Había preparado toda una playlist donde mezclaba Slash, Led Zeppelin y hasta un poco de the Police, pero mis planes se habían arruinado con la rotura, ya, irreparable, del móvil.
Con la cabeza apoyada en el cristal, viendo cómo el paisaje se iba haciendo cada vez más árido, jugueteaba con los restos del cacharro. Mi madre estaba a punto de quedarse dormida, frente a mí, y al lado mío mi hermano veía películas en la tablet.
Llegaríamos a Madrid sobre las seis para después coger un avión hacia Nantes. Tan sólo tengo recuerdos difusos, porque en la mayoría de los momentos del trayecto, por una mezcla de aburrimiento y cansancio, acabé quedándome dormida.
Por la tarde noche ya, llegamos al aeropuerto de Nantes. Tres voces estridentes me despertaron de la sacudida que le dieron a mis tímpanos.
-¡¡¡BLANCHAAAAAARD!!!
Eran mis tías, sin lugar a dudas. Todos los años, en cuanto nos veían, gritaban nuestro apellido de familia. Corrieron hacia nosotros y nos abrazamos, intoxicándome con la mezcla de tantos perfumes intensos. Nada cambiaría.
Camille, la más alta y la más mayor, no paraba de tocarme el pelo.
-¡Cada vez lo tienes más rubio y suave!-Exclamó. Ella también lo tenía rubio, pero muy corto y encrespado, y un mechón color platino ya se divisaba en la parte de la coronilla.
Las otras dos no paraban de tocarme la cara y la ropa. Me agobiaban, pero no dije nada. Simplemente, me aguanté.
-¡Pero qué estilazo tiene tu niña, Ella!-Comentó Diane, la más joven. Me hizo dar un par de vueltas sobre mí misma. Yo sonreí.
-Venga, vamos ya a casa que seguro que estaréis hambrientos-Dijo la bajita y regordeta Michelle, cogiendo las dos maletas y encaminándose hacia el coche. Nosotros la seguimos, mientras comentábamos cómo había ido nuestro viaje.
Mis tías, junto con mi madre, Camille, Michelle, Ella y Diane, eran llamado el cuarteto de oro. Las cuatro hermanas Blanchard, rubias y guapísimas, aunque cada una a su manera. Sin embargo, mi madre era la única casada.
Me encantaba cómo cada una era completamente diferente y entre todas formaban un puzle bastante curioso, y, sobre todo, me fascinaba la complicidad, confianza y lazo inquebrantable fraternal que mantenían. En cambio, yo, miraba a mi alrededor y lo único que tenía era un niño de once años que tenía los dedos fijados a algún aparato electrónico las veinticuatro horas del día. Apenas hablábamos más allá de lo que hablarían dos simples conocidos. Pero, desgraciadamente, ninguno de los dos le dábamos demasiada importancia.
Nos montamos los seis en el coche de siete plazas y nos dirigimos al centro de la ciudad, en busca del acogedor piso dónde vivían mis tías.
Era curioso como cada habitación olía a una cosa diferente. Si fuera ciega, me decía muchas veces, me podría guiar perfectamente por los olores.
El pasillo olía a una mezcla de incienso y cerillas; el cuarto de Diane, a pintalabios caros de MAC, el salón, a cacao de fresa y la cocina a miel y mantequilla.
Era un pisito pequeño, cuatro habitaciones pequeñas, un baño, una cocina bastante grande en comparación con las demás estancias de la casa y un pequeño salón, todo distribuído por un estrecho pasillo.
Diane cedió su habitación a mi hermano y a mi madre, ya que ella dormiría con Michelle. Yo dormiría en la pequeñísima habitación del fondo, que en otra vida fue un desván.
Llevé mi maleta a la habitación. Tenía en techo inclinado y el papel pintado color lima que tan vivo era de antaño, ahora estaba roído y desvaído, con las esquinas desgarradas. La cama era estrecha, casi tanto como el armario blanco, cubierto por una gruesa capa de polvo. El suelo era de madera oscura, de esas que crujían a traición cuando menos ruido quisieras hacer. Había una pequeña ventana, alta. Olía a una mezcla de humedad y vainilla.
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Fideos al Horno- #Wattys2017
Roman pour AdolescentsRaquelle es una chica que pasa todos los veranos en Nantes para visitar a su familia. Ese año, sin embargo, debe ayudar a una de sus tías en su puesto del mercadillo, donde conoce a Dan, un chico de origen vietnamita que trabaja con su hermano y su...