Capítulo IX: Hace frío fuera de casa. (2da Parte)

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¿Acaso estaba soñando o realmente era posible? Uno por uno, empezaron a atravesar la burbuja caminando más allá de la hoja de maple y desapareciendo por completo de su vista. Esperó un rato, todavía asombrada por lo que acababa de ver, sus pies se sentían increíblemente pesados, como si estuvieran clavados al suelo o como si se hubiesen convertido en metal. Miles de cosas pasaban por su mente en ese momento, pero la mayor de todas era que quería hacer lo mismo; no le importaba el cómo, el dónde ni mucho menos el porqué, quería salir, salir y ver lo que hay afuera; todo un mundo esperando con ansias ser descubierto.

Después de unos pocos segundos, cuando por fin logró reaccionar después de tal sorpresa y de librar un millón y medio de batallas mentales consigo misma, decidió que los seguiría; no para saber a dónde iban sino porque ella deseaba fuertemente salir de aquella prisión en la que estaba. Con pasos cortos pero veloces se acercó a donde habían quedado las cubetas, esperando que alguna de ellas alojara algún residuo; pero lamentablemente estaban vacías. Decepcionada, sabía que ir a casa a buscar otra y regresar llevaría mucho tiempo, sin mencionar el hecho de que no conocía el camino de regreso. Además, para entonces, ya no podría seguirlos. Dirigió nuevamente su vista al exterior, la película de jabón estaba entre este y ella; esta vez no había luces, esta vez no había música, ni colores, ni danzas; únicamente la soledad alumbrada por un tenue rayo de luna. Fue allí cuando su reflejo apareció, ese mismo que parecía que, más que ser una proyección de la realidad, era como si otra parte de sí misma estuviera parada allí, llamándola.

Esta la miraba con ojos vacíos de toda expresión, haciéndole un gesto con la mano, apuntando hacia abajo. Al mirar, notó que había un pequeño charco de agua y jabón lo suficientemente grande para una niña como ella. Rápidamente se recostó sobre él revolcándose de un lado a otro, sin evitar poder sacar una risa al hacerlo, hasta que estuvo completamente empapada. Temblorosa, y enjabonada, se animó a hacer el mismo truco que aquellos hombres. Estiró su mano hasta el otro lado de la burbuja, después la otra y luego su cabeza, así hasta que estuvo completamente afuera. Una enorme sonrisa brotó en su rostro enjabonado al ver que logró su cometido. Dio dos pasos al frente y volvió para mirar su viejo hogar, dejarlo le resultaba un gran pesar, pero la curiosidad por el nuevo mundo fue aún más fuerte, por lo que después de esa corta despedida corrió a tratar de encontrarse con quien la animó a salir.

No muy lejos de donde estaba vio una pequeña escalera de caracol, y al bajar cautelosamente notó una débil lucecita que bailaba al fin de un camino.

—Deben ser ellos —pensó.

Y sin vacilar corrió a su encuentro, pero allí vino a su mente la imagen del rostro de su padre con sus ojos llenos de ira, por lo que decidió seguirlos sin ser descubierta, hasta conocer a donde se dirigían. Durante todo el camino Anabelle se asombraba de lo que le rodeaba. Aunque todo estaba oscuro, la luz de la luna era suficiente para que pudiera distinguir las cosas cercanas, las largas hojas del pasto podían llegar a ser casi tan altas como ella, y los pétalos de algunas flores tenían el mismo tamaño de su cabeza. Puede que esto suene maravilloso pero en tal oscuridad, y con el constante miedo de ser descubierta por su extraña guía, todo lo que veía se convertía en una amenaza.

Hasta que por fin divisó una pequeña casita con paredes hechas de almendras y, por lo que su olfato le decía, tenía hojas grandes de menta como techo. Con mucho sigilo se agachó para espiar por una ventana mientras se moría de frío; adentro parecía estar cálido y cómodo, puesto que todos los que allí estaban conversaban muy a gusto, a excepción de uno, que caminaba impaciente en todas direcciones, hasta que la entrada de los nuevos compañeros detuvo su incesante caminar.

—Buenas noches señor —dijo mientras hacía una leve reverencia con la cabeza— estábamos esperándolo desde hacía mucho.

—Lamento la demora —respondió— pero la situación en casa me obliga a salir únicamente a estas horas.

Se quitó el abrigo que lo cubría, revelándole a Anabelle que era nada menos que su padre que había escapado de casa, junto con otros hombres de cierta edad de la aldea.

—He recibido órdenes especiales desde arriba, me llegó una carta del Consejo hace unos días, es por eso que los he citado aquí.

—¿Solicitaron otro inventario de tropas? —preguntó uno de los presentes.

—Negativo, nos ordenan movernos al este, hacia las colinas.

—¡¿Las colinas?! —dijo otro con sobresalto— Ese es un campo perdido. No nos vendrá ningún bien movernos hacia allá.

—Yo concuerdo —dijo el que parecía ser el de más edad—, muchas veces hemos intentado trabajar ahí y nunca se ha hecho ningún progreso. Propongo que nos movamos al norte y terminemos de recorrer el valle.

—Caballeros por favor —dijo un tercero— ¿acaso somos nosotros quienes decretan la ley? Nos han puesto para guía y orden de nuestro pueblo, debemos acatar lo que se nos dice.

—Precisamente —dijo el padre de Anabelle—, estamos al mando del ejército que se nos ha asignado pero no dejamos de ser simples cadetes. La orden ha sido trabajar en las colinas y hay que obedecerla.

—No sabemos qué propósito pueda traer el Consejo pero lo descubriremos cuando lleguemos allá.

Así, los doce hombres discutían y argumentaban acerca de esta nueva situación. Anabelle, todavía agachada, trataba de entender qué pasaba pero era poco lo que podía sacar de dicha conversación, nunca pensó en su padre como un hombre de guerra, mucho menos estando al frente de un ejército. Bien era cierto que era un excelente guardián, pero ella siempre lo consideró como una persona pacífica, nunca como un hombre de guerra

Sus manos se congelaban a causa de la intemperie y por mucho que las frotara no conseguía ningún alivio; por lo que caminó hacia la siguiente ventana que estaba más cerca de la chimenea, no hubo mucha diferencia; decidió arriesgarse un poco más alzando la cabeza y apoyando sus manos en el borde de la ventana para darles calor. De repente, escuchó un sonido muy cerca de ella, como si algo hubiese correteado entre el pasto, el mismo sonido aún más cerca le hizo temblar de miedo. Trató de ver en la oscuridad pero no fue mucho lo que logró. Lo que sí logró fue ser descubierta, al voltear de nuevo a la ventana, uno de los hombres estaba observándola y estaba a punto de dar aviso a los otros, pero antes de que pudiera hacerlo, Anabelle echó a correr tan rápido como le dieron sus piernas.

Sin saber en dónde estaba o a dónde se dirigía, se abrió camino en medio de la alta grama mientras escuchaba aquel extraño sonido a ambos lados del camino, como si enormes criaturas estuvieran persiguiéndole, las escuchaba tan cerca que las sentía justo detrás de ella a sólo pasos de atraparla y devorarla. Corrió cruzando a izquierda y a derecha sin control, flores gigantes se atravesaban en el camino, tan grandes que sin luz parecían monstruos tenebrosos que hacían que Anabelle temblara de pies a cabeza, su corazón latía rápido pero a cada nueva sorpresa sentía como si se hubiese detenido por completo, la respiración se le había convertido en un resoplido incesante de agitación y sus piernas se desmoronaron al tropezar con una rama que podía jurar que no estaba ahí un segundo antes. Rodó colina abajo, magullándose brazos y piernas hasta que cayó en el centro de un suave y enorme girasol que por algún motivo estaba boca arriba en el suelo como si fuera el descanso eterno después de una vida tormentosa.

ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora