Capítulo 5
A la mañana siguiente, Michael se levantó temprano para ir a la escuela. Era lunes y tocaba educación física, la clase que más odiaba en la tierra entera. Ir al instituto ya era demasiado difícil para él, porque algunos chicos lo hostigaban por su inclinación sexual y casi nadie hacia nada aunque no les molestara el hecho de que prefería a los hombres que a las mujeres. Simplemente, su existencia parecía ser indiferente para algunos, molesta para otros y neutra para el resto. Nadie se interesaba en él profundamente. Tenía una vaga amistad con uno o dos chicos de su clase de Inglés y su círculo social terminaba allí. Prefería pasar el tiempo con su hermana, encerrado en su habitación haciendo mezclas en casetes y reproducirlas en los viejos walkmans que su padre le había regalado en navidad o caminar por la colonia, donde nadie lo perseguía para golpearlo o asaltarlo. Era un chico raro.
Después de haberse puesto unos jeans negros algo flojos, una playera blanca con cuello en v y unos converse viejos, sucios y rotos, bajó a la cocina para servirse cereales en un plato hondo. Llenó el traste con bolitas de chocolate y leche y se sentó a la barre desayunadora junto a su hermana, quien aún no se había arreglado.
—¿No vas a ir a la escuela?— le preguntó él extrañado de su mal aspecto. Era inusual que Alice tuviera una facha de vagabunda.
—Se me hizo tarde, no hables— contestó de mal humor. Traía unas ojeras espantosas que abarcaban casi todo su ojo y su cabello iba enredado además de esponjado por todas partes.
—¿Estuviste toda la noche despierta?
—Sí. Mi profesor de ciencias sociales me dejó hacer una tarea muy difícil.
—¿Otro ensayo?— Alice solía odiar esa clase de tareas que tuvieran algo que ver con la redacción. No era su fuerte. Ella más bien prefería cosas como las artes, pero sus papás no la dejaban ir a una escuela de esas donde te limitas a hacer arte hasta por los codos. Aunque escribir también forma parte del arte, Alice argumentaba que para eso existían las especialidades.
—De cincuenta páginas. Debby no pudo hacerlo por mí porque su abuelita murió hace dos días y tuve que hacerlo yo. Pero lo dejé para el último— Debby era una chica a la que le pagaba Alice por hacer esa clase de tareas. Así era más fácil y al final lo único que tenía que hacer era leer el trabajo, estudiarlo, entenderlo y entregarlo. Recibía una buena nota después de exponer su ensayo y le quedaba tiempo para ir de compras o pintarse las uñas en casa de alguna amiga.
—Pobre Debby— dijo Michael sin ningún sentimiento en la voz. Se apiadaba de esa chica porque sabía que era buena. Completamente invisible para los chicos populares, alguien como él mismo. Su hermana sólo se encogió de hombros y agachó la cabeza de vuelta al desayuno. Michael se le unió y terminaron de comer en silencio.
Jude tenía cierta rutina cada mañana. Se levantaba, iba a la cocina para tomar dos vasos medianos de agua y luego salía afuera con una toalla al hombro y más agua embotellada. Estiraba el cuerpo un poco antes de calentar y posteriormente se ponía a correr por toda la manzana. Lo hacía durante al menos cuarenta y cinco minutos. Pero esa mañana fue diferente. Distraído en sus pensamientos que volaban en el interior de su mente a causa del raro sueño que había tenido durante la noche, se levantó, bajó a la cocina y con la mirada perdida en el horizonte— que no llegaba más allá de la pared—, se preparó un emparedado muy grande con doble jamón, mucho queso amarillo, carne y papás fritas. Todavía ensimismado en sí se sentó en un banco al pretil y comenzó a comer. Masticó el mismo bocado durante al menos diez minutos seguidos sin tragar. Frunció el ceño de vez en cuando y algunas veces lapsus de sorpresa, satisfacción o duda venían a su rostro, lo que le ocasionaba un millón de sensaciones diferentes en todo el cuerpo.
—¿Vas a seguir así todo el día?— Gabriela interrumpió su distracción.
—¿Qué?— parpadeó un par de veces para enfocar la vista y encontrar la fuente de voz femenina de donde venía la pregunta.
—¿Dónde andas, Jude?
—Ahorita vengo— sin previo aviso se puso en pie, sacó una taza de café de la lacena y salió con paso apresurado hacia la calle.
Aquel sueño tan extraño del que Jude había despertado se había llevado toda la cordura que le quedaba por la ventana. Lo poco que recordaba era haber estado parado en medio de la calle viendo a su atractivo vecino y a continuación, se estaban besando. Todo fue tan real que quería comprobarlo por sí mismo. Desde que se levantó buscó miles de explicaciones positivas para decirse a sí mismo que no fueron imágenes oníricas lo único que había visto, pero siempre terminaba rechazando cualquier explicación e incidía en negar los hechos. Por lo que decidió ir a la casa de su vecino con la excusa de pedir un poco de azúcar para su café. Lo cual era algo absurdo ya que él no tomaba café ni en dulces.
Abrió la puerta de la entrada y cruzó la calle con paso decidido hasta llegar a la casa vecina. Levantó la mano derecha para dar dos fuertes toques con los nudillos del puño, pero se detuvo en seco dos centímetros antes de estrellarlos contra la madera pintada. Eso es completamente ridículo, ¿Qué diantres diría una vez que quien sea que abriera la puerta lo viera allí parada con una taza de cerámica en forma de vaca? Ni siquiera se fijó el traste que tomó de lo apurado que estaba. No era demasiado tarde para arrepentirse. Además, eran las siete de la mañana, quizá no estaba despiertos. Sólo iría a despertar a todos allí dentro. Una locura, eso era lo que era. Pero no se movió ni un centímetro en reversa a pesar de eso. Se quedó inmóvil en el escalón mientras escuchaba el latido de su corazón. Y si alguien abría la puerta, ¿Cómo iba a hacer para ver a su vecino si no era él quien salía a recibirlo? No podía decir: Hola, buenos días, perdón por la interrupción, ¿Me podría regalar un poco de azúcar? Deseo que su hijo me la sirva, no usted. Hasta pensarlo le parecía algo raro. Pasaría como un psicópata. Suspiró y justo cuando estaba a punto de retirarse, la perilla giró y la puerta cedió en dirección contraria a Jude.
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Michael y Jude
Novela JuvenilMichael es un chico tímido. Jude es un jugador de futbol americano que se muda a Los Ángeles con su familia. Sus caminos se cruzan y es allí donde comienza todo.