Capítulo 23

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Capítulo 23

Jude acomodó su gabardina después de salir del auto y caminó con elegancia y tranquilidad hacia la puerta de Mike para abrírsela, pero éste ya había salido.

—¿Ya no quieres que te abra la puerta?— preguntó algo confundido.

—No es eso— acomodó su mochila en su espalda y rascó sin interés su codo derecho.

—¿Qué es entonces?— se cruzó de brazos en la banqueta. La gente iba y venía por allí viéndolos de reojo. Si hubiese sido posible, una señora gorda con vestido rojo y bolitas blancas se hubiera detenido a preguntarles qué ocurría, porque su cuello casi fue capaz de dar una vuelta de 280 grados cuando estuvo suficientemente lejos como para perderlos de vista con su mirada periférica. Sin embargo, Jude ignoró todos esos pares de ojos que chismoseaban y no retiró la pupila del rostro avergonzado de Mike.

—Estás enojado por lo que dije hace rato— contestó con las pestañas puestas en el pavimento mojado de la banqueta.

—¿Por qué?

—Porque dije algo que no debía y ahora estoy volviendo a joder toda nuestra relación— el nudo en la garganta se le hizo más grande y se le quebró la voz.

—No pregunté eso. Pregunté que, ¿Por qué crees que estoy enojado?— levantó la ceja derecha y comenzó a mover el pie derecho, como una madre espera que su hijo le obedezca de inmediato después de tener una rabieta a mitad del supermercado.

—No lo sé. Lo supuse— se encogió de hombros, todavía sin levantar la vista del suelo.

—Odio esa clase de suposiciones. Pregunta, niño bobo— lo tomó de los hombros y azotó su espalda contra el vidrio del auto. Levantó su barbilla con fuerza y lo besó. Era esa clase de besos que te dan con rabia, pero con un sentimiento de culpa escondido en algún punto del ósculo. Éste se fue suavizando conforme avanzó y los fuertes brazos de Jude ya no tomaban al pequeño Mike por los hombros con energía, sino que ahora rodeaban su cintura con amabilidad exagerada y sus labios se movían con lentitud abrazándose uno con otro. Entonces, las miradas de las personas que caminaban por las aceras, se enfocaron todavía más en ellos. Toda esa clase de personas siempre veían esa clase de besos, incluso entre hombres y mujeres, no algo de extrañarse, pero la intensidad que ellos reclamaban fundidos en ese abrazo posesivo dejaba una impresión tan profunda que daban ganas de mirarlos hasta que los ojos ardieran.

Cuando el oxígeno de sus pulmones desapareció, Jude se alejó de los labios del pequeño y dejó que respirara. Suspiró profundamente hasta recuperar todo el aire que había perdido. La paz embargó el enorme cuerpo de Jude hasta hacerlo flotar. No sabía si eso era amor, cariño o simplemente placer, pero quería más de lo mismo. Estaba consciente, además, de que lo que en realidad deseaba no podía conseguirlo así como así, porque Mike no era esa clase de chicos contra los que arremetes sin más y muestras un simple interés vano y superficial.

Hasta el momento, Jude no lo había aceptado. ¿Eso era todo? La enorme sonrisa de su rostro desapareció muy rápido. "¿Eso es todo?" Pensó para él mismo frunciendo el ceño. "¿Eso es todo? Es esa clase de persona la que soy". Se recriminó internamente. Ya no flotaba, ahora se arrastraba como ser miserable sobre sus entrañas. "¿Sólo quiero "enamorarlo", hacerle creer que yo también lo amo, para poder llevarlo a la cama?" Comenzó a morder su cachete sin darse cuenta y su mirada se ensombreció haciendo caer sus pobladas cejas. Se veía cinco años más viejo. Las arrugas de la frente se le pintaron a la perfección y los hoyuelos de los cachetes desaparecieron en seguida.

—¿Sucede algo?— Preguntó Mike alarmado. Su mano aún reposaba en el fuerte pecho de su pretendiente y el rojo vivo de sus mejillas no se disponía a disiparse todavía.

—¿Jude?— lo llamó de nuevo, pero él no contestó. Los pensamientos de vergüenza seguían rondando en su cabeza, como un gran pez en una pequeña pecera.

"Así no es como quiero ser. Ser mi primera vez, significa más que pensar que con esas palabras puedo llevarlo a la cama. Es más que un simple acostón". Las lágrimas comenzaron aflorar por su cara hasta caer por el acantilado de su perfecta y bien formada barbilla. Mike se asustó todavía más y comenzó a moverlo por los hombros para sacarlo de su ensimismamiento.

—¡Jude! ¿Por qué lloras?— sus cálidas manos tomaron el rostro de él y acarició su tersa piel con ambos pulgares. Las pupilas desorbitadas de Jude volvieron a clavarse en los ojos espantados de Mike y suspiró.

—¿Crees que puedes continuar esto conmigo?— dijo con la voz ronca y el corazón destrozado. Le había mentido.

—¿El qué?— Preguntó Mike con miedo a la respuesta. Pero se había prometido ser valiente y no importaba cómo ni qué, lo haría.

—Estar juntos, ser mi primera vez.

—Yo creo que puedo continuar, sí, ¿Por qué?— se mordió los labios y la incertidumbre del momento le llenó la sangre.

Jude lo miró durante diez largos minutos en los que el mundo se detuvo. Las manecillas del reloj no hicieron tic tac, el cielo dejó de girar, el sol, la luna y las estrellas dejaron de brillar. Todo se oscureció. Ni siquiera se podía escuchar el lejano bullicio de la muchedumbre ir y venir. Ese hombre, el más grande de los dos, miró al más pequeño luego de desviar su vista hasta el suelo y lentamente, negó con la cabeza siete veces.

—Porque te estoy usando— fue lo último que dijo y de pronto, todo terminó allí. No iba a comenzar nada, ninguno de los dos se iban a amar, no habría un drama, no habrían besos, abrazos, decepciones, peleas, indiferencias ni llantos. 

Michael y JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora