Capítulo XIII: El inicio de otra historia.

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—¡Corre! O los humanos van a atraparme —gritó impaciente Anabelle al ver que había sido descubierta.

No se necesitó otra palabra para que Sebastián comenzase a correr despavorido, aún con ella montada sobre su hombro. Esta, hacía todo lo posible por mantenerse en equilibrio y no caer por culpa de las constantes sacudidas; al mismo tiempo, no perdía de vista a sus perseguidores, tenía miedo de que si se descuidaba estos la alcanzarían. Con gran rapidez, ambos se adentraron más y más en el bosque, recorriendo atajos y pasadizos que la misma marmota había descubierto muchos años atrás. Zigzaguearon entre los arbustos, esquivando toda clase de ramas y raíces. Estas se estiraban, como manos con garras afiladas, enredándose en la ropa y el pelo de Anabelle y en el pelaje de Sebastián, haciendo el camino a casa una maratón salida de la peor pesadilla.

El aliento se les escapaba de los pulmones, y mientras la adrenalina lo mantenía a él en movimiento, a ella la paralizaba el miedo y la culpa. Era de día cuando todo empezó, probablemente todavía lo era, pero el sentimiento dentro de sus almas convertía su alrededor en su ambiente oscuro y ambiguo. Muchas veces se sintieron que corrían en círculos, desconfiaban de las direcciones, creyendo que izquierda y derecha se mezclaban adrede para desgraciarles la vida. Los humanos se oían a solo unos pasos en unos momentos, y, en otros, les parecía que finalmente habían alcanzado la calma.

Más tarde se dieron cuenta que llevaban mucho tiempo corriendo sin motivo. Aquellos que los seguían habían desistido de correr y prefirieron preguntar en el sitio de trabajo la residencia de la marmota. Cuando llegaron a casa se encontraron a aquellos hombres registrando el lugar y sus alrededores en su búsqueda. Rápidamente se alejaron por otro camino antes de ser descubiertos. Podían oír claramente como revolcaban y sacudían la casa entera. El ruido de las ollas y los muebles cayéndose causaba en Anabelle un enorme sentido de culpa pues, en su deseo de alejarse de casa, arrastró sus problemas al hogar de su nuevo amigo.

Regresaron entonces al bosque para esconderse. El silencio absoluto, extraño en el bosque, los absorbió por completo a los dos. La noche empezó a caer antes de lo usual y una ligera brisa helada les sacudió los huesos.

—Será mejor buscar leña —dijo Sebastián.

O pensó haberlo dicho. En realidad, el silencio lo había invadido a tal punto que, inconscientemente, fue incapaz de romperlo. Comenzó a recoger las ramas que encontraba en el suelo, y Anabelle sin decir nada lo imitó. Fue poco lo que pudieron encontrar por lo que añadieron pasto seco, y así tener suficiente llama para calentarse. El pasto añadió un sonido crujiente al fuego, si no hubiera sido por esto, el silencio hubiera impregnado de miedo el último rincón intacto de sus corazones.

—Lo lamento —dijo Anabelle, matando por fin aquel silencio infernal.

—¿Por qué? —preguntó confundido, pero manteniendo mucha calma en su voz.

—Por tu casa, seguramente arruinaron tus pinturas.

—No es tu culpa —dijo tras un suspiro—. Es la de ellos. Esa gente lo único que sabe es destrozar todo a su paso. Llegan sin ser invitados y te quitan lo que más quieres. No hay un solo día en el que no me arrepienta de haberlos dejado entrar a mi casa.

Anabelle pudo notar la rabia que él contenía. Su mirada evasiva, la forma de encajar las garras en el suelo, empuñando las patas.

—No entiendo ¿Han entrado antes de hoy?

Quizás fue el silencio, quizá fue la sincera preocupación de ella tangible en su voz. Tal vez, fueron ambas, combinadas con los acontecimientos anteriores y el ambiente en el que se encontraban; el hecho es que tras un enorme suspiro, Sebastián le dice que se prepare para la historia que la ha tenido curiosa desde hace tanto tiempo, la respuesta a las mil y un preguntas que antes había hecho pero que nunca le fueron respondidas. La historia de su vida, la historia de Sebastián, el pintor.

ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora