Capítulo 8

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Capítulo 8

El resto de la semana, ni Michael ni Jude pudieron verse. Sus horarios estaban cruzados. Mientras uno se levantaba a las siete de la mañana para ir a la escuela y salía de su casa a las siete cuarenta para tomar el autobús, el otro se levantaba a las seis de la mañana para ir a correr, darse un baño, desayunar y salir en su auto al estadio a las siete de la mañana, por lo que no podían ni siquiera encontrarse cinco minutos.

Cuando el fin de semana llegó más pronto de lo esperado, al menos para Jude —quien se mantenía extremadamente ocupado ideando jugadas, estrategias para la ofensiva y entrenando a su equipo—, porque para Michael, era casi una tortura.

El lunes le fue bien, todo tranquilo, pero el martes no se salvó de un gran golpe en el estómago por atravesársele al tipo equivocado. El miércoles tuvo tanta tarea de biología, que la aborreció, además de que reprobó el examen de matemáticas por la culpa del mismo chico del martes y los otros dos días restantes, en los que tenía gimnasia —el juego preferido del entrenador eran los quemados—, por lo que el pobre Michael tuvo que correr por todas partes para evitar terminar tirado en el suelo lleno de bolas moradas en el cuerpo, y ni aun así logró zafarse de una o dos.

El sábado pudo levantarse tarde y desayunar waffles recién hechos con mantequilla y mermelada, jugo de naranja, un huevo estrellado acompañado con katsup y una manzana picada. Luego se levantó de la mesa y después de haberse lavado los dientes y el rostro, corrió al televisor antes de que alguien pudiera acaparar el sillón de la sala, donde tenían la pantalla más grande de toda la casa y un teatro en casa. Colocó una película en el blue-ray sobre alienígenas y vaqueros y se sentó con las piernas cruzadas frente al aparato con una bolsa de galletas. Su hermana y su padre se le unieron más tarde mientras su madre se dedicó a su jardín en el patio trasero de la casa. Era sábado de lavar la ropa, pero nadie dio indicios de querer comenzar a hacerlo. La flojera invadió el cuerpo de la mayoría de los miembros de esa familia.

Más tarde, cuando la película ya se había terminado, todos se levantaron y se fueron a hacer sus deberes. El padre de Michael le dejó como tarea extra limpiar la cochera. Michael se limitó a bufar. Ya tenía otros planes. Quería lavar la ropa rápido para poder salir a la calle y comprar los nuevos volúmenes de cómics sobre Marvel y DC Cómics, pero ahora tenía que empaquetar cosas inservibles en cajas de cartón para subirlas a la camioneta que su padre llevaría a quién sabe dónde.

Comenzó echando la primera tanda de ropa a la lavadora y corrió al garaje. Las cajas estaban apiladas en la entrada de éste y las cosas regadas por todas partes sin ton ni son. Era un soberano desastre que no tenía principio ni fin. Michael lo miró con cara de horror y no pudo evitar rascarse la cabeza ante tal trabalenguas. Había polvo por aquí y por allá, herramientas oxidadas o llenas de hollín y moho, una bicicleta con el asiento chueco y destartalado y una llanta ponchada, varios diarios de su madre carcomidos por los comejenes, pedazos de tabla hinchados por el agua, adornos rotos e inservibles de varias navidades pasadas, colchas viejas, cajas de plástico transparentes con discos de acetato rotos, relojes de pared descompuestos, revistas de deportes viejas, bocinas desarmadas sin arreglo, tintes que su madre usaba para el cabello, la guitarra acústica que su padre solía tocar en sus tiempos de Universidad y muchas bolsas negras con ropa que ya nadie usaba para ser donadas a la caridad.

Suspiró resignado y empezó su ardua tarea de limpieza profunda. Quizá terminaría enfermo de la gripa por tanto polvo que iría a respirar, tal vez por eso su padre lo mandó a hacer eso, mejor su hijo que él. Apretó los labios y se puso unos guantes y un tapabocas. Entre más rápido comenzara, más rápido terminaría y sería libre para huir a la calle. Eran las doce del día, el sol estaba en su auge y quemaba con tan sólo respirarlo. Las gotas de sudor se formaron en las comisuras de Michael tan pronto como inició su arduo trabajo de empaquetar la mayoría de la basura. Terminó con la primera caja en menos de cinco minutos y se sintió orgulloso de su labor, pero todavía le faltaban diez cajas más en las que tendría que meter muchas cosas, por lo que no se emocionó demasiado. Haciendo todo eso solo, no terminaría ni en un santiamén, no llevaba ni media hora y ya quería descansar.

—Parece que te han dejado morir solo— escuchó una voz familiar a sus espaldas mientras colocaba todos los diarios de su madre en una caja. Levantó la mirada y se volteó mientras bajaba su tapabocas con la mano derecha.

—Hola— saludó Michael tragando saliva. Su corazón se alteró de nuevo, casi había olvidado el raro incidente del lunes por la mañana, pero volver a ver la cara de Jude le regresó todo de golpe sin previo aviso.

—Iba saliendo de mi casa y te vi, así que vine a saludar— mete sus manos a los bolsos traseros del pantalón y se truena el cuello con tan sólo moverlo de lado a lado. Eso le causa calosfríos a Michael, pero se contiene.

—¿Sí? Pues, hola de nuevo— evoca una media sonrisa tímida. Jude se ríe por lo bajo y devuelve el saludo con la cabeza.

—Parece que estás muy ocupado, así que ya me voy— se despide con la mano y da dos pasos hacia atrás para dar media vuelta sobre sus propio eje y alejarse poco a poco a del garaje. A Michael se le ocurrió que como Jude parecía un tipo alto y fuerte, podría ayudarlo a terminar más rápido su trabajo y así hasta podía librarse de esa tediosa tarea antes de las cuatro. Por lo que abrió la boca para pedir su ayuda.

—¡Tú también me gustas!— fue lo que dijo antes de darse cuenta que eso no era lo que en realidad quería comunicarle a su atractivo vecino. La sangre se le fue a los talones y su rostro palideció en segundos. Se quedó allí, en medio de la cochera completamente petrificado sin saber qué hacer. Quería hacerse chiquito o poder correr en cualquier dirección, que el suelo temblara o que algo más pasara para evitar la vergüenza que ya le estaba revolviendo el estómago.

Jude sonrió de espaldas y adquiriendo un rostro serio se volteó con lentitud para plantarle cara al muchacho.

—¿En serio?— inquirió con un júbilo escondido y se cruzó de brazos tomando una postura erguida e inflada.  



Michael y JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora