Capítulo XIV: No hay mejor narrador que el protagónico.

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Años atrás, yo era igual que tú. Vivía en otra cabaña más cerca de la pradera, alejada de este bosque, era mucha más grande ya que vivía con mi esposa e hija; además, teníamos planeado tener otro hijo pronto. Ella era encantadora, ambas lo eran. Siempre que la veía me alegraba de que fuera igual a su madre, los mismos ojos, el mismo cabello, incluso su risa era parecida.

Ese día estaba jugando con ella en el patio, esperábamos a que su madre terminara de empacar la comida. Era el último día de vacaciones y le habíamos prometido que acamparíamos en el Lago Mangata antes de que empezaran las clases, le encantaba ir allá; decía que cuando la luna se refleja en el lago podía ver la escalera para llegar al cielo. Íbamos en camino cuando un grupo de hombres se nos acercó, eran soldados, lo sabes por su forma de hablar, nos dijeron que no estábamos seguros, que el Cóndor asechaba constantemente y que, por nuestro bien y el de la niña, era mejor acompañarlos a vivir con ellos bajo la cúpula protectora en la que estaban trabajando. Miré a mi esposa, parecía muy afectada por lo que decían. Yo me quedé observándola un rato, como si el tiempo se hubiese detenido, incluso cuando estaba preocupada, se veía hermosa.

De tanto en tanto, los soldados recitaban unos versos extraños que no logré entender, incluso ahora, cuando los recuerdo, no le encuentro ningún sentido. Era diferente para ella, a cada palabra ellos la convencían más de que era tiempo de irnos, de mudarnos; podía notar como, a cada minuto, el miedo que le infundía aquel mencionado "cóndor" era mayor. Mi hija, por otro lado, los escuchaba atentamente, tanto como una niña puede hacer con las cosas de adultos, pero de vez en vez, al paso de una mariposa o de una hormiga, se distraía y empezaba a perseguirlos; tuve que llamarla en varias ocasiones para que viniera a mi lado. Sin embargo, hubo un momento en que volteé para llamarla y no estaba, miré en todas direcciones pero no pude verla, ni siquiera pude divisar el lazo rojo que adornaba su cabello, era muy grande y brillante y nunca se lo quitaba.

—¡Sarah! —grité.

Con mi grito mi esposa y los soldados se dieron cuenta de la situación. Todos empezamos a buscar, ellos estaban tranquilos pero yo estaba como loco, no era la primera vez que se perdía, era muy curiosa y rápida para caminar; pero por alguna razón tenía un mal presentimiento. Gritamos su nombre aquí y allá, pero no hubo respuesta. En ese momento algo pasó, pero no me di cuenta de ella sino hasta unos días después. Supongo que no le di mayor importancia, encontrar a mi hija era todo lo que ocupaba mi mente. Hubo un momento en que todo se oscureció, fue muy rápido, casi como un pestañeo, y nadie discutiría que lo fue porque, por muy corto que fuera, esa obscuridad absoluta solo se presenta cuando tus ojos se cierran.

Allí fue cuando mi esposa pensó que pudo haber vuelto a la casa en busca de su muñeca o quién sabe qué otra cosa. Salimos corriendo, de vuelta sobre nuestros pasos, para comprobar si estaba en casa. Nunca sabré qué iban gritando los soldados durante el camino, intento recordarlo a veces, pero sus voces son difusas al igual que lo era mis pensamientos en ese momento, solo pensaba en la risa de mi niña, en su lazo rojo y sus muñecas; en como hinchaba, hasta más no poder, sus mejillas para hacer morisquetas; pensaba en eso mientras veía el cabello de mi esposa sacudido por la brisa mientras corría, los mechones brillantes ondulaban de una forma que me hipnotizaba y, como dije, eran tan parecidas que una me recordaba a la otra. En eso, era todo en lo que podía concentrarme.

Al llegar a casa abrí la puerta con tanta fuerza que dio un golpe contra la pared dejando la figura del picaporte marcada. Allí estaba ella, arrimada en una esquina, se veía tan pequeña; tenía una expresión en su rostro que no puedo olvidar, lo extraño es como recuerdo tan bien unos cosas pero todo lo demás resulta tan confuso. Yo estaba asustado al igual que ella. No sabía si mi miedo se reflejaba en ella o era al revés, supongo que eso es normal en los padres. Me miraba fijamente, pero su mirada traspasaba mi cuerpo como si hubiese algo enorme detrás de mí. Me giré pero no vi a nada ni a nadie, solo la puerta abierta con el picaporte incrustado en la pared. Siempre que traté de analizarlo, supuse que los soldados y mi esposa debieron haber estado ahí también en algún sitio, pero no recuerdo hacerlos visto, me sentía solo con ella en ese lugar y, extrañamente, buscaba sin parar aquello que le causaba tanto miedo a mi niña, pero no encontraba nada. Éramos solo los dos en la habitación, que me parecía cada vez más oscura, como si anocheciera.

—¿No lo ves, papá? —me dijo.

Había tanto terror en su voz que se me erizó el cabello y un viento frío recorrió mi cuerpo. ¿Qué se suponía que debía ver? Todo estaba oscuro y lentamente se hacía borroso. Oí la voz de mi esposa, un poco a lo lejos, pero no entendí lo que decía. Nuevamente miré hacia afuera y, de repente, allí también se oscureció. Oí un grito y la puerta se cerró repentinamente, dejándonos en la oscuridad y el silencio.

—Papi, ¿no lo ves? —volvió a preguntar.

—¿Qué, qué cosa? —dije desesperado.

—Está dentro de la casa ¿no lo ves?

No tengo manera de explicar cómo su tono de voz me afectaba tanto. Qué podría ser tan horrible para que hubiera tanto espanto en ella.

—Sebas... —escuche a mi esposa— Sebas ven acá.

—¿Dónde están? No las distingo.

Intente dar pasos a tientas en muchas direcciones pero no podía ver absolutamente nada.

—¡Ven rápido! —volvió a gritar.

—¡Papá! Papá, está en la casa; ¿de verdad no lo ves?

—¡Sebastián!

—¡No las veo!

—¡Sebastián quítate de allí!

—Todo está oscuro ¿dónde están?

Mi cabeza daba vueltas, hacía mucho frío, era como si la noche hubiese caído rotundamente en la sala de mi hogar. Pero ellas seguían gritando, llamándome. Mi niña, quería protegerla, necesitaba hacerlo, tenía que hacerlo.

—¡Sarah!

—Papá... está detrás de ti.

Y entonces lo sentí, un viento cálido me rozaba la nuca, pero no de aquellos que te alivian con su tibieza, era un calor que te pellizca, que te hace darte cuenta que hay algo... algo vivo, a tus espaldas. Aquello que asustaba a mi hija estaba allí, justo detrás de mí pero no tuve el valor de voltear y verlo, no tuve el coraje de pelear y proteger a mi familia. Empecé a caminar hacia adelante, tentando el piso a cada paso para no tropezar, había avanzado unos cuantos metros en las tinieblas cuando una mano me tomó fuerte por el cuello de la chaqueta y me jaló hacia adelante, sentí un inmenso dolor después de eso y así acabó todo.

Más tarde, cuando desperté, me enteré que el dolor que sentí fue por golpearme la cabeza con la mesa del comedor. Me puse de pie, seguía en la sala de mi casa, estaba cubierto con la alfombra y había un gran desordena mi alrededor. Me quedé unos segundos así, aturdido sin entender ni lo que había pasado ni lo que estaba pasando. Buqué a mi familia, pero no había nadie; registré cada una de las habitaciones, las llamé hasta que mi garganta empezó a dolor, pero nadie respondió. Caminé sin parar alrededor de toda la casa, pero no las pude encontrar, busque por toda la pradera, en el lago, en el bosque más cercano; me adentré en él hasta que me perdí, nada. Se las habían llevado y yo no las pude proteger. Fui un cobarde y sentí una enorme impotencia de no poder hacer nada, ni en ese momento ni ahora. Corrí lejos; hasta ya no poder, y caí, cansado y sediento, a la entrada de un puente. Una marmota me encontró y me trajo al pueblo; cuidó de mí hasta que recuperé mis fuerzas, y me dio un trabajo.

Ya han pasado 10 años desde que eso pasó. Ella tendría tu edad ahora. Me recuerdas mucho a ella. Eres lo único a lo que puedo aferrarme para no dejarlas ir. He olvidado mi vida, mis emociones, ellas eran lo único vivo de mi pasado y si no hubieras llegado ya se hubieran esfumado con el resto de mis recuerdos. Me has devuelto a mi familia en cierta forma, me has devuelto mi humanidad.

ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora