Capítulo 4

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Capítulo 4

                Jude se quedó viendo la puerta de la casa de su vecino diez minutos más hasta que se dio cuenta de que parecía más que un estúpido, un acosador. Despejó su mente de inmediato y continuó su camino hasta el interior de su morada. Una vez dentro, recargó la espalda contra la puerta ya cerrada. Luego de haber pasado por semejante escena en el estadio que ponía en duda el desempeño de su equipo, no era eso lo que le preocupaba, sino que un montón de preguntas comenzaron a formarse en su cabeza referente a su nueva conquista. ¿Cómo se llamaría? ¿Cuántos años tendría? ¿Le gustarían los hombres? Y si no fuera así, ¿Él sería capaz de conquistarlo? No es que no lo hubiese hecho antes, claro que podía esforzarse, pero ¿qué tan difícil sería hacerlo caer? ¿Qué cosas les gustarían? ¿Cuál sería su comida favorita? ¿Qué clase de hombre es su tipo? Si es que fuera gay. Suspiró un par de veces y luego sacudió la cabeza para deshacerse de todos esos pensamientos. Caminó hasta la cocina mientras se quitaba la playera y desabrochaba sus pantalones. A pesar de no conocer bien el lugar, le dio igual. De su mochila sacó el ipod y su respectiva base para colocarlo junto con las bocinas. Presionó el botón de play. El aparato reprodujo de inmediato la primera canción en la lista: Ebb and flow, de Pink Floyd proveniente del álbum The Endless River.

                Mientras tanto, Michael corrió al baño de la segunda planta y se encerró con doble seguro. Apoyó ambas manos sobre el lavabo y miro el resumidero como si fuera a vomitar. Su corazón latía tan fuerte, que podía escucharlo e incluso le dolía el pecho. Los huesos del torso le vibraban, lo que le resultaba incómodo. No podía calmarse a pesar de ya no estar frente a ese extraño. ¿Qué le habría provocado una reacción semejante? Estaba más nervioso que esa tarde, cuando tuvo que besar a su vecino. Levantó la cabeza para verse al espejo y descubrir su rostro completamente rojo, hacía que las pocas pecas de la nariz se le notaran más. Trago saliva apretando los labios. El recuerdo vino a su mente casi de inmediato.

Estaba en la acera de su casa con su hermana. Ella la acompañaba mientras ella regaba las plantas. Horas antes había llegado una limosina para dejar a un chico bastante guapo de unos diecisiete años aproximadamente y Michael lo había observado por la ventana desde su cuarto, en el segundo piso.

—Es guapo el chico nuevo ¿eh? — dijo ella.

—Ya lo creo que lo es — contestó él.

—A ver Michael, ¿verdad o reto? — para desgracia del chico, ese juego era el favorito de su hermana y él accedía rápidamente para terminar con eso lo más pronto posible. De lo contrario, lo estaría molestando todo el día.

—¿Quieres jugar eso?— contestó algo agobiado y luego se encogió de hombros—, Pues entonces escojo reto— dijo sin pensar en absoluto las consecuencias de su opción. Aunque debió haberlo previsto, ya que conocía a la perfección a su hermana.

—Pues entonces tienes que cruzar la calle y besar al chico nuevo, EN LA BOCA— recalcó las últimas tres palabras para enfatizar las instrucciones y que no hubiera ninguna fuga o confusión respecto a lo que ella quería que sucediera. Sabía que su hermano era completamente virgen de los labios. Así que no pensó que fuera a cumplirlo, lo que le traería un buen momento de diversión.

Pero fue otra la reacción de Michael. Dio los primeros pasos con decisión para atravesar la distancia que los separaba y cuando llegó, se detuvo en seco. Estuvo allí durante al menos dos o tres minutos admirando a su reto. Los nervios lo consumían. Sería su primer beso con un chico guapo, muy guapo.

—Hola — saludó intentando disimular su nerviosismo, pero no resultó.

—Hola — contestó secamente el chico y continuó regando sus miserables plantas.

—Me llamo Michael, soy tu vecino

—No me digas— inquirió con desagrado e ironía.

—¿Cómo dices que te llamas?— Michael incitó a su vecino a presentarse.

—No te lo dije— Santiago, el hermano menor de Jude dejó la manguera de lado y cerró la llave. Volvió a erguirse y metió sus manos a las bolsas de sus pantalones. Miró a Michael y levantó la ceja derecha.

—Ah — y se calló por otros cinco minutos.

—¿Eres gay?

—No — Santiago no tuvo que pensar mucho la respuesta, sin embargo le pareció extraño que le preguntara algo parecido. Era raro.

—¿Bisexual?

—No.

—¿Transexual?

—Heterosexual— terminó diciendo porque ya se había enfadado de tantas preguntas sin sentido. ¿Con qué objetivo pregunta eso?

—¿Tienes novia?

—Tenía.

—¿La amabas?

—No —esto no era precisamente lo que Santiago había imaginado, pero le causaba gracia—, ¿Vas a hacer lo que viniste a hacer o te vas a limitar a hacerme pregunta extrañas sobre mi inclinación sexual?— Michael se sorprendió de sobre manera cuando su contrincante le preguntó semejante cosa. ¿Cómo era posible que él supiera que había cruzado la calle para besarlo? Tomó todo el valor que pudo y se obligó a inclinarse rápidamente para darle un beso en los labios. Al parecer, Santiago no se esperaba eso porque se estremeció con el tacto de ambas bocas, pero no lo rechazó. 

                Dos golpes fuertes en la puerta hicieron regresar a Michael al mundo real y recordó que ese baño era el que usaba su padre cuando Eleonor, su madre, se metía a bañar en el de su habitación, pero no podía porque él lo estaba ocupando.

                —¿Sí?— contestó con la voz ronca y se obligó a aclarársela.

                —¿Michael?— Preguntó Albert, su padre.

                —Sí, ¿Qué pasa?

                —Quiero entrar al baño, eso pasa— se quejó malhumorado y puso los ojos en blanco aunque su hijo no pudiera verlo. Michael se quedó en silencio frente al espejo una segunda vez. Se perdió en la profundidad de sus pupilas recordando la forma en cómo lo veía ese extraño. Sin darse cuenta, se mordió los labios deseándolo como nunca antes había deseado a nadie más. Pudo imaginar el sabor de sus besos, la suavidad de su piel, ese cuerpo vigoroso y marcado. Por su mente pasaron millones de escenas morbosas.

                —¿Michael? ¿Sigues allí?— Albert volvió a interrumpirlo. Michael parpadeó un par de veces. Tenía que evitar perderse en sus pensamientos de nuevo. Llevó su mano derecha justo al pecho, del lado del corazón. Los latidos habían disminuido aunque no sabía cómo.

                —Sí, aquí sigo, ¿Qué pasa?

                —¡Mike, quiero entrar al baño!— inquirió su padre ya desesperado. ¿Qué rayos pasaba con su hijo que no le hacía caso? ¿Estaría drogado? No podía ser eso, él no haría esa clase de cosas. No tenía muchos motivos para hacerlo. Olisqueó el ambiente para averiguar sus sospechas. Sólo consiguió captar olor a canela y madera. Lo habitual.

                —En seguida salgo. Dame cinco minutos— Michael se inclinó sobre el lavabo y abrió la llave del agua fría. Junto sus manos para aparar agua y sumergió su cara en ellas. Repitió lo mismo unas tres o cuatro veces. Cuando terminó de lavarse, cerró el grifo. Irguió la espalda para secarse el rostro con la toalla que yacía quieta sobre la repisa del baño. Miró su reloj de mano, aún le quedaban dos minutos más y no los iba a desperdiciar. Antes de salir, respiró profundo tres veces para calmarse un poco más. El rostro de ese hombre seguía en su cabeza. Sería casi imposible olvidarlo y que fuera su vecino no ayudaba en nada.

                Giró la perilla de la puerta y jaló en su dirección para abrirla. Al otro lado del pasillo, estaba su padre recargado en la pared con los brazos cruzados sobre el pecho.

Michael y JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora