10 (me da pereza buscar un título)

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Hubo más pasajes así en nuestros días de convivencia. Momentos acaramelados, pervertidos... pero en ningún momento llegamos a besarnos ni a hacer el amor.

Era extraño. Parecía que él estaba deseoso de besarme, de tomarme. Pero siempre que llegábamos a un punto, él se alejaba de mí y susurraba que no era el momento. O igual era yo la que lo apartaba de un empujón y le negaba que me intentase camelar.

No tuvimos más que sugerencias de lo que queríamos, pero nunca llegó a pasar nada, al menos, durante esos primeros días.

No sé si no intentó hacer el amor conmigo por tener miedo a que una vez hecho, yo me alejaría de él. Yo tampoco di muchos pasos adelante, por parte para no volver a ser rechazada, y también por miedo. Miedo a lo que sería.

No hicimos el amor. No hasta aquel día. Sí, aquel día. Fue un error, pero también un acierto. Esa noche lo hicimos.

*******

Habíamos ido a hacer la compra a un supermercado que se encontraba a las afueras de una ciudad. Siempre solía ir allí para las compras grandes, de muchos días. Llevábamos muchos días subsistiendo a base de pasta y arroz, no habíamos salido de casa hasta ese momento. Pero ya era hora de ir comprando otro tipo de alimentos. Notaba que empezaba a hincharme. Nunca me habían sentado muy bien los hidratos de carbono, era más de dieta equilibrada. Pero desde que Axel había aparecido en mi vida, no había podido hacer la compra que tanto esperaba.

Salíamos del supermercado cargados con unas grandes bolsas. Llevábamos carne, pescado, verduras... un poco de todo. Lo necesario para subsistir.

—Huevos, macarrones, melocotones... —iba repasando la lista de lo que habíamos comprado, para asegurarme de que no faltaba nada—, pasta, pan, yogures...

—Shh... —me susurró y se paró enfrente de mí y se agachó hasta llegar a mi altura, apoyando un brazo en una de las paredes exteriores del edificio, aprisionándome, de alguna manera.

Me besó sin esperar un segundo. Cerré los ojos y me dejé llevar. Noté que su lengua se unía con la mía, en un divertido juego. Pensé que ya no se resistía más y que no había podido esperar. Me dejé llevar por el momento. Después de tantos días esperándolo... y por fin había llegado. Qué equivocada estaba.

De repente, se separó de mí bruscamente y miró a ambos lados.

—Uf... menos mal —suspiró y se alejó de mí pasándose una mano por el pelo, color crema—. Ya se ha ido el policía —explicó con una sonrisa.

—¿Cómo? —no me lo podía creer. Me había usado para ocultarse de un policía. No me lo podía creer. Todos esos días esperando que llegase ese momento, y daba la casualidad de que era una técnica de distracción. No se lo perdonaba—. No me lo puedo creer. No...

—¿Qué pasa, Lía? ¿Te encuentras mal? —me preguntó acercándose a mí con aire preocupado. Qué falso me pareció ese movimiento en ese momento. Me aparté bruscamente de él. No iba a dejar que me tocase.

—¡Claro que me encuentro mal! ¡Por supuesto! —le espeté con furia. Luchaba por no dejar que las lágrimas me saliesen. Me sentía engañada. Creía que él sentía algo por mí estos días, ternura, quizás cariño. Pero me di cuenta de que de un secuestrador, o asaltador, o lo que fuese, no se podía esperar nada—. ¿Cómo has podido hacerlo?

—¿Lo dices por el beso? —preguntó, por un momento, con un atisbo de risa. Pero al ver que estaba completamente seria, se le borró—. No me digas que te ha afectado. Sólo es un beso.

—¿Sólo un beso? ¿En serio? —estaba incrédula, no me lo podía creer.

—Lo siento, pensaba que sería lo mejor.

—Era... era...

—¿Tu primer beso? —intentó completar.

—¡No! ¡Claro que no!

En realidad lo era, pero no quería que alguien tan fanfarrón como él lo supiese. No quería perder mi dignidad. Que en 19 años no me hubiese besado con nadie no era nada de lo que sentirse orgullosa.

—Lo era, era tu primer beso —se apoyó en la pared con una mano, intentando aguantarse la risa, pero se le escapaba—. Puajajajaj, ¿en serio, Lía?

—¡Que te calles! —le di la espalda después de darle un bolsazo con la comida de Hiru.

—Au, Lía, tío, no te enfades —dijo intentando parecer conciliador, pero no me engañaba. Volvió a intentar ahogar una risa. Eso me sacó de quicio. Bien, de acuerdo, no todas éramos tan expertas en el arte sexual y conquistadoras como él. ¿Por qué no podía aceptarlo?

Antes del piano, cuando aún era pequeña y me fascinaban las ciencias y los cómics y los videojuegos y las muñecas, no me interesaban los chicos. Entre la fase de niña y la musical hubo un trance. Un par de años en los que me encontraba perdida, y no sabía si acercarse a los chicos. Nunca lo hice. Me mantuve a distancia. Cuando llegó la etapa musical, ya no tuve tiempo para nada más. Las amistades fueron desapareciendo. Mantenía las que más me interesaban, las verdaderas. Ya no tenía tiempo para fingir ser amiga de alguien a quien no soportaba, o de aguantar las estupideces de alguna persona. No tenía tiempo, ni ganas. El piano era todo para mí desde ese momento. Mis padres me compraron la casa en el campo para poder tocar el piano sin molestar a ningún vecino, y el perro, para tener compañía en mis horas de soledad. Sabía que la carrera que había elegido era muy difícil. Tenía que pasar mucho tiempo sola. Sola con el piano, sola con la música.

Por eso nunca tuve tiempo para los chicos. Y cuando la tuve, no me llegaron a interesar, o al menos, eso me pareció.

Me gustaría decir que cogí el coche y me largué a casa, dejándolo en el supermercado tirado, en medio de la nada, a las afueras de la ciudad.

Lo triste es que no tenía coche, usaba el autobús. Por eso, cuando me monté en el autobús le impedí que subiese en el mismo.

—Vuelve cuando te hayas arrepentido —le espeté con mucha seriedad mientras lo empujaba fuera del bus. El chófer cerró las puertas del autobús y arrancó.

Me senté en el lado de las ventanas y observé a Axel, parado, quieto. Vi su expresión de derrota.

Cuando llegué a casa lloré, me tiré a la cama y lloré. Me desahogué de toda la tensión de esos días. A pesar de no estar libre, había vivido cosas emocionantes, ignorando las experiencias obscenas a las que me había inducido el asaltador de casas.

Lloré y me quedé dormida durante unas horas.

Me desperté en plena noche y bajé a cocinar algo de cena. Estaba sentada a la mesa, vestida con un camisón de seda, cuando oí que llamaban a la puerta. Me acerqué sin ninguna prisa a la entrada y vi a Axel llamando con cara de cordero degollado. Resoplé un par de veces, con las manos en los costados, y le abrí la puerta, volviendo al momento a la cocina.

—Espera.

Me cogió del brazo y me detuvo. Dejó caer las bolsas al suelo y me dio la vuelta.

—¿Qué narices quier...? —me calló con un beso (apasionado, okno) lleno de sentimientos. Parecía haber arrepentimiento, cariño, ternura.

Inazuma Eleven - El síndrome de Estocolmo - Axel [Lemon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora