Día 24

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El teatro luce impecable. El suelo de madera brilla. Gracias a las luces, las pinturas que adornan el techo se ven más grandes y las cortinas huelen a jabón perfumado. A pesar de que estoy a punto de salir al escenario por tercera y última vez en todo lo que lleva el concierto, los nervios antes del espectáculo siempre son agridulces.

El concierto dio inicio a las cuatro de la tarde; hoy se presentarían varios alumnos de las diferentes cátedras de instrumento. Desde los más pequeños hasta los más avanzados. Josie y yo abrimos el show, dónde la violinista fue quien realmente brilló. Nunca dejaré de admirar lo prodigiosa que es Josie. Luego de que los iniciantes terminaran, fue el turno de la orquesta. Diría que fue uno de los acompañamientos que más disfruté, y mí solo...el solo por el que tanto luché ¡Puff! Fue una completa locura, el público no dejó de aclamar por más. Sentí que estaba en las nubes, en otra dimensión donde solo existían las notas musicales saliendo de mis manos.

Tomé una respiración profunda, alisando las arrugas inexistentes de mi traje negro. Moví las muñecas en círculos varias veces, mientras me repetía que todo saldría bien. Porque tiene que salir bien. Llevo el último año preparándome para éste momento. El momento de mi recital.

Catorce minutos tocando sola en un escenario suena intimidante, pero en realidad me parece alentador. Me prometí a mí misma que disfrutaría de principio a fin, y lo que sea que pase durante esos minutos...voy a sentirme orgullosa.

Tú puedes, Meg.

Anunciaron mi nombre, y los aplausos se escucharon en todo el teatro al mismo tiempo que las cortinas se abrían. Salí hacia el escenario, sonriendo levemente. Hice una reverencia en agradecimiento, antes de sentarme frente al piano. Con más de dos metros de largo, de color negro brillante, este es el mejor piano de todo el Conservatorio, y también el más temible, pues tener el privilegio de tocarlo es para los estudiantes más avanzados.

Meg Fuller, estudiante avanzada ¿Suena genial, verdad?

Lo curioso de la Sonata nº 29 en Sib Mayor, fue una de las últimas sonatas de Beethoven, la más larga y complicada de todas las que había escrito. Su último movimiento es una de las fugas más endiabladas jamás compuestas. Me contaron que al terminarla Ludvig exclamó: "¡Ya sé componer!", lo que causa bastante gracia. No es imposible ejecutarla, pero sigue siendo todo un reto para cualquier pianista que quiera abordarla, y son necesarias muchas horas de estudio, puedo afirmarlo por experiencia.

Concéntrate, Margaret.

Toqué el primer acorde. Mis manos moviéndose casi por sí solas a tanta velocidad. Seguía sintiendo aquel nudo en el estómago producto de los nervios. Estuve tentada a mirar hacia el público varias veces, parecía que el teatro estaba más lleno de lo normal. De reojo vi el cabello rubio de Josie, con dos figuras a su lado, que no podía ser nadie más que Marcus y Alex, estaban tras las cortinas rojas, lucían bastante emocionados por mi interpretación. Sin embargo no aparté la vista del piano en ningún momento durante aquellos catorce minutos sola en el escenario.

¿Conocen ese sentimiento de pertenencia? Fue lo que sentí, como si aquel gran piano negro y yo fuéramos una sola voz, pulcra y sincronizada. Cada nota revoloteaba en mi cabeza, para luego pasar por mis manos y transformarse en algo más grande, en algo completamente hermoso. Amé cada crescendo, cada matiz, las notas largas, y los silencios. Tocar una pieza es parecido a sentirse completamente vivo. Teclas blancas y negras, días con luz y oscuridad, acordes mayores y menores; logros y derrotas, un camino con inicio y final. Un camino que amas recorrer y disfrutas hasta el final.

50 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora