Beso

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La boca se me abrió y me llevé la mano a los labios. Di gracias profundamente por no tener mercadillo mañana.

Qué qué qué qué qué qué qué ¿Qué?

Cuando lo perdí de vista en el camino que se confundía con la maleza, me encaminé a casa. Con paso rápido, los cascos en una mano. La otra me tapaba la boca.

Qué.

Tenía la mente en blanco. Tenía ganas de gritar algo. No tenía absolutamente ningún sentido. Ojalá lo hubiera visto venir para apartarme, para evitarlo.

Habían atacado mis desprotegidos labios sin previo aviso, ni permiso.

No es que nunca me hubieran besado. De hecho, aquello había sido un tonto cruce de labios, Apenas dos segundos. No contaba como beso.

Bueno, en realidad, ni contaba, porque ese día no había existido, ¿No?

¿Pero ahora cómo le miraba a la cara? Si lo veía, qué le decía? Más importante, debía decírselo a Dan?

Por unos minutos, me olvidé de Lena, lo que hacía unos segundos me parecía imposible. La verdad es que no sé qué prefería pensar.

Llegué a la conclusión de que debía hablar con Thian. Cuanto antes lo viera.

¿Y Dan? ¿Y si se enteraba? ¿Qué pensaría? ¿Qué pasaría?

Tres de agosto. Las calles del mercadillo estaban vacías, supongo que debido al calor, había menos gente. Thian estaba ya bien, frente al mostrador, contando monedas. Dan se dio cuenta de que estaba mirando hacia ellos y me hizo un gesto para que lo siguiera.

Apenas teníamos clientes, mi tía se las podría arreglar sola sin problemas. La avisé, mientras cogía cinco euros en monedas.

Nos encontramos frente a un puesto de frutos secos garrapiñados.

-Vaya días más ocupados has tenido-Reí-¿Estás bien?

-Cansado-Dijo él, con una sonrisa.

-¿Tu hermano ya está bien, no? Por lo que veo.

-Sí, bueno, tenía ganas de venir. Y lo necesitábamos, por mucho que me cueste admitirlo. ¿Vamos a dar una vuelta?

Yo asentí. Anduvimos calle abajo. Aquello era un festival de colores y olores. Poco a poco, se iba llenando, había un ambiente especial, aunque el sol aún brillaba con todas sus fuerzas y nos pegaba sus rayos a la espalda.

Los vendedores nos ofrecían comida y pequeños dulces, que nosotros aceptábamos de buena gana.

Llegamos a un puesto en el que hacían trenzas en el pelo con hilos de colores. Eran preciosas y baratas.

-¿Quieres una?-Preguntó Dan. Parecía leerme el pensamiento.

Yo asentí lentamente.

-¡Muy buenas, parejita!-Exclamó una mujer, poniéndose de pie de repente detrás de la mesa. Estaba ordenando hilos y no habíamos advertido su presencia.

Estaba a punto de decir que no éramos pareja con una risita nerviosa, pero me limité a sonreír forzadamente. Dan me miró de reojo.

La mujer tenía los ojos almendrados y muy claros. La piel morena y el pelo castaño y largo, recubierto de rastas aquí y allá y trenzas de hilo de colores o de cuero, con cascabeles y abalorios en las puntas.

Al tener dinero suficiente, la mujer me indicó que me sentara en un taburete y que eligiese de uno a cuatro colores. Elegí el rojo, el dorado, azul y morado. Dan se acercó y se sentó en otra banqueta, frente a la mía.

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