Capítulo Ocho.

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Ya había finalizado mi tarea, era un elixir a base de hierbas y agua. Esto tendría contenta a la Condesa. Al poco entró ella en la habitación.

-¿Ya habéis acabado? -Preguntó.

-Sí, aquí tenéis mi señora Condesa. -Le entregué el frasco y ella se lo guardó en una pequeña bolsa de tela que llevaba escondida entre las faldas del vestido. -Tomaros un un sorbo antes del acto, más de eso podría dejaros un daño irreparable.

-Entendido. ¿El otro trabajo también lo habéis llevado a buen fin? -Yo solo asentí. -Seguidme.

La Condesa nos llevó a un gran salón con dos enormes sillas en el fondo. En una de ellas, la más grande, estaba sentado un hombre mayor, rondaría la cincuentena. Poseía un corto pelo canoso, sus ropas eran elegantes, el Conde. Detrás de él, se encontraba el hombre al que le entregué la nota de la Condesa. Era rubio, de ojos azules y buen porte.

-Esposo. -Dijo Diana, la Condesa, con voz seca. -Os presento a mi nueva dama, Astrid.

-Es un gran placer para mi persona conoceros al fin, Conde Ambrosio. -Hice una reverencia, procurando que mi escote se hiciese notar. Al alzarme le sonreí sugerente.

-Me alegra teneros como compañía de mi amada esposa, espero que os quedéis un largo tiempo con nosotros.

-Siempre que me sea útil, esposo. -Dijo su esposa cortante.

Comenzaron a hablar de asuntos del Condado, por lo que no presté mucha atención. En lo que si me fijé fue en como la Condesa buscaba en la muñeca del segundo al mando de su marido, ahí se dejaba ver una pequeña cinta roja.

Cuando la reunión se acabo, la Condesa me acorraló en un pasillo. Me agarró del brazo bruscamente.

-¿Qué intenciones tienes para con mi esposo? Os he observado demasiado coqueta. -Iba a contestarle pero me cortó antes de empezar. -Mira, me no me importa. Esto puede ser beneficioso para ambas partes, si lo mantenéis distraído os recompensaré.

-Mi persona no necesita de ninguna recompensa, Condesa, os lo agradezco. -Incliné la cabeza humildemente.

-Como deseéis.

Dicho aquello la señora se marchó velozmente. Yo me quedé allí, en el frío corredor de piedra. Estaba dispuesta a marcharme a mis aposentos, cuando alguien me agarró del brazo bruscamente y me metió en un cuarto pequeño que servia de almacenaje. La susodicha persona, estaba de espaldas a mí, taponando la única vía de escape.

-¿Quién sois?¿Qué queréis? -La sirvienta se giró y ahí pude observar su rostro. Quedé muda por la sorpresa. -¡Madre!¿Qué hacéis aquí?

-He venido a supervisar que todo este bien. También a decirte que se han cambiado los planes... en vez de unos días, tendrás una semana. -Iba a replicarle, cuando me cortó. -Lo sé, sé que lo único que quieres es quitarte esta tarea de encima. Pero ha habido un percance terrible, ya te contaré. Por el momento debes de saber que no puedes ir al campamento.

-Vale... -Contesté dubitativa.

Me encontraba por fin en la paz de mi alcoba. Reflexionando, por una parte tener una semana jugaría en mi favor, así podría seducir mejor al Conde. Lo que no me gustaba, era no poder ver a mi Brandon por una semana...

La mañana ya había llegado, me levanté de la cama y fui a la ventana, la abrí. El suave frío del padre invierno me acarició dulcemente, junto a los primeros rayos de luz del día. Entonces me interrumpieron, llamaron a la puerta bruscamente, para a continuación entrar rápidamente, sin miramientos.

-¡Señorita! ¡Corra! -Me gritó un joven sirviente.

Yo rauda agarré mi manto y fui tras el chico. Este me condujo hasta las habitaciones del Conde.

-¿Qué ha ocurrido? -Le pregunté en cuanto paró frente a las puertas de madera tallada.

-El señor se comió unas semillas negras de una planta. -Dijo el chico asustado. -Su médico no sabía que hacer y me han mandado llamarla.

-No te preocupes. -Le revolví el pelo, y le mostré una amable sonrisa.

Cuando entré me acerque con lentitud a la cama. Tras haber examinado minuciosamente los síntomas de los que padecía el Conde; dilatación de las pupilas, ritmo cardíaco acelerado, alucinaciones, delirio, comportamiento agresivo, y convulsiones; deduje que había ingerido Datura estramonio, más conocida como estramonio.

-María... Perdonadme, yo no quería hacerte daño... -Quedé confusa hasta que creí saber con quien me confundía.

Me acerqué de nuevo a la cama, estábamos solos. De repente me agarró la mano, desesperado. Comenzó a hablar en susurros, incoherencias, hasta que entendí algo de nuevo.

-No debí... no debí... -Decía él con gran esfuerzo, entre temblores.

-¿El que no debiste? -Pregunté intrigada, mientras me solté de su agarre para coger el paño húmedo que había a un lado de la cama. Él solo gimió en respuesta.

-Muy conmovedora la escena. -Una cínica voz emergió de las sombras de la habitación.

Era la Condesa la que hablaba, miraba con rencor a su esposo. Por un momento se me pasó por la cabeza que fue ella la que lo envenenó con esas semillas, ella solo poseía rencor y odio hacía él. Pero mi intuición pocas veces fallaba, y esta me decía que no había sido la noble.

-Si me disculpáis, mi señora Condesa. -Dije mientras me levantaba del lecho para marcharme. -Voy a darles instrucciones a sus médicos...

-No. -Dijo ella tajante. -Quiero que vuestra persona se encargue de ello, esos matasanos no saben hacer nada. No penséis que me importa, es un sádico sin corazón. Lo hago porque sin él. -Lo miró con ojos apagados, cargados de odio. -No soy nadie.

Tenía razón, perdería todo lo que ahora posee, quedando relegada a casarse con algún noble de más baja categoría. Obligada a separarse también de su amante.

Día y medio había pasado desde que el Conde regreso casi abrazando ya a la parca. Entré a a la habitación, corrí las gruesas cortinas para que dejasen pasar la luz del día. Un sonoro quejido resonó en las pareces de la alcoba.

-¡Cierra eso ahora mismo como no quieras que te mande azotar! -Rugió el Conde.

Vaya parece que la bestia ha vuelto a surgir de su escondite.

-Lo lamento, mi señor, pero que os de el aire fresco es vital para vuestra recuperación.

-¡Os lo ordeno! -Volvió a gritar colérico.

Me acerqué a su cama, para que se tranquilizase. Al ver mi rostro se le cambió la cara de amargado a viejo verde.

-¡Oh! Señorita, no sabía que era vuestra merced la que me importunaba, no hubiese utilizado esas maneras. -Dijo meloso.

-No os preocupéis, a mi persona solo le importa que permanezcáis... cómodos. -Conteste mientras le ahuecaba la almohada. Le coloqué los senos en la cara mientras lo hacia.

-Muy amable de vuestra parte.

La sonrisa que surgió en su rostro me dio malos presagios.

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Holaaa!! ¿Qué tal estáis?

¿Qué os parece el Conde Ambrosio?

¿Quién es María?... Seguro que lo sabéis:)

Astrid va a saco, ¿Eh? jajajaja

¿Os gusta la historia?:)

Un besote a todxs los lectorxs!! (incluidos a los fantasmitas). :*



Astrid. (Guardianas Del Bosque 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora