Capítulo 9
El rostro de Michael cambió de color muy rápido. Primero fue rojo, luego morado y al final tan blanco como la pared. No podía creer lo que había dicho. Se supone que debía pedirle ayuda, no decirle que le gustaba —aunque había sido más fácil que si lo hubiese hecho a consciencia—. Como fuera, tenía que encontrar una forma para arreglar eso. Pensó durante un par de minutos qué podría decir para excusarse. Quizá si se le ocurría algo lo haría pasar por un mal entendido, aunque nadie toma esas palabras como un mal entendido. Michael entre todo el mundo no es esa clase de gente que puede decir a otra persona que le gusta sin sentir un vuelco al corazón con el simple hecho de insinuarlo. Debía haber una solución mejor.
Jude miró al pequeño chico que se hundía en su propio tumulto de remordimiento y nervios. Sólo esperaba que no le diera una especie de ataque porque parecía que no estaba respirando. Se limitaba a estar allí, parada frente a él todo tieso. Sus hombros ni pecho se movían un centímetro y mirar sus ojos daba miedo. Jude podía jurar que las pupilas de su pretendiente estaba dilatas, inclusive esperó que los globos oculares se salieran de su lugar. Llegó el momento en que tuvo que intervenir para que el chico no sucumbiera dentro de su propio infierno. Quién sabe qué cosas estarían pasando por su perturbada mente.
—Michael, respira— Jude colocó sus manos sobre los delgados y escuálidos hombros del niño y los sacudió con delicadeza para no quebrarlo—. Respira, Michael, respira—. Las palabras de Jude en oídos de Mike, se oían lejanas y sin sentido. ¿Respirar? Pensó éste, ¿Por qué me dice que respire? Y fue en ese momento en que Michael se obligó a enfrentar la realidad de sus actos para no desmayarse. Jaló una gran bocanada de aire y sus pulmones se inflaron de inmediato al recibir el oxígeno faltante.
—¿Qué te pasa, niño? ¿A caso me quieres matar de un susto?— inquiere el grandulón con el ceño fruncido y el cuello inclinado hacia el más joven de los dos.
—No, lo siento— a pesar de haber regresado a la tierra, Michael seguía confundido un poco. Sentía que los oídos le punzaban y veía lucecitas amarillas y verdes cada vez que parpadeaba. También notaba una especie de gravedad inexistente bajo sus pies, porque le faltaba el piso o algo parecido, como si de repente fuera más ligero que el mismo viento. Sabía que era imposible, pero eso no ahuyentaba la sensación.
—¿Estás mejor?— Jude pensó en recordarle su antigua conversación, pero saber que eso lo puso así le hizo recapacitar y dejarlo pasar. Que muchacho más extraño.
—Eso creo. Sí, estoy bien, no te preocu...— se interrumpió a sí mismo y levantó la cabeza para poder ver a Jude a los ojos. En seguida se percató del gran peso que tenía en los hombros y pudo divisar los grandes, fuertes y pesados brazos que reposaban sobre él como si pertenecieran a ese lugar. No le dio gran importancia, sobre todo porque se sentía bien que lo tocara, aunque por más que intentó ignorar tal presencia, no lo logró y era de esperarse. Pasó su lengua por los labios y trago saliva una vez más antes de hablar. Se estaba preparando.
—¿Qué?— dijo Jude desesperado por la indecisión del pequeño. ¿A caso no podía comportarse como una persona normal? Decirle a alguien que te gusta no es del otro mundo, a menos que él no haya aceptado por completo su homosexualidad. Eso sería un problema grave.
—¿Cómo sabes mi nombre?— habló por fin. Jude no se decepcionó, sin embargo, le tomó un par de segundos reaccionar. Ni si quiera él mismo se dio cuenta que había pronunciado el nombre del chico. Tal vez sí le había preocupado que de pronto su respiración se haya detenido. Pero, ¿a quién no?
—¿Tú nombre?— frunció el ceño y retiró las manos de donde las tenía, lo que desalentó a Mike. Deseaba que estuvieran más tiempo sobre él, aunque no quisiera admitirlo por completo. Apretó los labios e hizo una mueca de desencanto.
—Sí, mi nombre. Me llamaste por mi nombre. Michael—confirmó. Se le hacía extraño que lo conociera. Sobre todo porque llevaba años conociendo a muchos de sus compañeros en clase y por más que el profesor lo llamara en la lista, nadie lo llamaba por su nombre o si quiera aprendérselo. Siempre era reconocido por "niño" "enclenque" "gusano" "apestoso" "nerd" y miles de apodos universales que no definían su identidad.
—Es un barrio chico, la gente sabe cosas de sus vecinos. Tu nombre por ejemplo— se encoge de hombros—, es algo sencillo. Michael. Corto, fácil de recordar, ¿no crees?— le dedicó una sonrisa por último. Lo cierto era que, Mike no se había creído sus palabras ni por un segundo. Levantó la ceja derecha y fue su turno para cruzarse de brazos, pero agregó un elemento más, apoyó su peso en el pie derecho y dio pequeños golpecitos repetidos al cemento con el pie restante. La escena era cómica, como cuando una madre espera que su hijo le diga la verdad.
—¿Cómo explicas entonces que yo no sepa tu nombre?— atacó Michael. Quería saber si el grandulón había estado espiándolo o vigilándolo de cerca sin que se diera cuenta. La verdad era otra, pero él no la sabía y hasta que no estuviera satisfecho con lo que sea que Jude le fuera a decir, no lo dejaría en paz. Por eso y porque no quería dejar de hablar con ese tipo. Entre más tiempo pasaba con él más le gustaba. No podía dejar de mirar sus ojos ni sus pectorales. Era vigoroso, esa clase de vigorosidad que te hace babear. Con los músculos adecuados y sin tanta bola por aquí o por allá. Perfecto para darle fuerza y agilidad al mismo tiempo.
—No me lo has preguntado— Michael abrió la boca para inquirir, pero se dio cuenta de que era verdad. No se le había ocurrido hacer tan obvia pregunta. Deshizo su postura y bufó de nuevo. Había sido derrotado dos veces ya. Estaba claro que no tenía buena racha con él.
—Entonces, debes saber el nombre de todos los vecinos. Ya que es un barrio chico, digo— Jude entrecerró los ojos. No había pensado en esa posibilidad. Aventó un suspiro al aire y decidió que ya era hora de terminar con esa situación para pasar página.
—Mi hermana escuchó tu nombre en alguna parte, no me preguntes dónde. Y me lo dijo porque yo se lo pregunté. Es eso— explicó rápido y concreto. Echó una ojeada al desorden del garaje que estaba a su costado. Era curioso todas las cosas inservibles que habían tiradas en el suelo.
—¿Por qué se lo preguntaste? ¿Con qué objetivo?— ¡Cuántas preguntas! Pensó Jude para sus adentros. Esa conversación llevaría rato, por lo que se agacho a levantar las revistar de deportes viejas que estabas esparcidas sin ningún orden por toda la cochera.
—Ya te lo dije, ¿tengo que repetírtelo?— hojeó un par de ellas a ver si se encontraba cosas interesantes. La mayoría eran de Futbol Americano. Juegos y jugadores de los ochenta y noventa. Eran revistar de ediciones limitadas o partidos memorables. ¿Por qué rayos estarían desvalijadas por todas partes sin ningún cuidado?
—Te gusto— repitió Michael en voz baja con timidez.
—Así es— confirmó Jude en un tono de voz tres octavos más alto de lo normal—. Y si no escuché mal hace unos momentos, antes de que intentaras desvanecerte por falta de oxígeno, también te gusto— terminó de recoger las revistas y las metió en una caja. Quizá si ellos ya no las querían podía quedárselas.
—Yo sólo quería pedirte ayuda con las cajas. Algunas son demasiadas pesadas para mí y tú pareces estar fuerte— se excusó Mike y desvió el tema de inmediato. Eso no le serviría de nada, por supuesto, porque la respuesta de Jude fue más inteligente.
—¿Sueles pedirle ayuda a la gente diciéndole que te gusta? Eso es jugar con las personas. Está mal— se irguió y le sonrió con aire divertido.
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Michael y Jude
Teen FictionMichael es un chico tímido. Jude es un jugador de futbol americano que se muda a Los Ángeles con su familia. Sus caminos se cruzan y es allí donde comienza todo.