Día 44

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Hay cosas que debes hacer por ti mismo. Perdonar es una de ellas.

Cuando la doctora Kim dijo que era un paso importante, no podía creerlo. Es más fácil perdonar a un amigo; como el día que decidí perdonar a Aaron por todo lo que dijo, o incluso una situación que sabes es pasajera, como el asunto del blog escolar de Lana Marrock. Y luego, está la parte dónde se complica ¿Cómo puedo perdonar a las personas que me destruyeron? ¿Cómo puedo perdonar a George Tracey y a Brian Deutch? ¿Cómo puedo dejarlo ir? ¿Es siquiera posible?

Pero, si existe algo más difícil que perdonar a los demás, es perdonarte a ti mismo. Y allí es dónde estoy ahora.

He intentado pronunciar las palabras, pero el nudo en mi garganta es más grande, no puedo hablar; y tengo tanto que decir, tanto que perdonar: todas las veces que dudé de mí, cuando creía que no era suficiente. Todas las veces que me he lastimado con palabras afiladas como dagas. Las veces que me culpé por cosas que no estaban en mi control. Cada momento en que me juzgué.

—De verdad lo siento, Margaret. — musité, para mí misma. Las palabras hicieron eco en mi habitación.

Me quedé en silencio varios minutos, hasta que finalmente, pude decirlo en voz alta.

—Me perdono.

Sé que tendré que decirlo varias veces hasta que finalmente lo haya dejado ir de corazón, sé que tendré que perdonarme muchas veces en la vida. No es algo que sea rápido. Pero hoy, he dado el primer paso. Y eso, está bien.

Me miré al espejo: el collarín ya no me cubre el cuello. Fue retirado ésta mañana y ya puedo estirarme con libertad. Tuve que hacer varios ejercicios antes, para acostumbrar a los músculos. Es un alivio no tener que usarlo más. De vez en cuando aparece uno que otro calambre, pero ya pasará.

Podría cantar "libre soy" a todo pulmón ahora mismo.

Mi cabello me recuerda que debo ir al salón. Reservé una cita para mañana; porque si algo es necesario, es llegar a Viena con estilo.

Cielos, pasar tiempo con Anne, tiene sus efectos.

Mi rostro está un poco menos hinchado. El moretón en mi pómulo ha perdido un poco la tonalidad, sin embargo todavía le quedan varios días más para desaparecer. Pero no luzco tan mal como hace dos días atrás, es un avance, supongo.

He estado intentando poner mi vida en orden. Las páginas de la libreta color amarillo son testigo de ello. El boleto de avión reposa tranquilamente sobre la tapa de mi piano, con un pisapapeles en forma de clave de sol encima, para que la brisa no lo vuele. El papelito dice claramente seis de julio. Cada vez, falta menos para el día cincuenta, cada vez falta menos para que me marche.

Me eché en la cama soltando un suspiro. Acaricié con suavidad el pelaje del diminuto oso panda de peluche que reposa junto a mí. Todavía lo tengo. Gracias a toda la emoción de ayer, sumando mi memoria de pez, olvidé dárselo a Turner. No olvidaré entregarle su regalo al verle ésta tarde.

Aaron me escribió un mensaje temprano, alegando que Adam durmió hasta tarde, y le hicieron varias evaluaciones de rutina para chequear que todo siguiera estando en orden. Así que, no recibirá visitas hasta después del almuerzo.

— ¿Ya terminaste la canción?— inquirió Lily, colándose en mi habitación.

—Sigo estancada con la letra. — Fruncí los labios— ¿Qué tal tus vacaciones?

Lily ladeó la cabeza. Como si el asunto le diera migraña.

—Quería seguir practicando los levantamientos, pero Cliff, mi pareja de baile insiste en que disfrute las vacaciones. — hizo una expresión horrorizada, como si las ocho semanas libres fueran un sacrilegio.

50 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora