Capítulo 13

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Capítulo 13

Las cosas no habían salido tan bien para Jude. Perdió el apetito, se sintió decepcionado consigo mismo y optó por retirarse a casa de una vez por todas. Condujo tan lento por el carril de alta velocidad que los conductores le pitaron infinidad de veces. Sin embargo, Jude Rickman iba tan perdido en sus pensamientos que no les prestó atención. La aguja del velocímetro apenas pisaba los veinte kilómetros por hora. Incluso llegó a pasarse dos rojos por las avenidas más peligrosas de la ciudad y salió intacto, aunque claramente la multa le llegaría días después, pues había sido fotografiado en las dos ocasiones.

El camino a casa le pareció el recorrido más corto de toda su vida a pesar de haber tardado alrededor de cuarenta y cinco minutos. Ya ni siquiera notaba la música en el radio. ¿Qué fue lo que hice mal? Pesó una y otra vez Jude en su cabeza, ¿Por qué reaccionó así? Creí estar seguro de gustarle, de que él quería ser besado por mí. ¿A caso mi beso le pareció asqueroso? Suspiró. Sentía que la cabeza la zumbaba e iría a explotar en algún momento. Negó varias veces sin llegar a una conclusión. Debía ir a casa de Michael y aclarar las cosas de una vez por todas, porque si seguía así, no lograría dormir en toda la noche, estaría desvelado, cansado y distraído al siguiente día y rendiría muy poco para su equipo, entonces sí creerían que es un incompetente.

Pisó el acelerador hasta el fondo para llegar cuanto antes. Ya no lo soportaba más.

Esa noche, Michael llegó tarde a casa, empapado y con todos sus comics arruinados. Recibió una fuerte reprimenda de su padre y su madre no le defendió. Él intentó justificarse, pero no ganó ante los argumentos de Albert, así que se limitó a agachar la cabeza e irse a dormir sin cenar.

Subió las escaleras peldaño a peldaño arrastrando la mano izquierda por el barandal. Estaba triste por sus comics, enfurecido por haber sido tan cobarde ante el beso de Jude y frustrado por estar castigado durante una semana entera. Se sentía cansado de todas las maneras posibles. Sólo deseaba darse una ducha con agua tibia y meterse bajo las sábanas hasta el siguiente día. Quizá fingiría tener fiebre para evitar ir a la escuela. Suspiró tan profundo que creyó que los pulmones le explotarían de tanto que se le infló el tórax. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta a sus espaldas, aventó los pedazos mojados de cartón al suelo y se resbaló hasta quedar sentado en el suelo con las rodillas encogidas. Escondió su rostro en el hueco de sus piernas durante algunos segundos, los cuales dedicó a derramar más lágrimas. Soy un estúpido cobarde. No debí dejarlo plantado. Soy un tonto niño gay. Se reprendió. Quería deshacerse de ese sentimiento que le aplastaba el pecho y comprimían su garganta. No sabía por qué tomaba las cosas de esa manera tan dramática, como si viviera entre la tragedia de Romeo y Julieta. No se parecía en nada, pero así era exactamente como lo veía.

Sin dejar de llorar se levantó y comenzó a sacarse toda la ropa hasta quedar completamente desnudo. Se miró al espejo de cuerpo completo frente a su closet. Que ridículo. Era tan delgado y frágil. A pesar de tener un poco de músculos por la clase de gimnasia, no se sentía espectacular. Su enclenque esqueleto no se podía comparar con el fornido cuerpo de Jude. Ese sí era una verdadera escultura digna de ser exhibida, pero para los ojos de Mike, era un lugar al que, seguramente, nunca llegaría, sobre todo porque acababa de apartarlo por siempre. Después de eso, Jude ya no querría verlo. Lo había rechazado sin razón alguna.

—¿Qué hice?— se preguntó en voz alta mirándose a los ojos. Arrugó la frente y movió los hombros hacia arriba resignado. Ya estaba hecho.

Dio media vuelta para continuar su camino interrumpido a la ducha. Apenas se molestó en emparejar la puerta, ya que estaba cien por cierto seguro de que nadie iría a molestarlo a su cuarto hasta que dieran las ocho de la mañana del siguiente día. El reloj marcó las once en punto y todas las luces en la casa se apagaron de inmediato. Sólo quedaba prendida la del baño de Michael y la tenue lámpara de su escritorio. Abrió la llave del agua caliente con dos giros rápidos y se metió apenas las gotas tocaron el piso. Un calosfrío atravesó la espalda de Mike en cuanto sitió tibio el cuerpo. Se abrazó a sí mismo y recargó su frente en la pared. El cosquilleo cedió luego de un rato. Ya se había ambientado a la temperatura del baño combinada con la ducha y podía continuar con lo que seguía. Decidió que entre más rápido lo hiciera más rápido podría estar en la cama durmiendo.

Cuando salió del baño, miraba sus pies. La toalla blanca le colgaba de las caderas y sus sandalias hacían splash cada vez que daba un paso. Suspiró y sacudió la cabeza para secar lo poco mojado que quedaba en uno que otro mechón rebelde. Estaba a punto de quitarse le toalla y seguía sin levantar la vista cuando una voz lo interrumpió e hizo que se paralizara de pies a cabeza.

—Por favor, no te desnudes. Me encantaría ver eso, pero creo que no es el momento— inquirió Jude con tranquilidad. De alguna forma muy sigilosa de la que Michael ignoraba, había entrado a su habitación y ahora estaba sentado sobre su cama comiendo cacahuates japoneses.  


Michael y JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora