5. De cuando estás muerta en vida.

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- Dean - su nombre salió de sus labios como un suspiro, como un lamento, con voz cargada de desesperación, de soledad, de perdida, de amor.

Solía despertarse mirando fijamente una habitación vacía, con el cuerpo paralizado. No podía recordar cuando no vivía sin ese disfraz, pensando que ella tenía la culpa de su estado actual.

Nada era igual, pero tampoco era tan malo como pensó, sólo le quemaba cuando respiraba y no podía estar sola sin hundirse en un dolor horrible. No era tan fácil para ella decir adiós, menos cuando toda ella lo quería de vuelta en su vida y lo necesitaba en cada momento. No podía dejarle ir, aunque sabía que debía, no podía y no le importa retenerlo aquí, era egoísta. No podía.

Habían pasado ya tres meses y doce días desde el momento en el que él se fue, arrancándole la vida, el alma y el corazón.

Tres meses y doce días que no tenía ni idea de cuándo o cómo había pasado. Tres meses y doce días en los que no había dejado de pensarlo, de amarlo, de extrañarlo. Tres meses y doce días y seguía estando ahí. Tres meses y doce días y ella intentaba ponerse mejor. Tres meses y doce días y seguía siendo difícil. Tres meses y doce días y seguía respirando milagrosamente. Tres meses y doce días desde que se convirtió en lo que ahora era: un cuerpo que vagaba por el mundo, sin rumbo, sin dirección, buscando algo que sabe que jamás hallará.

Escondió su rostro entre sus manos tratando de menguar el sonido de sus sollozos, mientras que apretaba su pecho fuertemente con sus antebrazos en un fallido intento de no colapsar por la ola de sentimientos que ahora la golpeaban de forma absurda y brutal. Por su cuerpo recorría veneno, un veneno que la hacía estremecer de desolación, un dolor inaguantable que la destruía por dentro, que rompía todo a su paso, que sólo dejaba vacio, un dolor interminable. Constantemente se preguntaba cuando acabaría todo esto, quería morir, sentía que no resistiría un minuto más. Sin él, ella quería morir.

Le aterraba olvidar, le aterraba dejar a él en el pasado, en el abandono. Las lágrimas siguieron mojando sus mejillas; todas las mañanas se levantaba y lo primero que hacía era invocar su recuerdo y todas las mañanas lloraba porque poco a poco se iba dando cuenta de cómo lentamente los recuerdos que mantenía de él se iban haciendo más efímeros y borrosos.

¡No! - se gritaba acérrimamente -. No es como si nunca hubiera existido, ahora él está más presente que nunca, no me permitiré olvidarlo. No lo haré. Ni si quiera lo intentaré, él vivirá en mí por siempre.

Ahora lo que quedaba de ella, era lo que pretendía ser: tan tranquila, pero tan rota por dentro. Estaba tan confundida, era norte y sur, y probablemente nunca entendería todo, pero lo que sabía era que nunca fue su intención caminar en éste mundo sin él. Aunque lo iba a intentar.

Desde aquel trece de octubre cuando él se fue y ella intentó alcanzarlo, se dio cuenta de que no podría, que no tenía el valor..., o la cobardía para hacerlo.

Ese día, ella despertó en una camilla del hospital; lo que había hecho que se desmayase fueron las pastillas para dormir, no la cortada que se hizo en la muñeca, aunque de todos modos perdió un poco de sangre por ese motivo. Ver la cara de preocupación de sus familiares y amigos bastó para que nunca más intentara hacer algo como eso, no podía volver a tratar de solucionar las cosas de la forma más cobarde y egoísta.

Pero estaba mejorando, aunque ella no se daba cuenta, estaba mejorando lentamente.

Ahora que él se había ido, ella se preguntaba por qué la dejó aquí, pensaba en eso una y otra vez. Sabía que nunca volvería pero ella, aún esperanzada y sabiendo que no pasaría, esperaba que él pudiera escucharla y viniera a decirle que todo estaría bien..., y aguantaba.

MISTAKELANDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora