Capítulo 18. Luz y Oscuridad.

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Capítulo18. Luz y Oscuridad.

Cuando Bardo le ordenó a su hijo que los enanos no tenían que salir de la casa, los enanos y las chicas se vieron obligados a aprovechar la oportunidad; así que cuando Bardo salió tuvieron que apartar al muchacho, luego fueron a la herrería (donde estaban todas la armas), algunos entraron por una escalera hecho por los enanos y los que se quedaron afuera estaban esperando.

Los que entraron fueron: Thorin, Kili, Bilbo, Ilmarë (ya con su altura normal) y Nori. Pero, cuando Thorin les dio un arma a cada uno (me refiero a Kili e Ilamrë), se preocupó al verlo muy pálidos así que les preguntó que si estaban bien y ellos dijeron que sí, pero al tratar de bajar Kili se cayó e Ilmarë también. Para el colmo, llegaron los soldados y los llevaron frente al obeso gobernador.

— ¿Qué significa todo esto?— preguntó el gordo gobernador, mientras salía de lo que sería su enorme casa, seguido de Alfrid.
—Los atrapamos robando armas, señor— dijo el guardia al mando.
—Ah, conque enemigos del estado ¿eh?
—Un montón de mercenarios desesperados, si es que lo fueron, señor— dijo Alfrid en forma de insulto.
—¡Cierra el pico! No saben con quién hablan. Este no es un criminal cualquiera. ¡Este es Thorin, hijo de Thrain, hijo de Thror!—dijo Dwalin defendiendo a su amigo y líder, en cambio, Thorin nada más en forma de agradecimiento asintió con la cabeza. Todos los demás al oír aquellas palabras, abrieron los ojos como platos pues estaban en verdad sorprendidos.
—Somos los enanos de Erebor—empezó a hablar Thorin, a la par que la gente del alrededor comenzaba a murmurar—Hemos venido a reclamar nuestra tierra. Recuerdo los viejos tiempos de este pueblo. Flotas de botes cubrían el puerto, llenos de sedas y gemas finas. No era un pueblo olvidado en un lago. Este era el centro del comercio de todo el Norte. Yo vería regresar esposo días. ¡Encendería de nuevo las grandes forjas de los enanos y enviaríamos lujos y riquezas de nuevo desde los Salones de Erebor! — toda la gente estaba comenzando a apoyar las palabras del enano, se estaban emocionando de poder volver a tener las riquezas que en antaño tenían.
—¡Muerte!— se escuchó entre la multitud— ¡Eso es lo que nos traerás!— dijo Bardo saliendo de entre los guardias— Fuego del dragón y ruina. Si despiertan a la bestia, nos destruirá a todos.
—Pueden escuchar a este detractor, pero les prometo esto. Si tenemos éxito, todos compartiremos la riqueza de la Montaña. ¡Tendrán suficiente oro para reconstruir Esgaroth 10 veces más!— dijo Thorin emocionando a la multitud.
— ¡Todos ustedes! ¡Escúchenme! ¿Ya olvidaron lo que le sucedió al Valle? ¿Ya olvidaron a aquellos que murieron en la tormenta de fuego? ¿Y con qué propósito? ¡La a vicia ciega de un Rey de la Montaña, tan desgarrada por la ambición que no podía ver más allá de sus deseos!— dijo Bardo tratando de hacer entender al pueblo una de las posibles consecuencias. Pero, Thorin al escuchar todo lo que dijo se volteó enojado al escucharlo hablar así de su abuelo.
—Ninguno de nosotros debería de apresurase a echar culpas—empezó el disque gobernador, tratando de calmar a todos— ¡No olvidemos que fue, Señor de Valle, tu ancestro —señaló a Bardo con el dedo— quien no pudo matar a la bestia!
Todo el mundo empezó, otra vez, a hacer un alboroto. Thorin veía sorprendido a Bardo por tal revelación.
—Es verdad, señor. Sabemos la historia, flecha tras flecha disparaba y ninguna dio en el blanco— se burló Alfred. Bardo bajó la vista.
—Oh vamos, cállense. Ustedes no tienen ningún derecho a hablar así de un hombre como Bardo. A puesto a que ustedes no hubieran ni siquiera podido disparar una sola flecha. Ustedes, son unos buenos para nada que no saben hacer otra cosa más que aprovecharse se las riquezas, de la gente, de tragar como unos verdaderos cerdo y ni siquiera son capaces de gobernar un pequeño pueblo— sonó la femenina voz pero cansada de Ilmarë.
Todos se quedaron callados pues no esperaban tal revelación de una joven. Uno de los guardias le asestó un puñetazo en el lugar donde tenía la herida de la flecha, poniéndola más pálida y ahogando un grito.
— ¿Y tú qué sabes cómo es gobernar? Solamente eres una simple mujer que serviría de entretenimiento—dijo Alfred.
— ¡¡Cállate!!— le gritó Kili. La compañía empezó a defender a su amiga y acompañante. Pro para dejar todo esto de lado, Bardo se acercó a Thorin.
—No tienes ningún derecho. Ningún derecho a entrar a esa Montaña.
—Yo tengo el derecho único—Thorin se volteó a hablarle al gobernador— Hablo con el Amo de los Hombres del Lago. ¿Verá que se cumpla la profecía? ¿Compartirá la gran riqueza de nuestro pueblo? ¿Qué dice?
—Te digo... ¡Bienvenido!—dijo el gobernador mientras alzaba los brazos. La multitud estalló en gritos mientras que Bardo veía con enojo a la compañía.

La Estrella a La Derecha (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora