8.

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Durante el resto del día no dejé de pensar en la pelea de Eric y Harry. Dios mío, la estupidez de los hombres a veces es insuperable. Y eso que soy experta en cometer estupideces.

Miré el reloj, y resoplé. Me dirigí al despacho de Andrew, y entré sin picar.

—¿No te han enseñado a llamar antes de entrar?—replicó, colocando bien unos papeles.

—¿Estabas haciendo algo preocupante?—Andrew negó con su cabeza, y yo sonreí—. Entonces puedes estar tranquilo.

—¿Qué quieres, Cooper? Tienes trabajo por hacer.

—Tengo que irme antes—me miró con una ceja levantada, y suspiré—. Me lo debes.

—Cooper, tienes que...

—¡Gracias, Andrew!—grité mientras cerraba la puerta de su despacho.

Recogí mis cosas y me fui a casa. Aparqué la moto, pero antes de bajarme, miré la hora. Pensé detenidamente en qué hacer, así que volví a encender la moto y me dirigí al gimnasio. Dejé la moto en la puerta, y me bajé de ella, para luego entrar en el gimnasio.

Pasaba por delante del mostrador cuando alguien carraspeó. Me detuve, y miré al recepcionista, que parecía un cruasán de cintura para arriba, y un gallo de cintura para abajo.

—Casco fuera—le miré, sin hacerle caso—. Casco fuera—repitió.

—¿Por qué?

—Porque es un gimnasio, ¿para qué quieres llevar puesto un casco?—escupió.

—¿Dónde está el cartel que pone que no puedo llevar casco aquí dentro?—iba a decir algo, pero me adelanté—. Da igual. De todos modos, con el casco no puedo sacar a relucir mi belleza.

Me quité el casco y peiné un poco mi cabello. Le sonreí al recepcionista y me acerqué para apoyar el casco en la mesa.

—¿Contento?

—¿En qué puedo ayudarte?

—Estoy buscando a una persona.

—¿A quién?

—¿No puedo simplemente entrar y buscarla yo misma?

—No, a no ser que seas socia de este gimnasio—dijo mostrando toda su dentadura. Dentadura que no me molestaría romper de un puñetazo ahora mismo.

—No quiero usar las instalaciones, solo entrar, mirar e irme.

—A no ser que seas...

—Socia—le corté—, sí, me ha quedado bastante claro.

—Bien. Entonces, ¿en qué puedo ayudarte?

—Dios dame paciencia, porque como me des fuerza, le mato—susurré.

—¿Disculpa?

—Busco a Harry Marshall—dije, finalmente.

Tecleó algo en el ordenador, y me miró.

—No está aquí, está en el otro gimnasio que tenemos.

—¿El que está a seis manzanas de aquí?

—Ese mismo.

—¡Podrías haberme dejado simplemente entrar y nos hubiéramos ahorrado todo esto!—exclamé a la vez que cogía mi casco—. Te tengo en la mira, cruasán con patas de gallo.

Salí de ese gimnasio y me subí a la moto, para dirigirme al otro. Unos quince minutos más tarde, llegué. Me bajé de la moto, pero esta vez entré sin el casco, para ahorrarme numeritos. Fui directa al mostrador, donde había una chica pasándose una lima por las uñas.

Cooper [h.s au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora