Capítulo VIII: Hora del baño.

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  Los días pasaron, y volvieron a ser igual que antes, ya no le era permitido alejarse mucho, por lo que mataba el tiempo ayudando en el hogar, releyendo historias que ya se sabía de memoria y, de vez en cuando, regresaba al gran árbol para preparar exuberantes banquetes. Pero la mayor diversión de todas se daba a la hora del baño. Después de aquel increíble descubrimiento, Anabelle adoraba hacer burbujas de jabón en la bañera. Disfrutaba incontables horas de sus hermosos colores, sin darse cuenta del correr del tiempo. A menudo, su padre golpeaba fuertemente la puerta.

—¡Anabelle, sal del baño! Llevas demasiado tiempo allí, te vas a arrugar como pasa.

Su atracción por las burbujas era tan grande, que no le importaba convertirse en una pasa, o en cualquier cosa, con tal de seguir disfrutando de ellas. Con el paso de los días encontraba nuevas formas de crearlas. Una era tomar un viejo brazalete, sumergirlo en una mezcla jabonosa que ella misma había inventado, con la cantidad perfecta de agua y jabón, para luego soplarlo y ver un gran desfile de burbujas de todos los tamaños. Aun cuando conocía tantas maneras de hacerlas, su favorita siempre fue formarlas con sus propias manos. Se enjabonaba una completamente y con la otra las explotaba, sin perder de vista la diminuta lluvia de jabón que caía después de estallar, le gustaba pensar que era como el polvo mágico de hada, aquel que solo había leído en los cuentos.

Un día, como de costumbre, se levantó muy temprano y fue directo al baño. A esa hora la luz era más brillante y los colores mucho más vivos. Sin siquiera cepillarse los dientes se desvistió y se introdujo a la bañera, sumergió una mano en su mezcla especial y comenzó a soplar; las risas no tardaron en aparecer. Podía notar como la yema de sus dedos se empezaban a arrugar, pero le dio poca importancia. Todo el baño estuvo repleto de burbujas en poco tiempo que explotaban al tocar el techo, las paredes, el suelo y todo aquello que se interponía en su camino, dejando su inconfundible marca circular. Anabelle no se quedaba atrás, sin dejar nunca de crear más y más burbujas, se ocupaba de aplastarlas entre sus manos, las tocaba con sus pies y ya, sin temor alguno, las metía en su boca y sentía como estallaban dentro de ella.

Hasta que en una oportunidad, fijó sus ojos en la que era la más grande y colorida que había creado hasta ahora. Justo por encima de su cabeza descendía poco a poco dejando que los rayos de luz la bañaran totalmente, reflejando su brillante y delicada superficie. Se encariñó con ella en esos pocos segundos y se conmovió al saber que en cuanto la tocara, ya no existiría. Abrió su mano y esperó que bajara para así poder tenerla cerca al estallar, pero eso no pasó, en cambio la vio descender y posarse en ella sin sufrir ningún daño. Perpleja, observó como el jabón de la burbuja y el de su mano se fundían en uno solo, dándole un aspecto completamente diferente. Con temor, dio un suave soplido, curiosa de saber qué pasaría; y con esto, regresando a su forma original, la burbuja voló lentamente hasta que cayó al suelo y lo inevitable, pasó. Volvió a introducir ambas manos en la mezcla y estirando sus brazos trató de tocar aquellas que aún flotaban en la atmósfera del baño, una hermosa sensación inundó su ser al ver que quedaban pegadas a sus dedos, sus ojos se llenaron de chispas mientras sus labios no podían contener una gran y enorme sonrisa.

Este nuevo descubrimiento, por pequeño que parezca, le abrió un sinfín de oportunidades y diversiones a Anabelle. Su curiosidad por saber qué nuevas cosas era capaz de hacer aumentaba cada vez más, y con el paso de los días sus baños se volvían más y más largos, al igual que su conocimiento y destreza en lo que para ella era un arte.

Su costumbre de pasar largas horas en el baño preocupó a su madre, como era de esperarse. Constantemente revisaba el lugar después de que su hija saliera, también revisó su cuarto y su ropa, estaba al pendiente de su alimentación y de sus hábitos de juego, pero fuera de sus largos baños nada estaba fuera de lo regular. Una noche durante la cena decidió ponerle fin al asunto.

—Anabelle, has estado pasando mucho tiempo en el baño últimamente ¿no crees?

—No tiene nada de malo ser limpia madre —respondió sin siquiera quitar la vista del plato.

—No, no lo es; pero estas excediendo tu tiempo en el agua. Hay veces que tomas más de dos baños por día, a este ritmo te convertirás en pasa.

—He estado todo este tiempo y no me ha pasado nada.

Se hizo un silencio.

—Quizás no has estado el tiempo suficiente pero si continúas así, pasará.

—¿A qué le tienes miedo madre? No me convertiré en pasa —y continuó susurrando para sí—. Es imposible,

—Me preocupa que pases tanto tiempo allí dentro. Solías jugar más allá afuera.

—He jugado lo mismo muchas veces, ya me aburrí de ellos.

—Pues entonces deberías ocuparte en tus deberes.

—Siempre los termino antes de la comida.

—Si es así, necesitas más deberes —dijo su padre rompiendo su silencio habitual—. La casa no se cuidará sola.

—Limpiar, limpiar y limpiar —murmuró entre dientes.

—Escucha señorita, tu padre y yo no nos hemos esforzado todo este tiempo para cuidarte de lo que peligros que hay para que tu vengas a...

—¿Qué peligros? —alzó la voz interrumpiendo a su madre—. En esta aldea nunca pasa nada, ni siquiera me dejan ver lo que hay más allá.

—¡No hay nada, más allá! Lo tienes todo aquí, estamos sobre la hoja de maple ¿qué más puedes pedir?

­—¿Qué tiene de especial la hoja de maple? —dijo con desgano.

Y tras estas palabras, se pudo oír el fuerte sonido del puño de su padre al golpear la mesa. Se puso de pie y la miró fijamente a los ojos, con aquella mirada tan característica que paralizaba el pequeño cuerpo de Anabelle.

—Qué tiene de especial la hoja de maple... ¡¿Qué, tiene de especial la hoja de maple dices? Nos lo ha dado todo! Sobre ella vivimos, de sus nervaduras nacen las raíces de los árboles y mana el agua necesaria para vivir ¿cómo puedes ser tan desagradecida?

—Pero... –dijo con timidez, dándose ánimos internamente— no es desagradecido querer saber qué hay fuera de la gran hoja.

—Nada, hay fuera de la gran hoja ¡NADA!

—Pues... ¡Pues quizás ya no quiera vivir sobre ella!

Un silencio mortal llenó la habitación. Los ojos de su padre se inundaron de cólera, penetrando en el corazón de Anabelle, que no podía hacer más que temblar debajo de la falda. Se acercó impetuosamente a ella y la tomó fuertemente del brazo mientras la arrastraba a su habitación.

—Si eres incapaz de agradecer todo lo que tienes, te quedarás sin nada. Estarás confinada en tu cuarto y no saldrás de aquí hasta que aprendas tu lección.

Y con un fuerte portazo, se quedó en el silencio y la oscuridad de su recámara mientras las lágrimas caían de sus ojos y lentamente se acostaba en el piso refugiando su pequeño rostro entre sus rodillas.

ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora