Amanecía en la reducía aldea de Anabelle, pequeños rayos de luz entraban por las ventanas de su casa. Allí no tenían la aurora despampanante que nosotros tenemos, ni ese olor de rocío matutino, pero era igualmente hermoso. La hoja de maple daba un aroma muy peculiar, y la luz rebotaba en ella dándole al cielo un color verdoso pálido. Para muchos esto puede sonar extraño y nada atractivo, pero existen cosas en este mundo que solo al presenciarlas podemos entender su belleza.
Con el cabello todo enmarañado se levantó de la cama dando un gran bostezo, la somnolencia permanente en ella le hizo olvidar los modales, dejando que sus labios se estiraran tanto como quisieran sin que sus manos se preocuparan por cubrirlos. En su lugar, estiró los brazos al cielo y con los puños cerrados lo dio la bienvenida a un nuevo día. Caminó con paso pesado por el pasillo hacia el baño, y después de la rutina de toda mujer, se encaminó a la cocina.
—Buenos días madre —dijo con pereza mientras se sentaba en el desayunador. Su cabeza hizo un seco sonido cuando la dejó caer sobre la mesa—. ¿Madre?
Fue entonces cuando se dio cuenta que ella no estaba, miró en todas direcciones pero no había rastro de ella, se asomó a la sala y revisó el jardín; nada, ni siquiera una pista. ¿La habrían dejado sola en casa? Imposible, todos sabían que los nervios de su mamá no lo permitirían. Por lo tanto, se dirigió a la habitación principal; la puerta estaba entreabierta, lo suficiente para ver en su interior, cosa que no percató de camino al baño. Asomo la vista por la abertura y allí los vio, durmiendo plácidamente abrazados; sus padres rara vez mostraban demasiado afecto delante de ella, pero podía ver en sus ojos lo mucho que se amaban, por lo que ahora esta escena le dio una sensación de ternura y calidez que inundó su corazón reconfortándola, al igual que una bebida caliente en un día frío.
Pero ese no era uno de esos días, hacía calor, demasiado calor para ser exactos. Fue precisamente el calor el que despertó a Anabelle, no advirtió que esa intensa temperatura había interrumpido su sueño antes que el de sus padres, y no solo eso, su estómago se había despertado junto con ella y el monstruo del hambre empezaba a gruñir. No quería despertar a su madre para que le hiciera de comer, mucho menos después de semejante escena de cómodo letargo. Además, estaba convencida de poder hacerlo ella misma, había visto a su mamá cocinar muchas veces y estaba segura de ser capaz de llevarlo a cabo.
Muy segura de sí misma caminó hasta la cocina y se dispuso a mirar con atención, si esta era su primera vez tenía que ser a lo grande. Haría un gran banquete, tanto para ella como para el rey y la reina también.
—Rápido señores, es hora de trabajar —exclamó con firmeza a su equipo de asistentes—. Yo soy Anabelle, la cocinera en jefe de este palacio y se acerca el momento del banquete matutino de nuestros reyes. Tú, ve a cortar el pan; y tú, calienta las sartenes; y tú por allá... lávate esas manos que dan asco. ¿No has oído el decreto real de la reina? El que no se lava las manos le crecerán champiñones bajo las uñas.
Con una risita burlona fue danzando de allá para acá dando órdenes a sus imaginarios empleados y en pocos minutos el pan estaba rebanado y tostado, los huevos listos y en su punto, y ya se había recogido fruta fresca del jardín para el jugo. Se dispuso a colocar todo sobre la mesa, sin olvidad, por supuesto, un ramillo de flores como centro para aportar belleza y aroma. Admiró su trabajo orgullosa, mientras se secaba el sudor de la frente; tanto movimiento le había hecho sudar más de lo que el calor lo hizo anteriormente.
—Solo falta poner la vajilla, y para esta ocasión tan especial usaremos la mejor que tenemos. Muchas gracias damas y caballeros —dijo solemnemente tras hacer una reverencia—, su gran ayuda será generosamente recompensada. Ahora si me disculpan, yo me encargaré de todo, pueden retirarse.
Anabelle dio las gracias nuevamente y se despidió de los cocineros para ponerse a pensar dónde podría estar la vajilla especial de su madre. Revisó los estantes de la cocina y comedor, registró la oficina de su padre y revolvió el closet. Ya cansada se tendió en el piso de la cocina y fue allí cuando lo vio; arriba del estante más alto pudo ver los platos color tornasol acompañados por sus respectivas copas de cristal. Tomó una silla del comedor y subió, estirándose lo más posible, hasta quedarse en la punta de sus dedos; pero aun así no logró alcanzarlos. Apoyó un pie sobre el mesón de la cocina, luego el otro, quedando apretada entre los gabinetes de madera y una dolorosa caída.
Nuevamente extendió sus brazos y abrió sus manos lo máximo posible para tomar los enormes platos; cuidadosamente logró bajarlos de donde estaban y continuó estirándose para alcanzar las copas, pero los platos eran demasiado pesados para sostenerlos con una mano, así que, haciendo una maniobra, colocó un pie en el asidero de un de los gabinetes para colocar los platos sobre su muslo y con el brazo sobrante alcanzar las copas. Pero al tratar de tomarlas el único pie que la sostenía resbaló por causa del sudor, llevando a Anabelle al piso junto con la vajilla, que estaba convertida en pequeños pedazos esparcidos por todo el piso de la cocina.
Si semejante estruendo no era suficiente el llanto de Anabelle provocó que sus padres despertaran alarmados y corrieran a ver qué había sucedido. Las lágrimas de la niña corrían por su rostro y empaparon el cuello de su bata de dormir; pero más que dolor físico por la caída y la sangre que salía de sus brazos y piernas a causa de la cortante cerámica, ella lloraba por ver su trabajo perdido, por no ser capaz de completarlo y por haber arruinado la sorpresa, la mañana y la comida, por culpa de algo tan tonto como una caída. Fue la impotencia de su débil cuerpo y la incapacidad de hacer algo al respecto lo que carcomía su joven orgullo y le provocaba un mar de llanto que acompañó los moretones y la sangre.
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ANABELLE
FantasyLa pequeña Anabelle vive en un mundo acogedor y sin contratiempos, pero pronto algo maravilloso le hará cuestionarse toda su vida y buscará la forma de salir de ella. ¿Le gustará lo que verá allí? ¿A qué peligros podrá enfrentarse? ¿Habrá valido la...