7. De cuando en un fin de semana todo cambia.

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Los hilos de luz solar traspasaron las cortinas y terminaron iluminando la cara de la chica, quien bufó molesta: de nuevo el sol la había despertado, era la tercera vez en sólo una semana.

Le dio la espalda a la ventana e intentó volver a conciliar el sueño, pero chocó con un cuerpo: un intruso en su propia cama. - Megan, ¿qué haces aquí? - preguntó con voz somnolienta y sus ojos aún cerrados.

- Yo duermo aquí, ¿cuál es tu excusa? - rió la niña, debido a la confusión de su hermana mayor.

- No jodas, es mi dormitorio - Megan hizo un sonido raro, como si se ahogara, haciendo que Fay abra los ojos.

- Le contaré a mamá que dijiste malas palabras - los ojos de la niña estaban abiertos al máximo y miraba sorprendida a su hermana, como si no pudiera creer que esas palabras hayan salido de su boca. Fay tenía prohibido decir malas palabras, más aún frente a su hermana, y justamente por eso lo hacía.

- ¿Qué dije?

- Dijiste: "no jodas" - repitió Megan con horror en la voz, Fay sonrió.

- Ahora tú también lo dijiste, se lo contaré a Sam.

- Lo hice porque tú me lo pediste.

- Bien, sólo vete - volvió a cerrar los ojos, pero los abrió de golpe al ver un montón de muebles rosas. Definitivamente, esa no era su habitación. Se sentó de golpe en la cama, asustando a Megan -. ¿Qué hago aquí? - siguió mirando a su alrededor, hasta que localizó a su hermana.

Megan se encogió de hombros. - No lo sé, viniste cuando ya estaba amaneciendo y te lanzaste sobre mí.

Fay entrecerró los ojos, mirando con una mueca de fastidio la habitación, preguntándose cómo podía ser que a Megan le gustaran las cosas rosas y esponjosas, aunque la habitación de su hermana menor no era muy diferente a la habitación de su amiga Snow. - Me voy - se puso de pie con mucha dificultad y salió cojeando lo más rápido que pudo de esa habitación.

La casa estaba completamente iluminada y el sonido de los cubiertos al chocar le avisó a la chica que sus padres estaban en el comedor, desayunando. El olor a café llenó sus fosas nasales e hizo una mueca de asco: ella odiaba el café.

- ¡Megan, Fay, bajen a desayunar! - la voz de Sam nunca le sonó tan molesta como hasta ese entonces.

Rengueaba por el pasillo lo más rápido que su pie sano le permitía. Exactamente una semana había pasado desde que se había lastimado el tobillo y éste mejoraba muy deprisa. Ya no estaba hinchado, pero le dolía al pisar, así que no lo hacía totalmente, sólo se apoyaba apenas en la punta de su talón.

Golpes en la madera de la puerta la sobresaltaron un poco y la hicieron olvidar en qué estaba pensando. - Fay, ¿estás ahí dentro?

La chica rodó los ojos. - Sí, Chris, ya salgo - se secó la cara con la toalla de mano y abrió la puerta -. ¿Qué pasa?

Hizo una mueca que a Fay le pareció de disculpas. - Tu mamá quiere que bajes a desayunar y me dijo que te ayude a bajar las escaleras - Fay puso mala cara, odiaba que estén demasiado pendientes de ella, su tobillo sanaría en unos días más.

- Ah, eso..., bueno, no; puedo bajar sola - aseguró, haciendo reír a su padre.

- ¿Qué parte de "reposo total" no entiendes?

Ella rodó los ojos. - Bien, si tanto insisten con ese tema y si de verdad quieren que repose, ¿por qué no me llevan el desayuno a la cama?, los estaré esperando acostada - pasó al lado de su padre y siguió caminando derecho hacia su dormitorio.

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