En las lejanías de un bosque encantado, mucho más allá de los cerros y las praderas; existía un enorme árbol. Majestuoso e incorruptible en todo el centro del bosque, ofrecía refugio a toda clase de criaturas. Lo que muchos no sabían es que en su interior se alojaba algo mucho más maravilloso e inesperado. En un orificio hecho en el tronco por algún ave se encontraba una pequeña burbuja, posada con delicadeza sobre una hoja verde de maple. Estaba tan arriba en el tronco y tan bien cubierto por sus ramas, que durante décadas ningún intruso pudo perturbarla ni alterar la vida dentro de ella. Una cálida aldea residía sobre la hoja de maple; los que allí vivían ignoraban por completo la fragilidad de su hogar, y todo aquello que lo rodeaba. Todos se conocían entre sí y vivían tranquilamente; entre ellos: Anabelle.
Hija del líder de la aldea, Anabelle aprovechaba cada oportunidad que podía para divertirse. Entre su estricto padre y su asustadiza madre eran pocos, pero gratos, los momentos que su curiosidad la guiaba a las mayores aventuras. Lamentablemente no tenía muchos amigos con quien compartir, puesto que no habían muchos niños de su misma edad en la aldea, por lo que Anabelle pasaba la mayor parte del tiempo sola o en la compañía de adultos.
Cuando no jugaba, se pasaba las tardes ayudando en pequeñas tareas del hogar. Un día mientras acomodaba la vajilla para la comida escuchó un extraño sonido que provenía de afuera, un desconocido pero hermoso cantar la atrajo a conocer de dónde se originaba. Se detuvo a mirar desde el patio pero no pudo divisar más que a su madre, que trabajaba en el jardín.
—Madre, ¿qué es ese sonido?
—¿Qué sonido? —dijo con indiferencia, sin preocuparse en levantar la vista de su labor.
Se detuvo de nuevo a escuchar; cerró los ojos y se llenó de aire las mejillas, como solía hacer cada vez que quería concentrarse. Y luego de pocos segundos ahí estaba, más leve esta vez.
—¡Ese! ¿Lo oyes madre? Es precioso.
Su madre desconcertada miró a ambos lados y al no escuchar nada se acercó a ella y, moviendo su cabeza de arriba abajo, revisó sus orejas.
—Vamos adentro a lavarte los oídos, tanto sucio te hace escuchar cosas Anabelle.
Confundida, pensaba que la cera en los oídos no podía hacerte escuchar sonidos extraños; por lo contrario, no podrías escuchar ruido alguno. Pero estos dichos no eran nuevos para ella viniendo de su madre, podría decir las frases más insólitas. Una de ellas en especial le hacía meditar por largos ratos.
—No te recuestes tanto tiempo bajo los árboles Anabelle, te pueden salir raíces —decía.
Muchas veces había visto a sus jóvenes vecinos descansando bajo la sombra de un árbol. Ya sea durmiendo, leyendo o jugando a las cartas, nunca a ninguno de ellos se les veía el menor indicio de una raíz saliendo de sus piernas. Esto le hizo recordar como hace un par de semanas uno de ellos ganó un buen canasto de fruta gracias a su excelente habilidad con los naipes. La emoción en el rostro de Anabelle fue tan evidente que aquel joven le ofreció enseñarle a jugar siempre y cuando le diera la mitad de sus ganancias. No parecía un mal trato para ella; después de todo, nunca podría acabarse un canasto como ese ella sola. La última vez que intento comer tres manzanas su estómago se hincho como pelota y le causó un dolor insoportable. Aun así, no se arrepentía de haberlas comido; las manzanas eran para ella el mejor de los manjares, claro está, después de los dulces y las tortas de azúcar ¡Que delicia eran aquellas tortas! Solo pensar en ellas provocaba que se le hiciera agua la boca. No podía esperar a que llegara el domingo, puesto que solo ese día su madre se daba a la tarea de prepararlas.
Todos estos, y muchos otros pensamientos, distrajeron, como de costumbre, la mente de Anabelle. Antes de que se diera cuenta ya se encontraba con los oídos limpios, el cabello cepillado y sus manos lavadas y listas para comer. Para nadie era un secreto que Anabelle se distraía con facilidad, esta era la razón principal por la que su madre no le dejaba estar a cargo de la cocina o de otras labores que necesitaran su completa atención.
Pero esta vez era diferente; a pesar de que sus mejillas no se encontraban llenas de aire, esa melodía había captado por completo su curiosidad, y no hay nada mejor para obtener y mantener la atención y concentración completa de un niño que poniendo su curiosidad en constante ajetreo. Durante toda la comida no hizo más que pensar de dónde pudo haber venido y, más importante aún, quién la hacía sonar. Así que lo primero que hizo al terminar fue encaminarse en la búsqueda de la respuesta a sus preguntas.
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ANABELLE
FantasyLa pequeña Anabelle vive en un mundo acogedor y sin contratiempos, pero pronto algo maravilloso le hará cuestionarse toda su vida y buscará la forma de salir de ella. ¿Le gustará lo que verá allí? ¿A qué peligros podrá enfrentarse? ¿Habrá valido la...