Poca técnica, mucha intención ¬¬

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—O sea, que, ¿desde hace cuánto tiempo me tenías ganas? —le pregunté mientras me alejaba lo más posible de él.

—Demasiado para saberlo —me respondió mientras se acercaba a mí.

—Oye, Edward. Comprenderás que no quiera por nada del mundo que ahora te acerques a mí con intenciones sexuales. Estoy un poco confundida, después de pasarnos todo el tiempo que nos conoces, criticándonos.

—Bueno, podemos hacer una tregua por un rato. Hasta que empiece el concurso —propuso él mientras se aflojaba la pajarita del cuello y se quitaba la chaqueta negra.

—Sigo pensando que vas muy rápido. Nuestra relación de archienemigos-flauta-piano está más encarrilada a dedicarnos a las puyas mutuas, los insultos... No a tanta cercanía ni contacto físico.

—Qué va, de hecho, creo que deberíamos volver a tocar en un dúo, como aquel año.

—No creo que sea buena idea —negué con la cabeza.

—¿A quién estabas buscando ahí fuera? —me preguntó mientras me acorralaba con sus largos brazos contra la pared.

—Ah, nada, mi novio. Me estaba esperando por ahí. Se preocupará si no aparezco pronto —le mentí, con la esperanza de que así se le pasasen las ganas.

—Bueno, cuanto antes empecemos, antes terminaremos —zanjó rápido y se terminó de desabrochar la camisa. Me recordó a Axel, igual que el día que vinieron mis amigos y quería meter la salchicha, porque no se podía aguantar las putas ganas.

—Si intentas algo fuera de lo normal —¿qué podía haber más fuera de lo normal que un tío se estuviese quitando la camisa delante de ti?—, gritaré y diré que me estás intentando violar —le amenacé.

—Yo no lo llamaría violar. Creo que los dos tenemos ganas —concretó mientras se quitaba completamente la camisa y la apoyaba en una silla.

—Exclúyeme de eso, por favor —se quitó la camiseta interior y se desabrochó los pantalones—. En serio, Edward, no puedo con tu terrible ego. No te puedo aguantar. ¿Por qué te desnudas si sabes que no quiero hacerlo contigo?

—¿Quién ha dicho que no quieras? —preguntó con cara de confusión.

—Yo —me señalé con el dedo—. Yo. Esta renacuaja que tienes frente a ti.

—Qué tonterías —resopló.

Lo observé con detenimiento. Era muy guapo, tenía el pelo negro y una mirada misteriosa. Si no hubiese sido por su carácter tan insoportable, hubiese intentado hacer amistad con él cuando lo conocí. Su espalda era ancha y estaba muy delgado. Vi una cicatriz en un costado, pero decidí no preguntarle. Quién sabía qué podría haber sido.

—¿Miras esto? —me preguntó mientras señalaba su cicatriz—. Me la hizo mi padre. Cuando él hizo odiara la música —hizo una breve pausa y se me quedó mirando, recorriendo mi cuerpo—. Quítate ese vestido, anda. Estás muy guapa, pero no creo que sea buena idea que lo lleves puesto para lo que vamos a hacer —. Como vio que no me movía ni un ápice se acercó a mí y me giró bruscamente. Bajó la cremallera de mi vestido con habilidad y me obligó a quitármelo—. De pequeño tocaba igual que tú. Ponía todos mis sentimientos en la interpretación, pero mi padre me prohibía tocar así. Me obligó a estudiar mucho, dedicarle todo mi tiempo a la técnica de la flauta. Y ya ves lo que ha pasado —sonrió con tristeza.

Lo miré a los ojos, tan altos, y pasé inconscientemente una mano por su cicatriz. Noté que su cuerpo se tensó al notar mi tacto, pero me dejó.

—Tienes las manos increíblemente frías —comentó mientras pasaba un brazo por mi espalda.

—Lo sé —entrelacé una mano con la otra que tenía él libre y al momento se me calentó—. Me encantan tus manos. Son tan grandes y están calentitas.

Él sonrió y me cogió en volandas, sentándome en la mesa que había a un lado de la habitación. Acercó sus labios a los míos y los rozó. Cogió mis pechos con las manos y comenzó a acariciarlos mientras me besaba con cuidado. Deslizó una mano por mi "zona íntima", como lo llama Axel, e introdujo unos dedos en mi vagina.

He de decir que no lo hacía tan bien como Axel. De hecho, era muy torpe. Cuando intentaba hacer un movimiento constante entrando y saliendo, no lo conseguía. Se le escapaban los dedos. Y no se dedicó nada a la zona del clítoris. Creo que me volví muy exigente por culpa del sexo con ese asaltador pervertido asesino. Así que como no quería perder el tiempo, le bajé los calzoncillos a Edward y comprobé que tenía su "miembro" (otro hábito de Axel) ya preparado.

Me había vuelto más experimentada por Axel. Cogí su "cosa" y comencé a masturbarlo. Deslicé mi mano con suavidad haciendo que Edward soltase algún suspiro.

—¿Por qué... eres... tan buena? —me preguntó.

Culpa de Axel, pensé en mi interior. Pero, claramente, no lo dije.

Metí su miembro en mi boca y comencé a deslizarlo en mi boca. Con mi lengua acaricié el glande y continué masturbándolo. Al de poco, terminó corriéndose en mi boca. Corrí a por mi bolso y cogí un pañuelo, donde escupí todo el líquido pringoso. Seguía sin acostumbrarme. Me daba mucho asco, y más si era de un archienemigo musical.

Mientras estaba agachada escupiendo, noté dos manos en mis caderas y sentí cómo Edward me penetraba. Estuve a punto de gritar, pero su mano me lo impidió, cerrándome la boca. Vuelvo a repetir que el pobre chico no tenía demasiada experiencia. Hizo varios movimientos introduciendo su salami y sacándolo, y más pronto de lo normal, terminó jadeando y me dejó. En cuanto me liberó le di una torta en la cara, que se le quedó grabada hasta dos horas después del concierto.

—Se nota que la técnica es lo tuyo. Tanto tiempo dedicado a estudiar que no sabes cómo hacer bien el amor a una chica —le solté mientras me volvía a poner el vestido—. Te falta técnica, Edward.

—¿Pero no me decías que lo importante era el sentimiento? —preguntó resoplando—. Lo había hecho con todo mi sentimiento posible.

—Tienes que hacer como yo: tienes que saber algo de técnica, pero también ponle amor —me reí por lo cómico de la situación. Al fin y al cabo, puede que hasta me llegase a caer bien.

Se terminó de vestir y se acercó a la puerta.

—Bueno, te dejo calentando, ya que debo ser tan penoso que no te he dejado satisfecho —puso cara de compungido—. ¿Puedo verte tocar?

—Sí, mientras no intentes distraerme... —asentí.

—¿Y después del concurso? —preguntó con la cara iluminada.

—Ya veremos. Tú búscame... y si eso...

Se marchó por fin y me quedé sola en la sala del piano. Estaba nerviosa, con el corazón latiéndome a mil por hora. Tenía que contárselo a Sophie y Jane. No se lo iban a creer. Se reirían, seguro.

Inazuma Eleven - El síndrome de Estocolmo - Axel [Lemon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora