Capítulo X: A todos les gusta el cappuccino

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Como si la oscuridad ya hubiese logrado su cometido, una a una las nubes fueros dispersándose, dando lugar a una luna llena, blanca y brillante que alumbraba intensamente todo el prado. La niebla se había ido y solo se escuchada el ruido lejano de los grillos y el ulular de un búho. Anabelle, toda magullada y adolorida, se enderezó lentamente para sentarse sobre la suave superficie que le evitó una muerte segura, quitó las pequeñas ramas que se habían enredado en su cabello durante la caída, limpió su vestido y cuando hubo terminado de arreglarse soltó un llanto inconsolable que ahogaba por completos los demás sonidos.

Una leve luz apareció en la lejanía y poco a poco se acercaba a ella, una pequeña vela encerrada en una cajita de cristal rebelaba a una interesante criatura que la cargaba con su pequeña pata, levantándola bien en alto, este se encontró con aquella pobre niña sentaba en el hermoso girasol, alumbrada por la luz de la luna. Anabelle estaba tan ocupada llorando que no se percató de la presencia de su nuevo acompañante.

—Niña —dijo suavemente con voz ronca—. Oye, niña.

Tocó el hombro de Anabelle provocando que se levantara de un brinco. Ella lo miró con ojos expectantes, aún vidriosos por las lágrimas; podía leerse claramente el temor enorme que inundaba su ser en la expresión de su rostro.

—Oh... hola —dijo tratando de tranquilizar a la aterrada niña—. Disculpa, no quería asustarte.

Anabelle no respondió, continuó en el mismo estado, inmóvil, atenta a lo que pudiera pasar. Así que continuó.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Yo... –vaciló temerosa rompiendo su mudez— me caí.

—Ya veo —dijo al notar los brazos y piernas de Anabelle llenos de moretones—. Es muy tarde para que estés por allí tu sola. El bosque no es un lugar seguro para una niña.

—¿El... bosque? —dijo extrañada.

—¿Qué, acaso no hablas español? Actúas como si nunca hubieras oído esa palabra –dijo dándole la espalda. Pero al notar nuevamente la mirada de ella, nerviosa y confundida, añadió: — Parece que no. Estás en el Bosque Komorebi, el más...

—¿Qué eres? —lo interrumpió Anabelle con su característica curiosidad— Nunca había visto una persona tan peluda.

—¡Persona! —dijo sorprendido para después soltar una carcajada—. No soy una persona niña, soy una marmota

—¿Una manota?

— "Marmota" niña, marmota. Sabes qué, te lo explico en el camino, vamos, ya me está dando frío.

—¿Camino a dónde?

—A mi casa, te llevaría con el resto de los humanos pero a estas horas es imposible llegar allá.

Anabelle dudó por un momento, no se sentía segura de confiar en su nuevo guía, pero supuso que ir a un lugar refugiado sería mejor que quedarse allí y que aquellas criaturas perseguidoras regresaran.

—¿Cómo te llamas? —dijo de pronto con una voz tierna e infantil.

—Sebastián ¿por qué?

—Curiosidad.

Ya no quedaría como si hubiese ido con un extraño, un peso menos en su conciencia. Pero aun así tuvo que convencerse repetidas veces de que irse con él era lo mejor. El ambiente a su alrededor la seguía turbando. Caminaba despacio detrás de él, mirándolo de reojo mientras observaba el paisaje, que terminó por absorber toda su atención.

ANABELLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora