Capítulo 3: La huida.

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Tomé aire, saqué fuerzas de donde pude y miré por última vez hacia atrás. Era el momento de salir y de tratar de olvidar, pero soy consciente de que no olvidaré ni el mínimo detalle. Está bien empecemos: 1, 2 y 3 ¡Corre!

A veces recordaba que podía usar mi mente para llegar a mi casa, pero quería llevar conmigo a unos cuantos judíos, de todos modos no puedo regresar, ya salí.

Salí del campo y me escondí entre unos árboles, los soldados se dieron cuenta de que alguien había escapado, la mitad de los soldados salieron del campo de concentración y empezaron a buscarme, el resto de los soldados se quedaron en el campo y obligaron a los judíos a salir de sus habitaciones y uno a uno fueron cruelmente castigados, por el simple hecho de no saber responder lo que les preguntaban, porque muchos judíos no sabían alemán. . Los soldados preguntaban si alguien había ayudado a alguien a escapar. Yo me sentí culpable más de cien judíos eran castigados por mi culpa. Pero el que sufrió el peor castigo fue Jackof, quien decía que no sabía nada sobre la persona que había escapado, pues él no sabía que yo ya no estaba en el campo.

Mientras espiaba lo que sucedía en el campo, divisé a los soldados acercándose y disparando hacia todos los lugares donde hubiera oportunidad de esconderse. Entonces abrí cuidadosamente las puertas del avión que era del ejército y entré. Me quedé agachada dentro del avión tratando de encender el motor, pero era imposible hacer que el motor se encienda ya que no tenía en mis manos las llaves y ni siquiera conocía ese tipo de avión... cuando iba a darme por vencida y entregarme a los soldados, observé una manta negra que tenía muchos bultos y como no había otra opción levanté la manta y encontré unas cuantas armas, pero ninguna estaba cargada y las pisadas ya se escuchaban demasiado cerca, agarré un rifle y me quedé en la puerta: mi corazón palpitaba a gran velocidad, mis piernas temblaban y yo no podía creer que tenía un rifle en mis manos y estaba por salir a luchar por mi vida contra casi cien hombres armados que tenían entrenamiento de quien sabe cuántos años. Bueno ya es momento de salir, abrí la puerta y me tiré rodando de modo que caí entre unos pocos arbustos, pero caí con ruido. Los soldados se amontonaron y se quedaron quietos apuntando sus pistolas, rifles y metralletas hacia el avión. Pensé que estaban lo suficientemente distraídos en el avión como para buscar entre los arbustos y así darme la oportunidad de escapar, pero no fue así. Cuando me moví para irme hacia unos árboles que estaban a poco menos de un metro, un soldado gritó: ¡judía!

Me asusté como nunca en mi vida y con el rifle le golpeé la cabeza y traté de escapar pero él me tomó fuertemente de los brazos y me dijo: judía asquerosa vas a pagar por todos tu crímenes. Nadie en este mundo merece ser de la raza que nos traicionó, tu sangre está llena de virus y enfermedades, a nadie le desearía ser judío.

Aunque no era judía eso me llegó en lo más profundo del alma y me partió el corazón en mil pedazos. Me vengué, le mordí la mano y corrí, él me persiguió y me arrojó al suelo a lo que todo el resto de los soldados vinieron y me empezaron a pisar y a gritar. Uno de ellos me golpeó el ojo izquierdo con un rifle varias veces y me dejó el ojo hinchado y morado, apenas lo podía abrir. Me levantaron del suelo y me apuntaron con el arma diciendo: tu raza es repugnante, desperdiciamos nuestras vidas para trabajar por ustedes. Me obligaron a caminar hasta llegar a una especie de cabaña secreta y me ataron los brazos con unas cuerdas muy ajustadas y mis piernas estaban estiradas y atadas con unas cuerdas más gruesas. Me dieron un golpe y solo recuerdo que desperté y estaban sangrando mis pies y ahí comencé a sentir el dolor. Gritaba, me estremecía y me estiraba hacia adelante, haciendo el dolor aún más insoportable, las cuerdas me quemaban la piel y mis manos se retorcían débilmente mientras las cuerdas lentamente me cortaban la circulación de la sangre. En un acto desesperado golpeé mi talón derecho contra la pared haciéndolo sangrar aún más y empeorando el dolor. Y para pasar el peor instante de mi vida llegaron los soldados y se rieron de mi dolor y uno de ellos sacó su arma y me apuntó, yo traté de usar mi mente para volver a casa, era lo que más deseaba, cerré mis ojos y usé todas mis fuerzas, pero al abrirlos solo vi a los soldados apuntándome, de este sufrimiento ya no me podía salvar. Y por eso acepté lo que estaba por venir.

El soldado me apuntó en la frente, pero después dijo: Uno de sus pies esta sangrando demasiado y si pongo a la judía a caminar no podrá hacer nada, así que me voy a deshacer de su pie.

El momento llegó iba a sufrir como nunca y lo sabía.

Fueron más de cinco disparos seguidos que acabaron con mi pie derecho, dejándo solo restos de huesos rotos de lo que antes fue una parte de mi cuerpo, el dolor fue terrible e insoportable, sentía que me clavaban con espadas y que abrían cada vez más mis heridas, como si mis huesos se retorcieran y luego se rompieran quebrándose uno por uno. Gritaba y lloraba mientras mi pie sangraba sin dejar de quemarse por las cuerdas que ya estaban manchadas con mi sangre.

Sin parar de reírse los soldados me quitaron las cuerdas que me habían dejado marcas y me llevaron a una celda donde me dejaron tirada en el suelo con mis pies ensangrentados sin protección alguna. Sentía el dolor cada vez más terrible me dolía como si una espada me apuñalara cada vez más fuerte.

Fue el momento más cruel, escuchar y sentir uno tras otro los disparos y las risas de los soldados que me daban un terror tan grande como para hacerme temblar por el simple hecho de escuchar esas palabras. 

Esas rayas azules (#wattys2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora