Capítulo 2

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Capítulo 2

El vuelo duró unas seis o siete horas aproximadamente por lo que cuando los Rickman llegaron a Los Ángeles a unos de los hangares privados que ya poseía la familia, una limusina los recibió. Los padres de ambos, junto con su hermana menor, Gabriela, de 17 años ya habían llegado hacía dos semanas atrás. Así que viajaban completamente solos. Santiago había decidido quedarse en Escocia un tiempo más para acompañar a su hermano a unos mandados y despedirse de una o dos buenas amistades que había hecho en algún lugar.

Ahora ambos estaban metidos en un largo auto negro moderno con todas las comodidades del mundo y lo único que querían hacer era darse un baño y olvidarse del mundo durante las siguientes diez horas hasta que el reloj de pared marcara las ocho de la mañana del día siguiente. Pero desgraciadamente, Jude no podía hacer eso. Ese día era el primero en que debía aparecer por las canchas casi en cuanto aterrizara para comenzar con la familiarización del equipo y sus deberes como coach. Sabía cómo se entrenaba y conocía varias estrategias porque él había sido mariscal de campo en sus antiguos equipos y fungía bien el labor de líder, pero nunca tuvo ningún puesto como entrenador. Esa oportunidad que se le presentó seis meses atrás, cuando la temporada de futbol americano había culminado, era la primera de tantas.

A pesar de haber viajado durante casi toda su vida a diversos países, era la primera vez que estaba en Los Ángeles y no se sentía muy cómodo entre tantos edificios desconocidos. Aunque lo tomó de lo más normal, pues esa incomodidad pasajera era parte de la habituación a su nuevo hogar. En unas semanas más esa extrañeza se iría y podría caminar por las aceras de esa jungla de concreto como si hubiese vivido allí una eternidad. El vehículo condujo alrededor de media hora, porque eran las cuatro en punto de la tarde y el tráfico estaba en su hora pico, donde todas las personas salen de sus trabajos para ir a casa a comer o los autobuses trasladan a los estudiantes de regreso a sus casas. Además, los semáforos no ayudaban en mucho, porque el verde no duraba mucho y el rojo hacía desesperar a los conductores que tentaban su paciencia y llegaban a presionar el claxon de sus autos para hacer que el embotellamiento avanzara más rápido. Está claro que eso no sucedía.

—¿Ya sabes dónde vamos a vivir?— preguntó Jude para romper el silencio y distraer a su hermano de sus profundos y abrumadores pensamientos que no le harían nada bien. Santiago volvió a la realidad.

—No y no me interesa— contestó con desaire y regresó a perder su mirada a través del vidrio polarizado. Aunque no veía nada en específico y tampoco tenía ganas de hacerlo, lo hizo para poder ignorar al mundo entero. Jude por su parte, tenía ganas de platicar, pero no insistió. Ya estaría de mejor humor para poder hablar como era debido.

Cuando la limusina llegó al estadio donde Jude estaría trabajando el siguiente año y con suerte —si llegaban al campeonato y le renovaban el contrato— también el siguiente. Santiago sí prestó bastante atención al panorama desde su ventana. Frunció el ceño y volteó a ver a su hermano mayor.

—¿Te vas a quedar aquí? ¿Tan pronto?— Jude tomó su maleta donde traía las cosas necesarias y abrió la puerta.

—Sí, debo hacerlo. Forma parte de mi contrato. ¿Te quieres quedar?— Santiago sólo negó con la cabeza y sacó su celular del bolsillo derecho de los jeans vaqueros y se puso los audífonos. Era la señal de Jude para dejarlo en paz definitivamente. Así que sacando un pie del auto se impulsó para salir fuera y luego cerrar la puerta. Caminó hasta la entrada del estadio y anduvo por largos pasillos rojos y blancos con fotografías enmarcadas de los antiguos equipos pertenecientes a L.A, pero que no rindieron lo suficiente; colgaban de las paredes con placas doradas que decían información sobre la fecha, el partido y el lugar. Jude no se detuvo a mirarlas porque conocía esas fotos a la perfección, por lo que siguió caminando hasta llegar a los vestidores, donde lo esperaba todo el equipo. 22 jugadores vestidos con ropa casera que platicaban arduamente entre ellos a pesar de no conocerse por completo. Jude quizá había escuchado de uno o dos alguna vez, pero nada concreto que le diera referencias buenas para saber si tendría que empezar desde abajo o podría someterlos a un entrenamiento duro. Aunque si estaban en la NFL debían ser aguantadores y buenos haciendo lo que hacían, de otra manera lo veía imposible.

—Buenas tardes— saludó con energía sobreponiendo su voz ante el murmullo que no dejaba escuchar ni el sonido de una mosca. Todo el mundo se quedó callado al instante frente a la nueva autoridad, tomaron asiento en las bancas y se limitaron a mirar al nuevo coach.

—Mi nombre es Jude Rickman y soy su coach.

—Sabemos quién eres y qué haces— respondió vehemente uno de los miembros que se encontraba al fondo, recargado en un casillero con los brazos cruzados sobre el pecho. Mientras veía a su entrenador, le dedicaba una mirada de desprecio y asco. Jude frunció el ceño. No sabía qué podría haber ocasionado esa actitud hacia él. Sólo esperaba que no fuera todo el equipo.

—¿En serio? Bueno, entonces estamos en una clase desventaja...

—Claro que lo estamos— lo interrumpió otro más—. ¿Cómo se supone que vayamos a ser buenos si alguien como tú nos entrena?— prosiguió, pero Jude seguía sin entender. Así que suspiró profundo para tranquilizarse. Si hubiese sabido que el equipo lo recibiría de esa forma, habría estado más preparado, pero todo ese teatro lo tomó por sorpresa. Apretó los labios y los miró durante uno o dos minutos mientras buscaba algo en su interior. Algún escándalo, un mal juego, cualquier cosa. Luego de un rato, se rindió. No había nada allí adentro, en su mente.

—Perdón pero, ¿A qué se refieren? ¿Les he dado motivos para creer que voy a ser un mal entrenador?— Dejó la maleta en el suelo y agarró la lista de los nombres de su equipo.

—Esto— un periódico aterrizó con violencia sobre la mesa del entrenador encima de un montón de papeles más. La portada tenía dos hombres es situaciones comprometedoras. Al principio Jude no entendía por qué esa noticia causaba tanto alboroto dentro de la liga, pero luego lo observó con mayor detenimiento. No eran dos hombres cualquiera besándose en un bar. Era él y su expareja abrazados por la cintura mientras se tragaban mutuamente semanas atrás. La cosa era que, Jude no tenía ni la menor idea de que eso había salido a la luz. 


Michael y JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora