—¡Ana! —se produjo un silencio de varios segundos en espera de una respuesta— ¡Anabelle!
—¡Anabelle! —un coro de voces le hacían eco en las lejanías.
—¿Estás seguro de haberla visto?
—Sí señor, en la ventana.
—Pudo haber sido otra.
—La vi hace unos días en la aldea señor. Estoy seguro de que era la misma niña.
—Debemos apresurarnos y encontrarla; estos bosques están llenos de peligro. Avisa al escuadrón especial.
—Estuvieron buscándola toda la noche hasta el amanecer. Están exhaustos —le respondió con tono de queja.
—¡Tenemos que seguir buscando! —dijo frustrado.
—Ya hemos registrado todos los alrededores capitán —dijo un soldado jadeando de cansancio—. Será mejor que regresemos a la aldea.
—Es cierto, quizás ya haya regresado a casa —dijo su compañero.
—No, es imposible.
Se detuvo a pensar. Conocía a su hija perfectamente, tenía una gran imaginación y era muy decidida; esto, combinado con su curiosidad aventurera, le haría imposible contenerse a explorar lo que le rodeaba. Por nada del mundo hubiera regresado a casa.
—No, la conozco muy bien —continuó—. No está en la aldea ¿Qué establecimientos hay cerca de aquí?
—Bajando por ese camino hay un pueblo, lo hemos visitado unas cuantas veces pero no hemos tenido muchos resultados —contestó; añadiendo esta última frase esperando que desistiera de ir a recorrer el lugar.
—Es el de los híbridos señor —dijo otro con tono pesimista.
—Entiendo —hizo una pausa, como ordenando sus próximos movimientos—. Dígale al escuadrón que cubrió el turno de la noche que regrese y descanse. Que los vigías de la aldea vengan y me encuentren en la entrada del pueblo.
—¡Sí señor! —dijo cuadrándose para después hacer un saludo y salir trotando en dirección a la aldea.
El capitán, acompañado por el soldado restante, se encaminó entonces al mencionado establecimiento de híbridos. No quedaba muy lejos pero el camino era una bajada llena de tropiezos y curvas cerradas e incómodas de cruzar, haciéndolo bastante accidentado. Finalmente lograron divisar el pueblo por entre las copas de los árboles, avanzaron un poco más hasta poder observarlo en su totalidad. Varias casitas se extendían por toda la región y, en medio de todas ellas, el mercado.
El capitán se detuvo a analizar el lugar, la mayoría de las viviendas eran de techo negro, algo acostumbrado en los hogares híbridos, y en todo el centro del mercado se alzaba una enorme y amorfa estatua, tan negra como el carbón; no tenía ojos, ni pies, ni oídos; solo era una mera presencia en medio de todo el lugar.
—¿Dijiste que habíamos visitado este lugar antes? —le preguntó a su soldado acompañante.
—Sí señor, han sido pocos los afiliados pero hemos logrado trasladarlos con éxitos —dijo con ese tono ceremonial y orgulloso con que todo subalterno le habla a su superior.
—Que bien. ¿Qué opina usted del sitio? —dijo luego de meditar un rato.
—¿Yo señor? Honestamente, me parece un pueblo perdido, la mayoría ha completado la fase de cambio.
—Pueblo perdido —dijo repitiendo las palabras de su interlocutor de forma pensativa—. ¿Le gustaría que lo dieran por perdido cabo?
—¿Disculpe señor?
—Si usted estuviera ahí, ahí en ese mismo pueblo; residiendo en la miseria y la suciedad, olvidando poco a poco cada uno de sus recuerdos mientras toda su vida es absorbida y tirada a la basura de la perdición. Está perdiendo toda su identidad y su dignidad, y los únicos capaces de ayudarle, los únicos que conocen la forma de sacarlo de allí a una vida nueva lo dieran por perdido. Acaso... ¡¿Acaso le gustaría eso cabo?!
Su voz se había hecho más intensa a cada palabra y su enojo era claramente visible haciendo temblar al pobre e inexperto soldado. No le dio tiempo de responder y continuó, esta vez de forma calmada.
—No importa qué tan grande o pequeño es un pueblo, una vida es igual de valiosa que mil de ellas. Nuestro deber es protegerlos, es lo menos que podemos hacer como agradecimiento por haber sido protegidos primero.
—S-sí señor —dijo tartamudeando mientras se retiraba apenadamente.
Si en algo era bueno el capitán era hablando. Sus discursos siempre reconfortaban el corazón de las personas y a menudo acudían a él para pedir consejo. Normalmente era un hombre callado, únicamente decía lo que necesitaba decir, ni más ni menos. Sin halagos por cortesía ni ofensas sin una motivación válida. Era alguien digno de confianza. Muchos, incluso en rangos superiores a él, lo buscaban para descargar sus penas y buscar ayuda, además de ser excelente alentando a sus tropas a la lucha.
Los vigías llegaron al poco tiempo, saludaron reverentemente a sus superiores y junto a ellos descendieron la colina para llegar al pueblo.
—Dispérsense por el mercado, pregunten si han visto una niña humana deambulando por aquí.
—Puede que no colaboren, no se muestran muy amistosos hacia nosotros. Traten de ser prudentes y asegúrenles que la única misión es encontrar a la niña.
—¡Sí señor! —dijeron todos a coro.
—Solo espero que no sea demasiado tarde.
—No te preocupes, la encontraremos.
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ANABELLE
FantasyLa pequeña Anabelle vive en un mundo acogedor y sin contratiempos, pero pronto algo maravilloso le hará cuestionarse toda su vida y buscará la forma de salir de ella. ¿Le gustará lo que verá allí? ¿A qué peligros podrá enfrentarse? ¿Habrá valido la...