Día 27

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Últimamente, me he dado cuenta que las situaciones improvisadas, suelen dar buenos resultados. Comer helado a las dos de la mañana, definitivamente no estaba entre mis planes. Sin embargo, aquí estoy, sentada junto a Adam sobre el capó de mi nuevo auto, con una asombrosa vista hacia las estrellas, una tienda de dulces abierta las 24 horas, justo detrás de nosotros. Y la estoy pasando de maravilla.

Le di un mordisco a mi barquilla, mientras acariciaba suavemente el dorso de la mano de Turner. Mi vista fija en el cielo, completamente repleto de estrellas, las cuales forman miles de figuras imaginarias si unes los puntos. Hace frío, pero la chaqueta de Adam me abriga lo necesario como para no pillar un resfriado.

 Al ladear la cabeza en su dirección me encontré con su mirada verde. Las comisuras de sus labios estaban elevadas, en una expresión llena de ternura.

— ¿Cuánto tiempo llevas mirándome? — pregunté en modo de broma.

—Lo suficiente, como para haberte tomado una foto sin que te dieras cuenta. —Respondió.Solté una risita. —Eres adorable— pellizcó mi nariz, le aparté la mano de una sacudida.

—Esto es lo más loco que hemos hecho— cambié de tema. — ¿alguna vez pensaste que pasaría?

— ¿El qué? ¿Comer helado a las dos de la mañana? O ¿El hecho de que creo que me estoy enamorando de ti?— aquella última frase me dejó sin aliento. Mi corazón late desenfrenadamente contra mi pecho, casi temo que pueda escucharlo.

Me voy a desmayar. Primer aviso.

¿Acaso así se siente estar enamorado? No estoy segura. Los chicos con los que había salido antes jamás me hicieron sentir algo parecido al efecto que Adam causa en mí. Ni una sola vez.

Le adoro, después de todo es mi mejor amigo. ¿Pero no es pronto cómo para decir que es amor? ¿Es posible que en 27 días nuestros sentimientos hayan dado un giro completamente distinto?

A veces no es cuestión de tiempo, sino de química.

Me quedé sin palabras. 

Acerqué mi rostro al suyo uniendo nuestros labios en un beso. Él acarició mi mejilla profundizándolo, nuestras lenguas se enredaron, explorando la boca del otro. Le tomé de los hombros, acercándole más a mí. No sabía si era el ambiente que nos rodeaba, su última declaración, o el hecho de que Adam Turner besa como un profesional lo que hizo el momento mágico. Con aquel beso, intenté expresarle lo que sentía, sin necesidad de decir mucho. Las palabras...vendrían después.

Aquel gesto era tan profundo, tan íntimo,  un lenguaje que solo nosotros conocemos. Me separé un poco para tomar aire. Sentí su sonrisa contra mis labios, para luego unirlos nuevamente. Adam bajó las manos recorriendo mi espalda hasta detenerse en mi cintura, y bajando un poco más, deslizando las manos suavemente por encima de la vaporosa falda del vestido. La temperatura de nuestros cuerpos comenzó a elevarse.

Fue entonces, en un intento de sentarme en su regazo, cuando resbalamos sobre el capó del auto. Caímos en el suelo cubierto de grama en un golpe seco.

Turner soltó un gemido de dolor al caer, seguido de un gritito de sorpresa por mi parte. Adam se llevó la peor parte, todo mi peso estaba sobre él.

—Joder— maldije, aún seguía encima de él.

—Sí, joder. — jadeó.

Le miré: luce adolorido pero a su vez sus ojos brillan con diversión. Me mordí el labio. Esta situación solo nos puede pasar a nosotros.

— ¿Cómo hacen para follar sobre el capó? — preguntó. — ¡Ni siquiera pudiste subirte en mi regazo y nos caímos!

Solté una carcajada.

50 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora