Astrid en multimedia
500 Años después.
Me encontraba por los alrededores del Sagrado Bosque donde todas mis Hermanas y yo vivíamos. Estaba subida en una rama de un gigantesco roble haciendo mi guardia, como siempre. Tenía que tener vigiladas estas lindes con el fin de evitar que ningún intruso se colase, ya que este lugar como bien indica su nombre es sagrado y aquí está prohibido dar caza a cualquier ser vivo de nuestra madre naturaleza.
En ese mismo instante oí a lo lejos unas voces fuertes, como si se tratasen de gritos... Decidí ir a inspeccionar. Fui volando silenciosamente hasta la fuente del escándalo, me escondí entre la copa de un árbol.
La escena se componía por cuatro hombres, tres de ellos estaban de pie mientras que el otro estaba hecho un ovillo en el suelo, recibiendo golpes e insultos de los tres gigantes.
—Sucia escoria, ¿cómo se te ocurre acercarte a la casa de nuestro señor? —Dicho aquello le dio una patada en el estómago.
Decidí que era hora de actuar. Bajé del árbol con delicadeza y me aproximé a ellos por detrás.
—Que valientes que sois, atacando a un pobre diablo que no puede defenderse. —Dije yo. Se giraron sorprendidos pero también con una pizca de temor en la mirada.
—Guardiana. —Dijo uno de ellos. —No estamos dentro del terreno sagrado.
—Lo sé. ¿Por qué le estáis dando una paliza a este individuo? —Inquirí.
—Nuestro señor así lo ha ordenado mi señora Guardiana. —Los tres agacharon la cabeza con la mención de su señor.
—Os olvidáis de que aquí soy vuestra máxima autoridad y que vuestro señor. —Escupí la última palabra. —No tiene ningún poder en estas tierras, que pertenecen a la Hermandad del Bosque. Por lo tanto, largaos.
—Pero nuestro señor nos ordeno... —Comenzó a decir otro.
—Vuestro señor -Recalque. -No impone su autoridad aquí. Así que no lo volveré a decir, fuera.
Un temblor se instaló en el suelo bajo sus pies. Los tres se miraron con cara de miedo y huyeron por patas. Cobardes. Fui donde el hombre está tirado en el suelo.
— ¿Estáis bien? Le pregunté. No obtuve respuesta alguna por lo que me agaché y le di la vuelta al cuerpo inerte.
Por los dioses, su rostro era perfecto, o lo hubiera sido sin esas horribles abultaciones debidas a los terribles golpes sufridos... No lo podía dejar aquí o se congelaría cuando llegase la noche, ya que estamos en pleno invierno. Tampoco podía llevarlo al campamento. Piensa Astrid. Ah, ya lo tengo. Le construiré una cabaña aquí mismo y lo cuidaré.
Gracias a que poseía el don de la tierra y la naturaleza, pude construirle una cabaña en menos de diez minutos, era pequeña pero valdría. Hice que unas raíces se elevaran medio metro del suelo donde el hombre se encontraba y también que naciera un poco de vegetación para que no fuera tan duro.
Le puse unas cuantas plantas a modo de vendas, pero estas le ayudarán más, dado que tienen esencias medicinales. También hice un ungüento con alguna raíz, este lo apliqué en su rostro con la esperanza de que no le quedara ninguna cicatriz.
Me encontraba reclinada en uno de los troncos que componían la pared de la cabaña, cuando comencé a ver que el hombre se movía pausadamente. Había guardado mis alas, para no asustarlo. Él comenzó a emitir quejidos poco sonoros, hasta que abrió los ojos.
— ¿Dónde diablos estoy? —Se preguntó el hombre medio gruñendo, todavía sin verme.
—Estáis en una cabaña en el Bosque. —Le dije con delicadeza mientras revisaba sus vendajes.
—Seguro que he muerto y estoy en el paraíso. —Dijo mirándome ahora fijamente. Yo me reí.
— ¿Estáis loco? —Le conteste todavía riéndome.
—Sois la criatura más hermosa que jamás hayan visto mis ojos... por no mencionar los vuestros.
—Definitivamente, ¡estáis loco señor! —Exclamé.
— ¡Oh no me llaméis señor! —Exclamó ahora él. —Tan solo Brandon. ¿Cuál es vuestro nombre, mi señora?
—Mi nombre, Brandon, no os interesa. Si fuera vos me preocuparían más los hombres que iban a mataros.
— ¿Esos ineptos?, mirad mi señora que bien lo hicieron, pues ahora me complazco de vuestra bella presencia. —No pude evitar reírme de su comentario.
— ¿Por qué os pegaban, Brandon? -Le pregunté con tacto y dulzura.
—Mi señora, mi padre se lo ordenó, el dijo: «Sacad a este insolente bastardo de mi presencia, encargaos de él.». Yo solo quería que me ayudase a darle un entierro digno a mi madre, pero no solo no recibí ni una pizca de clemencia de su parte, sino que me trato peor que a uno de sus perros. La vida es dura, mi señora. Ahora el cuerpo de mi madre no recibirá una sepultura digna.
ESTÁS LEYENDO
Astrid. (Guardianas Del Bosque 1)
FantasyNo lo pensé ni un segundo más, me la llevaría al campamento. Después de todo ninguna de las Hermanas me puede poner objeciones, ya que nuestro deber es preservar la vida y la naturaleza contra todo mal y dejar que la bebé muera es una pura atrocidad...