Capítulo XIX: El inicio del problema.

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Años atrás se propuso la idea de una enorme cúpula rodeando la comunidad, el objetivo era protegerlos de los ataques y peligros del bosque. Muchos estudios se hicieron para averiguar la viabilidad del proyecto. El abastecimiento y las excursiones serían un gran problema, deberían ser capaces de sembrar dentro de la misma estructura, además de entrar y salir cada vez que el Consejo los llamara a una misión. Después de mucho deliberar, decidieron ponerlo a prueba a modo de experimento. Buscarían la mejor locación y estudiarían los resultados de la convivencia.

Era necesario que se delegara a una persona para supervisar cómo responderían los habitantes al vivir bajo un cielo falso y cómo reaccionarían ante la condición de nunca salir al exterior. Muy probablemente los roces y el cansancio del encierro aparecerían después de cierto tiempo, por lo que dicho encargado debía vivir con ellos bajo las mismas condiciones; de esa manera viviría de primera mano las adversidades y buscaría la solución más rápida, sin ser necesaria la intervención del ejército. Esto causó mucha expectación, pues los próximos residentes ya no serían conejillos de indias sino que alguien de alto cargo se sacrificaría junto con ellos.

Así fue como nació la aldea, varios hombres y mujeres con sus hijos e hijas se ofrecieron como voluntarios para esta nueva etapa y, uniéndose a ellos, estaba el nuevo capitán interino con su esposa. Los años pasaron y las familias crecieron. Aquellos que llegaron niños se convirtieron en jóvenes y los recién casados se convirtieron en padres, todos ellos viviendo bajo el cielo acuoso de la aldea. Todo parecía ir viento en popa, cada segundo de reflexión previo a la construcción había dado sus frutos; por ende, ya se habían aprobado la construcción de tres aldeas nuevas para trasladar a civiles aliados de tierras más lejanas.

En cuanto al ejército, era muy diferente al de otros lugares. Todos eran voluntarios, a nadie se le demandaba cumplir con el servicio militar, además de poder renunciar a él en el momento que la persona quisiera. Por otra parte, los soldados rasos estaban protegidos en pueblos aislados, cumpliendo tareas de vigilancia y dando solución a problemas menores; mientras que los oficiales de alto cargo se encargaban de mover a las tropas más experimentadas. Poco a poco el soldado podía ir subiendo hasta convertirse en general, sargento o capitán, todo dependiendo de la voluntad propia y la del Consejo. Aunque a veces este orden tan esquemático era alterado, de vez en cuando un soldado recién llegado podía ser mandado con las tropas a tierras inexploradas o, como en el caso del capitán, asignado a resguardarse en la aldea a pesar de su cargo. Las instrucciones del Consejo eran impredecibles y no discriminaban en edad, condición o estatus; sin embargo, siempre eran acertadas y le daban a cada quien una oportunidad que cambiaría su vida.

El capitán daba su vida por este sistema, y había puesto todo su empeño en que la aldea saliera a flote; pero, desde la desaparición de su hija, no estaba tan seguro que el aislamiento fuese una buena idea. Muchos de los niños que crecieron y nacieron allí desconocían por completo la situación de las criaturas en el exterior; la tarea de buscarlos para advertirles y protegerlos recaía única y meramente en el voluntariado del ejército. Lastimosamente la mayoría de los ahora jóvenes maduros habían sido criados bajo la protección del Consejo, de la cúpula y de sus propios padres, no podían entender el peligro en el que estaban los de afuera pues nunca lo experimentaron y, por lo tanto, nunca podrían retribuir el enorme regalo de la protección que estaban recibiendo, el mismo que recibió él cuando era joven. Por eso estaba él allí, por eso soportaba toda clase de cargas, porque sabía lo espantosamente aterrador que es estar allí afuera y no podía permitir que los otros siguieran pasando por eso.

Aunque ahora lo más importante era su hija y nadie más.

* * *

Al caer la noche los tres hombres se reunieron luego de que por fin lograran apagar el incendio y trasladar a todos los afectados, aquellos cuyas casas habían sido destruidas.

—Vaya día —dijo uno suspirando con su mirada clavada al suelo.

—Ni me lo digas, por lo menos ya pasó lo peor —Dejó su taza de té en la mesita frente a él y tomó de allí la misma pluma que recogió del piso horas antes—. Increíble, aún está tibia.

La luz de la chimenea alumbraba a medias y el viento sonaba por las rendijas de las ventanas.

—Oí decir a uno de los aldeanos que había visto al Cóndor —continuó—, que pasó volando justo al lado de él y casi se desmaya del calor. Creo que el incendio le afectó la cabeza.

—¿Por qué lo dices? —preguntó el sargento— ¿No crees que pueda ser verdad?

—Entiendo los peligros del Cóndor y sus secuaces pero lo que dijo me pareció una rotunda exageración.

—Creo que lo subestimas, mi querido amigo —dijo al reclinarse hacia atrás en su silla cruzando las piernas—. No eres el único, a decir verdad, muchos se dejan llevar por la idea de que el bicho plumífero viene de las montañas. La sierra está muy lejos de aquí y por eso es que muchos no creen que realmente exista, otros dudan de que se tome la molestia de hacer todo el trayecto hasta acá solo para llevarse unas cuantas personas. Cambiarían de opinión si conocieran su historia.

—¿Su historia? No entiendo...

—¿Sabes por qué el Cóndor siempre trae aire caliente consigo? —dijo el capitán rompiendo su mutismo— Todos los que se han enfrentado a él lo han experimentado. La temperatura se vuelva tan alta a su alrededor que les nubla la vista.

El soldado dejó la pluma nuevamente en la mesa junto al té, se inclinó en su asiento apoyando los codos en los muslos y en su cara podía verse escondida la curiosidad de un niño tras la expresión seria de un hombre.

—Dícese que antes, hace mucho tiempo, era un guerrero en servicio, uno de los mejores. Se le dio el poder de transformarse en cualquier cosa o bestia para trasladarse mejor y más rápido. Pronto se le conoció como el Cisne, pues surcaba los cielos muy a menudo con esta forma. Pero cometió un terrible error y la soberbia lo consumió por dentro, así que el Consejo decidió expulsarlo enviándolo a las tierras negras. Decidió huir por su cuenta antes de ser capturado y, nuevamente, como una hermosa ave blanca voló por el amplio cielo.

"Nadie sabe cómo pasó, en este mundo siguen habiendo muchos misterios que el hombre no es capaz de descifrar, pero al cabo de unos minutos de vuelo cayó rotundamente dentro de un volcán ardiente. La lava lo llenó por dentro y sus plumas se quemaron volviéndose de un negro tan oscuro como la noche.

"Logró sobrevivir pero quedó totalmente deformado y esa deformación pasó también a su nombre, que de Cisne cambió a Cóndor. Por eso vive en las altas montañas, porque el calor que tiene dentro le hierve la sangre y busca desesperadamente alivio en el clima frío de esa zona. Siempre que baja a estas tierras termina perdiendo parte de su plumaje que ahora es señal inequívoca de sus destrozos.

"Juró vengarse del Consejo y de todo aquel que le sirviera. Quizás te parezca que venir hasta acá por una o dos personas es mucho trabajo por tan poco, pero para él cada alma cuenta, cada ser, cada criatura que pueda reclutar para luchar algún día y vencer a aquellos que lo despreciaron.

—Está creando un ejército –dijo el sargento añadiéndose al relato—. Él solo no puede derrotar al Consejo, necesita toda la ayuda posible, por eso nos impide que avancemos en la construcción de las nuevas aldeas, y por eso no toca a aquellos que no simpatizan con nosotros porque precisamente eso es lo que quiere.

—Y esa lucha... —dijo el soldado con voz temblorosa— ¿cuándo será?

—Nadie lo sabe, pero es mejor que estemos preparados.

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