El juego III

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Alex o, al menos, aquel hermano al que decidí llamarlo mentalmente como Alex, ya que me parecía mucho más retorcido y calculador que el otro gemelo, lo cual lo hacía encajar a la perfección en el perfil de violador asaltador de casas, me dejó descansar unos segundos. Me tumbé en la mesa que había en la habitación, tapando mis pechos con mis brazos. No había nada que ocultar, pero notar sus miradas sobre mi cuerpo desnudo me ponía la piel de gallina.

—No tienes nada que ocultar, Lía —rió Alex mientras se acercaba a su hermano gemelo, iguales en todo—. No hay ninguna parte de tu cuerpo que no hayamos tocado o visto.

—Lo sé, habéis dado anatomía avanzada —suspiré, aún cubriéndome con los brazos—. Qué pena que yo me haya dedicado al arte y no a la anatomía. Yo también conocería vuestros cuerpos de memoria —se me escapó una sonrisa cansada. Quería que eso terminase cuanto antes.

Debía averiguar rápidamente quién era quién. Antes de que se aburriesen de mí y decidiesen acabar con mi vida, probablemente de una forma muy dolorosa, otra forma ideal para entretenerse.

No podía precipitarme con la decisión. Era muy probable que Alex hubiese tramado algo. Algo que me hiciese fallar y pensar que cada uno era el contrario. Por lo tanto, no me podía fiar de lo que veía. Debía fijarme en detalles de cada uno, realizados inconscientemente, ya que de las acciones no podía fiarme.

Me pareció ver que Axel se relamía los labios, cosa que nunca le había visto hacer. Era algo más propio del otro hermano, retorcido y macabro, la cabeza pensante de los dos. Me parecía increíble que se pareciesen tanto, incluso en el físico. El tubo mastodóntico, su seta cohete, su "cosa" era exactamente igual. Medía exactamente lo mismo. No era posible que fuesen tan idénticos. Algo debían tener distinto.

Me reincorporé sobre la mesa, apoyándome en mis manos. Axel me cogió de la barbilla y me hizo mirarle fijamente.

—Terminad rápido aquello que tengáis que hacer —les dije de forma retadora, haciendo como que no me importaba lo que tuviesen planeado hacer.

—Te equivocas, querida. Es de ti de quien depende cuándo acabaremos —respondió el otro hermano, mientras cogía una caja de tabaco y encendía un cigarrillo. Cada vez tenía más claro quién era quién. Pero me asustaba el hecho de que todo fuese una farsa ideada por los dos gemelos para hacerme creer cosas completamente distintas. Aspiró el humo del cigarrillo y me lo echó directamente a la cara. Sonrió con maldad.

—Estáis completamente locos. No le encuentro el placer a las actividades lúdicas que vosotros desarrolláis.

—Solamente es sexo — el supuesto Alex se encogió de hombros, dándole una calada al cigarrillo que tenía entre los dedos.

—Sólo es sexo —repetí yo en un susurro.

Hay gente a la que le gusta ir a pasear, hacer deporte, escuchar música... A estos dos hermanos, en cambio, les gustaban cosas más especiales. Hola, soy Axel Blaze, jugador de fútbol profesional. Mi pasión es asaltar casas de chicas vírgenes y seducibles, preferiblemente tontas, para poder follármelas muchas veces, antes de matarlas brutalmente, de la forma más dolorosa posible. Sí, esa sería la perfecta descripción de uno de ellos. Hola, soy Alex Zabel, me gusta crear crímenes tétricos para que mi hermano los realice mientras yo me masturbo fuertemente viéndolo violar y matar a chavalas jóvenes que se enamoran fácilmente de nosotros. Mi afición es ver las expresiones que la gente pone cuando sufren, cuando sufren mucho, mucho. Pobres idiotas. Gente muy normal, lo dicho.

—Bueno, no nos desviemos del tema —dijo Alex mientras apagaba el cigarrillo en el suelo. Fue algo que me cabreó. Ya no era el simple hecho de que me fuese a violar, y a matar, muy probablemente. Si no que estaba destrozando el suelo de la habitación con el cigarrillo. Con lo cuidadosa que siempre había sido para que ahora me lo estropeasen ese par.

Me reí de mí misma en mi interior, por estar preocupándome de esas ridiculeces, cuando cosas más importantes que esas, por ejemplo, mi vida, estaban en juego.

—Ve empezando, Axel —dijo el gemelo que acababa de apagar el cigarrillo en el suelo.

Me preocupé al oír que lo llamaba por su nombre, o el nombre que creía que tenía. ¿Sería otra de sus artimañas? ¿Pero, por qué lo habría llamado así? Obviamente, Alex no era tan tonto como para haberlo hecho por error. Me miró por el rabillo del ojo y sonrió con satisfacción. La bomba acababa de caer.

Inazuma Eleven - El síndrome de Estocolmo - Axel [Lemon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora