Axel Blaze, el asaltador de casas

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—Los planes no siempre salen a pedir de boca —le respondí y le pegué un codazo, no sé dónde.

—Tss... no te muevas —me susurró. El codazo no debió de hacerle mucho efecto.

Me bajó al salón donde estaba el piano agarrada por el antebrazo, y me sentó a la fuerza al piano.

—Toca algo —me ordenó mientras se tumbaba en el sofá que había a mis espaldas.

—Y si no te gusta cómo toco, asaltador de casas, porque lo hago fatal... ¿me matarás? —le pregunté con un toque de ironía.

—No creo que toques mal. Si no no estarías haciendo la carrera de música. Y no soy un asaltador de casas.

—¿Cóm...? —iba a preguntarle, pero él me cortó.

—Y tampoco hubieses ganado esos concursos —señaló a la pared que había a un lado, donde tenía colgados unos diplomas.

—Bueno, está claro que no toco mal. Pero si lo que toco no te gusta porque es triste o alegre o del siglo XX, ¿me matarás? —le pregunté de nuevo.

—Ya veré. Tú simplemente toca —se acomodó en el sofá, con un brazo apuntándome con la pistola.

—Lo tendré en cuenta, sobre todo esa pistola que me apunta a cada instante.

Comencé a tocar. Al principio muy suave, cautelosa. Me daba vergüenza tocar para desconocidos. Pero poco a poco se me olvidó la presencia del asaltador de casas y toqué libremente.

Al de dos horas sin parar, paré y me levanté para ir a tomar algo. Pero recordé al momento que el asaltador me estaba apuntando con la pistola así que me senté de nuevo y giré la cabeza para verlo.

Me asombró comprobar que estaba dormido plácidamente. Así que decidí quitarle la pistola y esconderla en el hueco de la chimenea. Nunca la usaba, así que estaría bien ahí. Puse un disco de música clásica, para que no sospechase que había dejado de tocar, y fui a la cocina a beber un zumo de melocotón. Después volví al salón, y vi que aún seguía dormido.

—¿Por qué no? —me dije a mí misma después de barajar la opción de hurgar en sus bolsillos y descubrir quién era.

No fue fácil encontrar algún documento que demostrase su identidad, pero pude suponer que su nombre era Axel, y que le gustaba el fútbol. Llevaba una foto de su equipo de fútbol, cuando compitieron en el TFI. Tenía la fecha de hace cuatro años, y como el TFI es para adolescentes, tendría dos años más que yo.

Parecía un buen chico. Me preguntaba qué le habría llevado a huir de alguien o algo, y por qué se dedicaba a esconderse en casas ajenas, en vez de recurrir a sus amigos.

Recordaba su cara, era la de un jugador famoso del TFI. Sí... ¿cómo se llamaba? Axel... Axel Blaze, ¿no? Bueno, daba igual. Era un jugador de fútbol, y punto.

Decidí hacer algo de cena. Ahora que Axel estaba sin armas, no me daba mucho miedo. No parecía dispuesto a hacerme daño. Quizás consiguiese ganarme su confianza y convencerlo de que asaltase una casa que no fuese la mía.

Al final, Axel despertó y vino a la cocina.

—Ah, has hecho cena —comentó y sonrió levemente. Fui a apagar la música y volví a la cocina.

—Sí, he cocinado —asentí y puse la mesa.

—Por cierto, no te había dado permiso para dejar de tocar.

—¿Y sí tengo permiso para cocinar? ¿No te ha entrado la duda de que quizás he envenenado tu comida? —le pregunté con mirada misteriosa.

—No te imagino envenenando a la gente. Los músicos no sois así.

—Y tú qué sabrás, Axel.

En ese momento, dejó el tenedor en el plato y me miró fijamente.

—¿Cómo lo has sabido?

—Hombre, está cantado. Tu aspecto lo dice todo. Pelo engominado de un color indefinible, esas cejas haciendo zig-zags...

—Sí, soy Axel Blaze. Ya está. ¿Vas a denunciarme ahora?

—No, tranquilo. Si te vas mañana mismo, no te denunciaré. Aunque tampoco supones mucho peligro para mí.

—¿No te da miedo morir de un disparo? —preguntó con dureza.

—No. Y aunque me diese miedo, no lo veo posible.

Recuerdo muy bien la cara que puso cuando se dio cuenta de que no sabía dónde había dejado la pistola. Me obligó a decirle dónde la había puesto. Nos pusimos juntos a buscarla. Pero he de decir que disimulé muy bien y me hice la tonta. Le hice mirar en varios sitios y le dije que no recordaba dónde la había puesto.

Al final dejamos de buscar, tampoco le servía de mucho, ya que no lo veía capaz de dispararme. Me amenazó con que si no aparecía la pistola en un día, me mataría de alguna manera u otra.

Inazuma Eleven - El síndrome de Estocolmo - Axel [Lemon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora