Capítulo 3

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Capítulo 3

Al principio la sangre del entrenador se heló por completo, sin embargo luego de un rato de procesar la información que se le estaba presentando, no vio razón alguna para ponerse nervioso. No era ningún secreto su identidad sexual, y eso tampoco lo hacía menos. Río por lo bajo y tomó el periódico para echarse aire a pesar de haber aire acondicionado allí dentro.

—Es un periódico, ¿No lo conocían?— la pregunta pareció ofender al equipo entero, a excepción de unos cuantos que no tenían problema alguno con esa noticia y que además, ni les interesaba. Boris, el primer hombre que habló, se adelantó a contestar.

—Conocemos un periódico. Es la noticia la que nos causa...nos ofende— se incorporó y caminó hacia adelante dos pasos. Abrió las piernas e infló el pecho para imponer temor. Jude no se inmutó ni por un segundo. Conocía muy bien a esa clase de tipos egocéntricos con aires de superioridad.

—"Nos ofende"— hizo comillas con los dedos y levantó la ceja derecha. Volvió a dejar el periódico sobre su escritorio restándole importancia—, creo que es una expresión equívoca. No creo que a las 23 personas que están aquí les ofenda.

—A mí me ofende y no pienso trabajar con alguien como tú— dijo Boris tomando su mochila sport que tenía en un costado una palomita negra ya bien reconocida.

—¿Por qué? ¿Te ofende que me gusten los hombres?— Jude se llevó su mano derecha al bolsillo de su pantalón y sacó una cajita amarilla donde había un par de chicles y sacó ambos para llevárselos a la boca. A esas alturas, la preocupación e impresión que le causó la noticia hacía minutos atrás, ya había desaparecido reemplazándola por tranquilidad.

—No te preocupes, el tipo de hombre que me gusta no está en esta sala, a menos que te quieras poner de rodillas, por supuesto— sonríe y tira la cajita al bote de basura que está a un lado de su pie—. ¿A alguien más le molesta? Por mí está bien, pueden salir por esa puerta— apunta el pasillo por donde entró—, pero recuerden que ya han firmado un contrato y no creo que quieran ser demandados por unos cuantos millones de dólares. Seguro les sobran—. Esperó a que alguien tomara sus cosas y se retirara, pero nada de eso pasó. En cambio, algunos apretaron los labios, otros bajaron las miradas y los vestidores se quedaron en un silencio incómodo. Excepto Boris, quien miraba a Jude como si lo fuera a matar. Sus palabras lo habían herido de una manera significativa y no dejaría las cosas de esa forma. Ninguno de los dos dejaría pasar tremenda situación, su batalla ya tendría lugar en otro momento.

—¿Vamos a entrenar ahora?— se animó a preguntar alguien que estaba sentado en la parte de delante de las bancas. Jude buscó con los ojos la fuente de la voz hasta que dio con ella. Era un chico más o menos de su edad con cabello muy rubio, pecas negras y ojos grises. Sus piernas largas le hacían saber al coach que era rápido corriendo, lo que le hizo sonreír.

—No, hoy no vamos a entrenar...— miró la lista y buscó el nombre correspondiente. Traía puesta una playera del equipo con el número 32, por lo que buscó ese mismo número en el papel—, Jackson— terminó su frase. Un apellido muy común.

Después de haber concurrido en las presentaciones adecuadas y aclarar la forma de trabajar del entrenador, el equipo y él se retiraron a casa. Jude no tenía ganas de llamar a casa para que fueran por él, por lo que decidió emprender camino a pie. El reloj ya marcaba las ocho de la noche, pero todavía no había oscurecido lo suficiente como para considerar las calles peligrosas, aunque de cualquier manera lo eran.

Anduvo transitando las calles durante al menos dos horas. El estadio estaba lejos de su casa. La principal razón por la cual le costó encontrar el camino adecuado, era que no conocía con exactitud el lugar. Todo el tiempo se guió haciendo preguntas a las personas que pasaban junto a él o con la famosa aplicación de Google Maps. Pasó por varias tiendas de música y libros y se acordó de su hermana menor. Se dijo a sí mismo que tendría que recordar la ubicación para la siguiente vez pasar a comprar algún regalo para ella. Continuó caminando hasta que llegó a su destino. Corroboró la dirección a la que había llegado, con la que tenía escrita en las notas de su celular y dio un pequeño grito de júbilo al darse cuenta de que no se había perdido del todo. Pasó el cancel de la residencia dando su nombre y apellido al oficial que cuidaba la entrada y luego prosiguió por la acera.

Sus pies ya dolían de tanto moverse. Sólo quería llegar a casa, darse un baño, cenar algo rico y grasoso y dormir durante las siguientes ocho horas. Ahora sí podía hacerlo y eso le dio una pizca de fuerza para subir dos o tres cuadras más. Pasaron unos diez minutos para que llegara a su cuadra porque los pasos que daba eran lentos. Iba disfrutando el paisaje. Muchas casas enormes lo rodeaban, eran hogares modestos a comparación de las mansiones en las que había habitado con anterioridad. Le gustaba que no fueran excesivamente grandes, sino moderadas para sus necesidades. Después de todo, la mayor parte del tiempo sus padres no estaban dentro de ellas.

Mientras veía embobado una casa que le gustó mucho, su mirada se topó con los ojos más hermosos que pudo haber visto en toda su vida. Eran verdes y grandes. Su dueño era un chico una cabeza más bajito que él, delgadito y con cabello alborotado. Le dedicó una sonrisa tímida con esos labios pequeños y rojos que moría por besar en ese preciso instante. Jude se quedó atónito, parado a mitad de la calle, incapaz de devolverle la sonrisa se limitó a observarlo de pies a cabeza con una mirada profunda y penetrante que cohibió a su nuevo vecino. Luego de un tiempo, el pequeño chico se incomodó y salió corriendo al interior de su casa, donde a pesar de estar seguro, se sintió agitado y casi violado por la forma en que aquel extraño lo divisó.

Michael, era el nombre del vecino de Jude.





Michael y JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora