El reloj marcaba las cinco de la mañana cuando la alarma resonó por toda la habitación. Bostecé y me estiré aun somnolienta. Tuve que animarme a mí misma a salir de la cama con un sermón cariñoso.
Hoy inicia la operación: hacerme cargo de mí misma. Ya no hay excusas.
Una de las primeras cosas que me pidió la doctora Kim para retomar mi trabajo terapéutico es pasar tiempo conmigo misma, sin distracciones. A pesar de que estoy desangrándome internamente en este momento gracias a mi período y lo único que quiero es hacerme bolita en el colchón, saldré a dar esa vuelta. Luego de la necesaria visita al baño, y el ibuprofeno en mi estómago salí silenciosamente de la casa con mi bicicleta.
Estoy rompiendo mi rutina de dormir toda la mañana del sábado. Pero no mentiré; la sensación es refrescante; el frío de la nueva mañana acercándose mientras pedaleo mi bici, los primeros rayos de sol apareciendo en el este. Hay más gente de la que creí en las calles, y la mayoría se encuentra haciendo ejercicio. Supongo que es el tiempo libre que tienen antes de volver a la dura rutina de la vida en Nueva York.
Intenté apreciar los pequeños detalles: como la adorable pareja de ancianos que me deseó los buenos días al pasar, las hojas de los árboles que caían a mí alrededor y lo bien que me sentía conmigo misma en ese momento. Creo que no recuerdo la última vez que sentí ésta clase de tranquilidad.
Regresé a casa una hora y media más tarde tarareando una canción. Mamá estaba en pijama preparando el desayuno. Le di un rápido beso en la mejilla a la vez sus ojos azules me observaban con sorpresa.
—Buenos días, má.
—Buen día, cielo. —sonrió. — ¿Es el fin del mundo?—bromeó. Le saqué la lengua.
—Amaneciste graciosa, mamá.
— ¿Disfrutaste el paseo?
— ¡Estuvo genial! No sé por qué no lo había probado antes.
—Eso es bueno. —acarició mi mejilla. Hizo una mueca al sentir mi rostro sudoroso. — Anda a bañarte ahora mismo.
— ¡Mamá! Puedo hacerlo más tarde.
—Cuento tres y llevo dos.
Hice una mueca y salí corriendo en dirección a mi habitación.
A veces suelo tener revelaciones en la ducha. Es un dato innecesario.
La vida es completamente impredecible. Lo digo en serio, la mayoría de las veces todos tenemos un plan. Un plan ideal que intentamos seguir al pie de la letra, pero las circunstancias surgen y todo parece dar un giro de ciento ochenta grados.
Cuando le propuse a Turner éste experimento de los 50 Días nunca imaginé que terminaría enamorada de él, y no solo eso ¡Han pasado muchas cosas! No pensé que gracias a todo esto se desencadenarían una serie de eventos que voltearían mi forma de ver la vida. Logré graduarme, pude usar un vestido y he regresado a terapia después de tantos años. Iré a la universidad, pasaré todo el verano en Austria. Es increíble como todo está cambiando, y a veces, un cambio es lo que necesitamos.
Pff. Todo lo que ha pasado entre Turner y yo, es una locura. Hemos llegado a otro nivel de conexión que no puedo expresar en palabras. Estoy enamorada de Adam Turner, y no planeo decírselo...todavía.
Salí del baño envuelta en una toalla. Observé el cuadro colgado en la pared por encima de mi piano. No puedo evitar admirarlo cada vez que tengo la oportunidad.
Suspiré.La verdad es que no sé cómo decírselo, anoche en el puente de Brooklyn después de darme cuenta de ello, quise confersarlo, pero no pude.
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50 Días
Roman d'amourExisten dos tipos de personas:a los que les va bien en el amor, y a los que no, claramente Meg y Adam pertenecen a la segunda. Decidida a ponerle fin a su mala suerte en aquel tema, Meg le cuenta a su mejor amigo una alocada propuesta, que parece...