Capítulo Diecisiete.

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Acababa de llegar a la cabaña, la cual había dejado cubierta de raíces y enredaderas. Cuando entré Brandon se encontraba despierto, mirando al techo.

—Mi Flor,¡Habéis vuelto por fin! La espera se me ha hecho eterna sin vuestra persona. ¿Dónde os encontrabais?

—He ido ha hablar con Fénix, dado que mi trabajo en el castillo ha fracasado... Tenemos que pasar al siguiente plan. ¿Os encontráis bien, vida mía? —Cuestioné.

—Sí, me encuentro perfectamente, salvo alguna leve molestia al moverme... Tus cuidados son milagrosos, tengo suerte de haberos encontrado.

—Yo si que he tenido suerte. —Repliqué llena de amor. —Tengo que pediros algo, vida mía.

—Lo que queráis, mi Flor.

—Tenéis que venir conmigo y otras Guardianas al castillo del Conde.

—Está bien, lo haré. ¿Algo más? —Preguntó.

—Sí, tendremos que fingir que no nos conocemos. Si alguna de mis Hermanas lo descubre, podría ser fatal.

—Lo sé mi dulce Flor, no te preocupes.

Me tumbé con él en el lecho, me acurruqué en sus brazos intentando no hacerle daño. Así me quedé dormida hasta el siguiente amanecer. Me desperté con cuando los primeros rayos de Sol entraron por las ventanas. Miré a Brandon, estaba tan tranquilo, con tanta paz. Lo dejé dormir durante algún tiempo más, pero debíamos reunirnos con las demás Guardianas, así que lo desperté.

—Tengo sueño... —Se quejó Brandon.

—Tenemos que cumplir con el deber. —Contesté.

Él poco a poco fue despejando la mente al nuevo día. Se frotó los ojos. Cuando se despertaba parecía un niño, daban ganas de achucharlo con fuerza y no soltarlo jamás.

—Fénix llegará en cualquier momento a por ti. Será ella la que te lleve al castillo para que nadie sospeche.

Un ligero viento se levantó en el interior de la cabaña, indicándome que ella ya había llegado.

Cuando Brandon y yo nos separamos, fui al campamento para reunirme con el resto de las Guardianas que iríamos al castillo. Una vez todas juntas, desplegamos las alas al unísono y nos echamos a volar. Yo lideraba el grupo.

Conforme cruzábamos la aldea, todos los hombres, mujeres y niños se nos quedaron mirando asombrados. Seguramente ninguno de ellos nos había visto jamás. Eramos las criaturas del Bosque, el cual estaba prohibido para ellos. La nuestra era la <<Antigua Religión>> Como ellos decían. Ahora creían en un solo Dios, para ellos nosotras eramos criaturas paganas y todos los que creyeran en nosotras y siguieran nuestras creencias, eran severamente castigados. A nosotras nos daba igual en que creyesen, siempre y cuando respetasen las Sagradas Leyes del Bosque.

Aterrizamos en el patio del castillo. Todos los sirvientes se quedaron estupefactos a la par que paralizados en sus sitios. La última en bajar del cielo fui yo. La sirvienta personal de la Condesa Diana, Beatriz; que se encontraba en el patio con la hija de los Condes; tenía un gesto de fascinación en el rostro. Me acerqué a ella.

—Buenos días, Beatriz. —La saludé.

—Mi señora. —Ella inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Llevadnos al salón, a mí y al resto de mis Hermanas Guardianas. Queremos ver al Conde.

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Besitos para todxs:D



Astrid. (Guardianas Del Bosque 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora