Capítulo IV: Una esperanza jabonosa.

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 Aquel suspiro, que para muchos podría parecer insignificante, resultó ser una corriente se aire lo suficientemente fuerte para convertir el "espejo mágico" de Anabelle en una delicada, pero muy hermosa, burbuja. La pequeña esfera de agua y jabón se quedó flotando en el aire, meciéndose de un lado a otro, mientras Anabelle no podía hacer más que quedarse mirando pasmada la nueva ocurrencia del destino. En ese momento, la luz proveniente de la ventana rodeó la superficie acuosa presentando un nuevo espectáculo; un sinfín de colores aparecieron, tantos, que resultaría imposible creer que cupieran en un espacio tan reducido.

Posó sus manos por debajo de ella, tratando de no tocarla sino más bien de protegerla de cualquier peligro cercano. Pero sus preocupaciones se olvidarían pronto, pues sin darse cuenta comenzó a danzar, moviéndose de un lado a otro, imitaba el movimiento ondulante de los colores que reverberaban en la fina y frágil extensión de jabón. Y de un segundo a otro, la puerta se abre bruscamente y un fuerte viento azota la habitación, empujando la burbuja contra la pared haciéndola explotar, dejando su característica marca tras de sí.

—¿Pero qué haces Anabelle? —preguntó su madre con gran consternación— ¿Y qué haces descalza? Te he dicho que los pies se te pondrán verdes si duras mucho tiempo así. Ven, te llama tu padre; y ponte los zapatos por favor.

Podía ver la silueta de su padre esperando al lado de la mesita del comedor, de espaldas a ella; así que después de calzarse se dirigió lentamente hacia él. Cerró la puerta de su cuarto tratando de hacer el menor ruido posible; su padre era una hombre callado, pero lo poco que decía debía ser escuchado y obedecido al instante. El hecho de que la hubiera llamado de esa forma significaba que nada bueno se aproximaba.

—Siéntate Anabelle —dijo mientras le señalaba su silla—, estuviste jugando afuera hoy ¿cierto?

Anabelle no dijo nada. Los ojos de su padre penetraban tan dentro en su alma que sus labios no se atrevían a desafiar semejante oponente.

—Anabelle, tu padre te está hablando —dijo su madre con tono autoritario.

Ella asintió con la cabeza como respuesta, pues aún no se atrevía a pronunciar palabra.

—Quizá ahora no entiendas lo que has hecho; tu madre y yo hemos hecho lo imposible para protegerte, y es mi deber el proteger a toda la aldea. Pero el episodio de hoy me ha dejado en claro que eso no es suficiente, y he decidido que ya eres lo suficientemente grande para entender cómo funciona nuestro mundo.

—¡¿Qué?! —exclamó su madre con gran sorpresa, aparentemente su esposo no le había comunicado su decisión— Claro que no está lista, es muy pequeña aún ¿no ves lo que casi logra hace un momento?

—Precisamente por eso debería saberlo, ella necesita conocer los peligros para alejarse de ellos. No puedes encajonarla a tu supervisión toda la vida.

Anabelle estaba perpleja, jamás había visto a su madre contradecir a su padre, mucho menos de manera tan descarada. Veces anteriores notaba en su cara una expresión de desacuerdo, pero nunca objetaba nada sino que lo guardaba para después cuando estuviesen solos. Por otra parte, de qué peligros estaban hablando; su hogar era un sitio muy tranquilo, sin más peligro que el dolor al caerse de la rama de un árbol o quemarse un dedo al cocinar, cosa que nunca pasaría ya que su madre tenía un miedo horrible a dejarla a cargo de la cocina. Como aquella vez que se levantó muy temprano y sus padres aún dormían, pero esa es otra historia para contar...

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ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora