad cuando lo vio entrar en su habitación y corrió a desatar las cuerdas de sus muñecas.
―¿Puedo pasar? ―preguntó al observarla sin decir nada. Ella asintió y se alejó de la puerta para dejarle entrar.
Nathan era lo más parecido a un ángel, de hecho, esa era la única palabra con la que había podido describirlo desde que se lanzó sobre David cuando éste llegó justo en el momento en que él terminaba con las cuerdas de sus tobillos.
Lynn llamaba a la policía mientras su primo propinaba golpes a diestra y siniestra al rostro de David. El casero había tenido que intervenir, no porque quisiera ayudar a David, sino porque no quería que alguien tan joven como Nathan fuera a terminar en la cárcel por alguien que no valía la pena.
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Desde el principio... Otra vez ©
ChickLitAlgunas veces se reciben segundas oportunidades sin pedirlas.