Capítulo 33: Vuelta a casa

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Todos los habitantes, ya fueran ricos o pobres, campesinos o burgueses esperaban juntos como iguales en la plaza del centro de la ciudad, permaneciendo de pie para dejar más espacio a las personas que salían de sus casas para escuchar el discurso que iba a ser pronunciado.

Había dicho a mis guardias (Aunque técnicamente eran los guardias del rey en su ausencia me obedecían a mí) que se encargaran personalmente de que hasta el último habitante de la ciudad se enterara de que su amado rey iba a dar un discurso, pues necesitaba que todo el mundo se enterara de lo que iba a decir.

Había ordenado montar un pequeño escenario elevado y allí colocar un atril de madera con un micrófono que ayudaría a que todos los espectadores me oyeran con claridad.

- Majestad, ¿Estáis seguro de que deseáis hacer esto? —Dijo uno de mis consejeros.

Sabía que era mi consejero porque cuando pedí a mis guardias que trajeran ante mi al consejo real gue él quien vino junto a otros, probablemente grandes señores, todos gordos y emperifollados. Aquel en particular era bajito y tenía una espesa barba castaña y sentía una necesidad imperiosa de vestir siempre de naranja, lo cual hacía que le aborreciera de la misma forma que odiaba ese color. Su voz melosa, aduladora y aprovechada me irritaba enormemente.

Todo el consejo se había opuesto a lo que les había propuesto, pero afortunadamente no necesitaba su aprobación para hacer lo que quería. De hecho cuando los reuní ni siquiera quería su consejo, sino su sabiduría para saber si una vez empezara las cosas sucederían como yo pretendía.

- Ser Naranjos —Así había decidido llamarle, pues no iba a permanecer allí durante tiempo suficiente como para aprenderme los nombres de todos los consejeros.— le aseguro que estoy completamente seguro de que lo que voy a hacer a continuación es lo que deseo, y además es lo apropiado. Este no es mi mundo, ni mi reino.

- Pero vuestro futuro yo lo hizo bien, reinó de forma justa y trajo paz y prosperidad al reino, estamos seguros de que vos lo haréis de la misma manera... —Replicó Lord Gorrino, un hombre con unos rasgos exageradamente porcinos.

Por un momento llegué a pensarlo. Si nos quedábamos viviríamos una vida de reyes, nunca nos faltaría de nada y se acabarían nuestros problemas. Pero hacer eso conllevaría alterar la línea temporal, y las consecuencias serían catastróficas.

- Os he dicho que no puedo quedarme aquí. Ahora retiraos, no os necesito más.

Los consejeros siguieron obedientemente mis órdenes y desaparecieron mientras yo subía al escenario y me posicionaba sobre el atril.

Prue, Holly y Flora estaban en un lugar apartado observándome con atención. Flora parecía bastante afectada por la muerte de Andy y Holly estaba claramente desconcertada por lo que iba a ocurrir a continuación, ya que no les había contado nada sobre mi plan. Pero Prue, como siempre, tenía un rostro esculpido en hielo, impenetrable por muchas sensaciones contradictorias y dolor que estuviera sintiendo en aquel momento.

Y en una ventana de una casa abandonada y casi destartalada estaba Alex mirándome con dulzura, como si mi imagen le trajera a la mente recuerdos agradables. Mientras libraba aquella larga batalla no había tenido tiempo de pararme a pensar en lo que había pasado y lo que había sentido, cosas que aún resultaban demasiado confusas para mí.

Con tanto pensamiento no me di cuenta de que estaba delante del atril sin decir nada y el pueblo me miraba cada vez más expectante.

- Bueno... —Dije mientras me aclaraba la voz sin saber bien como empezar.— Como muchos de vosotros sabréis, yo no soy vuestro rey. Bueno, si lo soy, pero a la vez no... Es una larga historia, y no os he reunido aquí para eso. Os he reunido para deciros que la persona que vosotros llamábais "Rey" ha muerto.

Cuidado con lo que deseasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora