Capítulo XX: Cuando pagan justos por pecadores.

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—¡Señor encontraron a su hija!

Las palabras se dijeron tan rápido y la reacción fue tan inmediata que el aspecto o el cargo del anunciante fue completamente ignorado. El capitán y todos los que estaban con él salieron apresurados del lugar donde se encontraban. El pobre mensajero tuvo que apresurar el paso para poder quedar a la cabeza y guiarlos.

—¿Dónde está, dónde la vieron? —se podía oír claramente la desesperación en la voz de un padre.

—En un sector de colecta señor. Uno de los vigías asegura haberla visto.

—¿Sector de colecta?

—Son partes del bosque seleccionadas especialmente para la siembra de bayas y otros frutos —aclaró el sargento, a quien le costaba trabajo seguirle el ritmo a su compañero, a pesar de ser de la misma altura que él.

—La niña pudo haber ido allí por el alimento señor —agregó otro.

—Esperemos que sea eso.

Estas palabras las dijo muy suavemente, como dichas para sí mismo, y, aunque todos le escucharon, ninguno estaba seguro de su significado.

* * *

Al llegar a la casa de la marmota se encontraron con los vigías que seguían registrando el lugar y destruyendo todo a su paso. El cabo al que se le había dado la orden de dirigirlos estaba a pocos metros de la puerta, observando. Al ver al grupo que llegaba se acercó a ellos y le dijo al capitán:

—Han huido antes de que llegáramos señor, hemos buscado por los alrededores pero no hemos podido dar con ellos.

—¿Ellos?

—La niña estaba con un recolector, una marmota. Huyeron juntos cuando se les vio en el su sitio de trabajo. Esta es su casa —dijo señalando la cabaña, ya patas arriba.

El capitán dio un vistazo al lugar con ojos desilusionados. Con pesados pasos cruzó el portal y observó con detenimiento; le fue muy difícil crearse una idea del ser con el que ahora se encontraba su hija, pues la mayoría de las cosas y los muebles yacían desordenadamente en el suelo.

—Cabo, ¿qué es esto?

El muchacho se volteó al oír la voz autoritaria del sargento a sus espaldas.

—¿Disculpe señor?

—¿Se da cuenta de lo que acaba de hacer? Cómo permite que estos hombres armen semejante desastre en el hogar de alguien más.

—Se me ordenó actuar conforme a la situación señor —dijo parándose en posición muy recta, orgulloso del poco poder confiado en él.

—¿Sabe por qué la gente nos desprecia tanto cabo? —dijo tras un cansado suspiro mientras se apretaba el puente de la nariz con los dedos— Porque nos creen autoritarios y con reglas demasiado estrictas. ¡Nuestro deber es sacarlos del peligro no asustarlos! ¿Qué van a pensar de nosotros ahora que ha hecho esto? Y si por un momento cree que la culpa la van a arrojar sobre usted y los pocos vigías a su cargo está muy equivocado. Todos nosotros pagaremos su error ¡su negligencia! ¡Oigan los de allá! —dijo refiriéndose a los vigías que aún seguían ejecutando su trabajo de forma diligente— Dejen eso en paz, si no los hallaron en toda la casa dudo que los encuentren en las gavetas. Y usted cabo, discúlpese.

—Lo-lo lamento, señor.

—¡No, no conmigo idiota! Con el propietario de la casa, si es que es posible que pueda volver a habitar aquí, y con el Consejo; por dejarlo en tan mala posición frente a los demás.

El sargento se alejó manteniendo su mirada fija en él por unos momentos, para acercarse y acompañar al capitán dentro de la casa.

—Lamento que no la encontráramos —le dijo con tristeza mientras ponía la mano sobre su hombro.

Él solo le respondió con una mirada de gratitud y una mueca que pretendía ser sonrisa.

—No te preocupes —continuó el sargento—, el Consejo no dejará que nada le pase.

—Eso no es lo que me preocupa. Ella nació en aislamiento, no fue su decisión. Conoces las reglas.

—Sí, te entiendo.

Ambos miraron al suelo con pesar y salieron uno detrás del otro sin decir palabra.

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